Título: El brazo incorrupto
Lo sabía todo el pueblo desde hacía días, y eso que en aquellos años las noticias viajaban con lentitud. Lo más rápido era transmitirlas de cuartel en cuartel de la Guardia Civil. No sé si fue así pero todo Blacos sabía que al día siguiente, jueves, pasaba por la venta el brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús a partir de las cuatro y media de la tarde. Y allí había que estar como un clavo. Al que faltaba después se le pasaba factura. Para los de mi edad aquello era una aventura fascinante. Íbamos a ver el brazo de una señora que se mantenía como si estuviera viva, aunque ya hacía 500 años que había muerto la pobre Santa Teresa. Aquello era inolvidable y un argumento indiscutible para creer en los milagros divinos o en los de Franco, que para el caso venía a ser lo mismo. También nos dijeron que el brazo viajaba en un coche rojo, en una caravana de vehículos dirección Soria- Burgo de Osma. Alguna hora antes estábamos todo el pueblo en la Venta, dispuestos a ver una de las Siete Maravillas del Mundo. Unos y otros distraían la espera con sus cuentos y chascarrillos. La nota de seriedad la ponía la Guardia Civil, con sus capotes verdes al viento, sus tricornios de charol y los mauser intimidatorios. Era una puesta en escena impresionante.
Aunque era raro en aquellos años, a veces venían dos o tres coches seguidos, y los chicos automáticamente entonábamos nuestra canción preferida: ¡Ya viene, ya viene, ya viene! A la tercera o cuarta vez que decíamos lo mismo y el brazo no llegaba, nos quitaban las ganas de seguir cantando a base de soplamocos y algún que otro tabanazo. Ni qué decir que todos llevábamos nuestras mejores galas. Los hombres la chaqueta de los domingos, las mujeres el velo por encima de la cabeza y los niños como mejor nos podían apañar. Todos en perfecto estado, no fuera a ser que el brazo de la Santa pasara revista y no diéramos la talla. La espiritualidad se respiraba en todas las carreras y en las cunetas de la Venta. Cuando la impaciencia se dejaba notar, de repente varios coches seguidos. Momento de nervios, tensión, ansiedad. Y no sé porqué. En aquellos años la velocidad de los coches era tan lenta que te daba tiempo a ver las cagadas de las moscas en el salpicadero. Bueno, uno, dos, tres coches, y ¡ahí está el rojo!. Todas las miradas fijas en el copiloto. Parecía que llevaba un manto blanco, con puntillas y algo oscuro dentro. Y se acabó. Es todo lo que yo vi al menos. Después descubrí que era el más tonto de todos porque tenía vista de lince, pero lo único que vi fue eso, un manto de puntillas envolviendo algo oscuro. Había algunos que habían visto las venas azuladas del brazo, y otros más sagaces, el anillo que llevaba en el dedo meñique. Estos últimos eran los más mentirosos porque con el tiempo descubrí que le faltaba ese dedo, que se lo habían cortado como una reliquia aparte. La Santa murió en 1.582. Diez meses después se exhumaron sus restos y se les hizo un auténtica carnicería. El padre Garcián le cortó el brazo y a la mano le cortó el dedo meñique. El brazo se lo quedaron las carmelitas de Ávila y el dedo se lo llevaron a un convento de Lisboa. Después lo empaquetaron y lo llevaron a un convento de Ronda. Cuando las tropas de Franco llegaron allí lo confiscaron y el caudillito consiguió autorización eclesiástica para llevárselo a la capilla del Pardo. Y según contó uno de sus ministros, Franco lo ponía en una mesita del Palacio en la que se entretenía firmando penas de muerte mientras se tomaba un chocolate con picatostes (lo dice su ministro tal cual). Franco no se quería separar del brazo incorrupto porque decía que Santa Teresa era "la santa de la raza". Para dormir lo pone en su mesilla de noche y se lo lleva a todos los viajes. Era tanta la fe en la reliquia que cuando estaba moribundo en el hospital de La Paz lo llevaron hasta allí y lo pusieron a los pies del enfermo, pero se conoce que los milagros del brazo eran muy de andar por casa. El milagro de la eternidad no parecía dominarlo. Y una vez que se murió Franco, el brazo lo llevaron de nuevo a Ronda y se acabaron los viajes. Mucho mejor, porque en Blacos ahora no creo yo que fuera mucha gente a verlo pasar por la Venta. Y muchos de los que fuimos tampoco lo hubiéramos hecho si nos llegan a contar esto. Total milagros, lo que se dice milagros, yo nunca he oído que hiciera ninguno con los de Blacos. Igual porque nunca ha sido un pueblo muy católico. Habría que preguntar a los de los alrededores, más habituados al sermón y a la comunión dominical.
En fin, que todo fue un fuego de artificio. Igual ni siquiera iba el brazo en el coche, porque si Franco no se desprendía nuca de él, no lo iba a hacer para que lo viéramos los de Blacos. Mucho más entretenido era cuando íbamos a la Venta a ver pasar la Vuelta España. Yo recuerdo una vez que desde el centro del pelotón me saludó Federico Martín Bahamontes. Me saludó con la mano abierta y me acuerdo que tenía los cinco dedos de la mano. Y Bahamontes sí que
Lo sabía todo el pueblo desde hacía días, y eso que en aquellos años las noticias viajaban con lentitud. Lo más rápido era transmitirlas de cuartel en cuartel de la Guardia Civil. No sé si fue así pero todo Blacos sabía que al día siguiente, jueves, pasaba por la venta el brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús a partir de las cuatro y media de la tarde. Y allí había que estar como un clavo. Al que faltaba después se le pasaba factura. Para los de mi edad aquello era una aventura fascinante. Íbamos a ver el brazo de una señora que se mantenía como si estuviera viva, aunque ya hacía 500 años que había muerto la pobre Santa Teresa. Aquello era inolvidable y un argumento indiscutible para creer en los milagros divinos o en los de Franco, que para el caso venía a ser lo mismo. También nos dijeron que el brazo viajaba en un coche rojo, en una caravana de vehículos dirección Soria- Burgo de Osma. Alguna hora antes estábamos todo el pueblo en la Venta, dispuestos a ver una de las Siete Maravillas del Mundo. Unos y otros distraían la espera con sus cuentos y chascarrillos. La nota de seriedad la ponía la Guardia Civil, con sus capotes verdes al viento, sus tricornios de charol y los mauser intimidatorios. Era una puesta en escena impresionante.
Aunque era raro en aquellos años, a veces venían dos o tres coches seguidos, y los chicos automáticamente entonábamos nuestra canción preferida: ¡Ya viene, ya viene, ya viene! A la tercera o cuarta vez que decíamos lo mismo y el brazo no llegaba, nos quitaban las ganas de seguir cantando a base de soplamocos y algún que otro tabanazo. Ni qué decir que todos llevábamos nuestras mejores galas. Los hombres la chaqueta de los domingos, las mujeres el velo por encima de la cabeza y los niños como mejor nos podían apañar. Todos en perfecto estado, no fuera a ser que el brazo de la Santa pasara revista y no diéramos la talla. La espiritualidad se respiraba en todas las carreras y en las cunetas de la Venta. Cuando la impaciencia se dejaba notar, de repente varios coches seguidos. Momento de nervios, tensión, ansiedad. Y no sé porqué. En aquellos años la velocidad de los coches era tan lenta que te daba tiempo a ver las cagadas de las moscas en el salpicadero. Bueno, uno, dos, tres coches, y ¡ahí está el rojo!. Todas las miradas fijas en el copiloto. Parecía que llevaba un manto blanco, con puntillas y algo oscuro dentro. Y se acabó. Es todo lo que yo vi al menos. Después descubrí que era el más tonto de todos porque tenía vista de lince, pero lo único que vi fue eso, un manto de puntillas envolviendo algo oscuro. Había algunos que habían visto las venas azuladas del brazo, y otros más sagaces, el anillo que llevaba en el dedo meñique. Estos últimos eran los más mentirosos porque con el tiempo descubrí que le faltaba ese dedo, que se lo habían cortado como una reliquia aparte. La Santa murió en 1.582. Diez meses después se exhumaron sus restos y se les hizo un auténtica carnicería. El padre Garcián le cortó el brazo y a la mano le cortó el dedo meñique. El brazo se lo quedaron las carmelitas de Ávila y el dedo se lo llevaron a un convento de Lisboa. Después lo empaquetaron y lo llevaron a un convento de Ronda. Cuando las tropas de Franco llegaron allí lo confiscaron y el caudillito consiguió autorización eclesiástica para llevárselo a la capilla del Pardo. Y según contó uno de sus ministros, Franco lo ponía en una mesita del Palacio en la que se entretenía firmando penas de muerte mientras se tomaba un chocolate con picatostes (lo dice su ministro tal cual). Franco no se quería separar del brazo incorrupto porque decía que Santa Teresa era "la santa de la raza". Para dormir lo pone en su mesilla de noche y se lo lleva a todos los viajes. Era tanta la fe en la reliquia que cuando estaba moribundo en el hospital de La Paz lo llevaron hasta allí y lo pusieron a los pies del enfermo, pero se conoce que los milagros del brazo eran muy de andar por casa. El milagro de la eternidad no parecía dominarlo. Y una vez que se murió Franco, el brazo lo llevaron de nuevo a Ronda y se acabaron los viajes. Mucho mejor, porque en Blacos ahora no creo yo que fuera mucha gente a verlo pasar por la Venta. Y muchos de los que fuimos tampoco lo hubiéramos hecho si nos llegan a contar esto. Total milagros, lo que se dice milagros, yo nunca he oído que hiciera ninguno con los de Blacos. Igual porque nunca ha sido un pueblo muy católico. Habría que preguntar a los de los alrededores, más habituados al sermón y a la comunión dominical.
En fin, que todo fue un fuego de artificio. Igual ni siquiera iba el brazo en el coche, porque si Franco no se desprendía nuca de él, no lo iba a hacer para que lo viéramos los de Blacos. Mucho más entretenido era cuando íbamos a la Venta a ver pasar la Vuelta España. Yo recuerdo una vez que desde el centro del pelotón me saludó Federico Martín Bahamontes. Me saludó con la mano abierta y me acuerdo que tenía los cinco dedos de la mano. Y Bahamontes sí que
Hola blaqueñ@s,
Yo me creo todo lo que nos cuentas, Alejandro, creo que salvo alguna licencia literaria, tus relatos coinciden con la realidad de lo sucedido, y juntas tanto tu buena memoria con lo interesante, curioso, nostálgico de lo que nos cuentas.
Hoy me he quedado sorprendida, del brazo incorructo de la santa solo tenia conocimiento a través de los versos de una dulce canción de Kraus o Sabina, y nadie me había contado ese episodio de su paso por nuestro termino. Pero aquí lo que trato de contar es como Alejandro, cualquier tema, mas o menos real, nos lo hace grato, divertido, y como buen periodista siempre informa y comunica.
por favor amigo Alejandro sacame de dudas y cuentame si esta basado en un suceso real.
Pero de cualquier manera ahora mismo cierro los ojos y me veo ahí en la venta, hasta con velo, y tal cual lo cuentas, lo vivo, lo que no has comentado es si el mal olor se podía resistir
Un saludo.
Yo me creo todo lo que nos cuentas, Alejandro, creo que salvo alguna licencia literaria, tus relatos coinciden con la realidad de lo sucedido, y juntas tanto tu buena memoria con lo interesante, curioso, nostálgico de lo que nos cuentas.
Hoy me he quedado sorprendida, del brazo incorructo de la santa solo tenia conocimiento a través de los versos de una dulce canción de Kraus o Sabina, y nadie me había contado ese episodio de su paso por nuestro termino. Pero aquí lo que trato de contar es como Alejandro, cualquier tema, mas o menos real, nos lo hace grato, divertido, y como buen periodista siempre informa y comunica.
por favor amigo Alejandro sacame de dudas y cuentame si esta basado en un suceso real.
Pero de cualquier manera ahora mismo cierro los ojos y me veo ahí en la venta, hasta con velo, y tal cual lo cuentas, lo vivo, lo que no has comentado es si el mal olor se podía resistir
Un saludo.
A ver Lola, casi todo lo que cuento es verdad. Mi memoria siempre ha funcionado por impactos, y aquel fue uno de los grandes. Yo estuve en la Venta ese día ys eguro que si preguntas a tus hermanos mayores se acuerdan. LO de las reliquias de Santa Teresa está en la historia, en google por ejemplo. Lo de Franco lo contaba Pedro Rodríguez que fue uno de sus ministros, al que le perdía la boca. Fíjate, es verdad hasta lo de la Vuelta a España. aunque puede ser que Bahamontes no me saludara precisamente a mí. Eso lo tengo algo más borroso, pero juraría que le vi los cinco dedos de la mano. De lo que no me acuerdo es de lo del olor, pero puede que los coches no llevaran bajadas las ventanillas y se lo tragaran todo los que iban dentro. Todo verdad. Si preguntas y descubres algo nuevo, luego nos lo cuentas.