Título: Ya están a la vuelta de la esquina
Todavía está fresco el sabor del chocolate con bizcochos, aún recordamos algunos estribillos de aquella canción del verano, todavía está presente la imagen de Las Eras en el banquete nupcial, a nadie se le ha olvidado ni un solo paso que aprendió para aquella especia de danza invisible que se convirtió en el video de los babys. Todo se mantiene activo en los recuerdos, y en los recuerdos de los recuerdos de las fiestas de Blacos. Parece que fue ayer, pero es que casi mañana ya es otro día, y pasado mañana ya será otra fiesta. A estas alturas se mezcla la curiosidad de los que esperan con el frenesí de los que actúan, con el estrés de los que piensan y con la pequeña angustia de los que siempre sorprenden. Y ahí es donde nace la tensión y el agobio. Desde fuera parece que a nuestros años ya es suficiente con dejarse llevar por la inercia, echar mano de la experiencia y bucear en el pasado. Pero es imposible, porque aunque parezca que todo está inventado siempre quedan un montón de cosas por inventar. Quiero dejar claro que los inventos no son mejores ni peores que los anteriores, ni posiblemente serán mejores ni peores que los posteriores. Lo de inventar es buscar algo distinto. De una u otra manera todas las comisiones de fiestas de Blacos han dejado su impronta en la organización de cada año, le han dado su propio toque de pintura y han estampado su sello personal en el conjunto del programa. Esto es bueno por dos cosas. Una, porque se crea una variedad que nos ayuda a huir del tedio de la costumbre, y otra, porque ayuda a avanzar, a despertar estímulos en todos los que colaboran, participan y disfrutan de las fiestas. Y todo ello a su vez provoca una exigencia colectiva en los organizadores y una exigencia individual en cada uno de ellos por aportar aquello que cree que merece la pena vivirse en las fiestas de su pueblo. Alguno puede pensar, visto así, que es una competición anual para ver quién es más ingenioso, más listo o más original que los demás. Sería un gran error pensarlo. Me atrevería a decir que todas las comisiones, y en la nuestra seguro, lo primero que piensan es hacerlo lo mejor posible para que todo el mundo esté contento. Debería ser la única finalidad. Un ejemplo muy sencillo, a mí como lector empedernido me podría gustar hacer el sábado de fiestas a las seis de la tarde una lectura de los poemas de Lorca al fresquito de la iglesia. Lo podríamos incluir en el programa sin aumentar un sólo euro el presupuesto. Me podía quedar divino, y nunca mejor dicho al ser en la iglesia, pero saldría desesperado al ver que no iba nadie a escuchar mis lecturas. Es decir, el objetivo es hacer la mejor fiesta para todos, lejos de apetencias individuales o amores a primera vista. Y esto es difícil, muy difícil, y todos los que han pasado por ahí lo saben. Y esa duda permanente es al final la que permite que la fiesta crezca cada año, que se convierta en un escenario abierto sin techo, ni más limitaciones que las que establecen las dimensiones de Blacos y las dimensiones del dinero para las fiestas.
Todavía está fresco el chocolate, pero nosotros empezamos a notar en la garganta el sabor amargo de la histeria, el escozor de la falta de tiempo. Queremos dejar el techo abierto a la luz de la luna de la casa de las fiestas, pero estamos en ese momento en el que el suelo no acaba de estar llano, en el que todavía hay agujeros en la pared, en el que no hemos encajado las ventanas y nos faltan las rejas de los balcones. La casa, por fuera, parece que ya tiene buena pinta, luce con un color atractivo, el cemento parece sólido, e incluso se va cumpliendo el proyecto inicial sin salirnos demasiado de las líneas maestras. Pero queda lo más complicado, conseguir que su interior ofrezca un aspecto hospitalario y acogedor. Cualquier día de estos le ponemos la bandera, y nos pondremos con el corazón en un puño, esperando que el día de la inauguración todos acabéis contentos. Y si no, nos lo podéis y nos lo debéis decir para aprender de los errores, aunque a nuestra edad...
Todavía está fresco el sabor del chocolate con bizcochos, aún recordamos algunos estribillos de aquella canción del verano, todavía está presente la imagen de Las Eras en el banquete nupcial, a nadie se le ha olvidado ni un solo paso que aprendió para aquella especia de danza invisible que se convirtió en el video de los babys. Todo se mantiene activo en los recuerdos, y en los recuerdos de los recuerdos de las fiestas de Blacos. Parece que fue ayer, pero es que casi mañana ya es otro día, y pasado mañana ya será otra fiesta. A estas alturas se mezcla la curiosidad de los que esperan con el frenesí de los que actúan, con el estrés de los que piensan y con la pequeña angustia de los que siempre sorprenden. Y ahí es donde nace la tensión y el agobio. Desde fuera parece que a nuestros años ya es suficiente con dejarse llevar por la inercia, echar mano de la experiencia y bucear en el pasado. Pero es imposible, porque aunque parezca que todo está inventado siempre quedan un montón de cosas por inventar. Quiero dejar claro que los inventos no son mejores ni peores que los anteriores, ni posiblemente serán mejores ni peores que los posteriores. Lo de inventar es buscar algo distinto. De una u otra manera todas las comisiones de fiestas de Blacos han dejado su impronta en la organización de cada año, le han dado su propio toque de pintura y han estampado su sello personal en el conjunto del programa. Esto es bueno por dos cosas. Una, porque se crea una variedad que nos ayuda a huir del tedio de la costumbre, y otra, porque ayuda a avanzar, a despertar estímulos en todos los que colaboran, participan y disfrutan de las fiestas. Y todo ello a su vez provoca una exigencia colectiva en los organizadores y una exigencia individual en cada uno de ellos por aportar aquello que cree que merece la pena vivirse en las fiestas de su pueblo. Alguno puede pensar, visto así, que es una competición anual para ver quién es más ingenioso, más listo o más original que los demás. Sería un gran error pensarlo. Me atrevería a decir que todas las comisiones, y en la nuestra seguro, lo primero que piensan es hacerlo lo mejor posible para que todo el mundo esté contento. Debería ser la única finalidad. Un ejemplo muy sencillo, a mí como lector empedernido me podría gustar hacer el sábado de fiestas a las seis de la tarde una lectura de los poemas de Lorca al fresquito de la iglesia. Lo podríamos incluir en el programa sin aumentar un sólo euro el presupuesto. Me podía quedar divino, y nunca mejor dicho al ser en la iglesia, pero saldría desesperado al ver que no iba nadie a escuchar mis lecturas. Es decir, el objetivo es hacer la mejor fiesta para todos, lejos de apetencias individuales o amores a primera vista. Y esto es difícil, muy difícil, y todos los que han pasado por ahí lo saben. Y esa duda permanente es al final la que permite que la fiesta crezca cada año, que se convierta en un escenario abierto sin techo, ni más limitaciones que las que establecen las dimensiones de Blacos y las dimensiones del dinero para las fiestas.
Todavía está fresco el chocolate, pero nosotros empezamos a notar en la garganta el sabor amargo de la histeria, el escozor de la falta de tiempo. Queremos dejar el techo abierto a la luz de la luna de la casa de las fiestas, pero estamos en ese momento en el que el suelo no acaba de estar llano, en el que todavía hay agujeros en la pared, en el que no hemos encajado las ventanas y nos faltan las rejas de los balcones. La casa, por fuera, parece que ya tiene buena pinta, luce con un color atractivo, el cemento parece sólido, e incluso se va cumpliendo el proyecto inicial sin salirnos demasiado de las líneas maestras. Pero queda lo más complicado, conseguir que su interior ofrezca un aspecto hospitalario y acogedor. Cualquier día de estos le ponemos la bandera, y nos pondremos con el corazón en un puño, esperando que el día de la inauguración todos acabéis contentos. Y si no, nos lo podéis y nos lo debéis decir para aprender de los errores, aunque a nuestra edad...