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BLACOS: Tuvo el detalle de elegir un día de fiesta para despedirse,...

Tuvo el detalle de elegir un día de fiesta para despedirse, y así poder reunir al mayor número de familiares y amigos en ese domingo de dolor sofocante. Y entre todos ellos seguro que había alguno que lo recordaba cada vez que se veía las marcas que tenía en la espinilla. Una muesca de ese lateral derecho eterno en el glorioso Valverde Fútbol Club. Sixto era un defensa recio, enemigo de los malabarismos, duro como el pedernal y casi siempre insuperable para los rivales. Era rápido, fuerte y contundente, tan contundente que muchas veces no hacía diferencias entre el balón y las piernas del rival. Los golpeaba por igual. Yo me atrevería a decir que era más habitual su contacto con las espinillas que con el balón en juego. Ese día fatídico del adiós, mi hermano Luis le comunicó la noticia a un amigo de su edad, de otro pueblo. Después de mostrar su pena y tristeza, le dijo a mi hermano " no se me olvidará nunca aquel partido en el que Sixto me dio una patada que me hizo dar la vuelta de campana y me dejó una marca para toda la vida y un bonito cardenal para varios días”. Sixto García era el amo y señor de la banda derecha de su defensa. Y otro García, Mariano, compartía la misma banda pero en el ataque. Era un extremo rápido y habilidoso y con el balón cosido a las botas. A él también se lo descosían muchas veces a base de patadas. Era como la justicia social del fútbol de aquellos años. A un hermano le devolvías las patadas que daba el otro hermano. Y a veces se las devolvían corregidas y aumentadas. De esto no pudimos hablar el último domingo porque Mariano tenía bastante con contener las lágrimas para que no se desbocara el dolor que llevaba dentro. Y todo esto lo veía de cerca otro García. Isidro. Me han contado, pena no haberlo podido ver, que era un portero fiable, todo reflejos y con gran seguridad bajo los palos. Y todo eso lo vestía con esa elegancia y esa sonrisa permanente que lleva encima. Era un claro representante de lo que los franceses llaman “savoire faire”, aunque Isidro en aquellos años todavía no se había hecho vecino de Víctor Hugo o Alejandro Dumas y no sabía nada de estas señas de caballerosidad.
Vamos, que Isidro era la tranquilidad, Mariano la agilidad y Sixto la mirada desafiante para marcar su propio territorio, como ha hecho siempre con las cosas de su vida.
Una mirada desafiante, como la de la foto, con la que nos taladraba aquellas madrugadas de agosto en las que volvíamos de cualquier fiesta a bordo del mítico Seat 127 amarillo o el legendario Talbot Horizon rojo. Todavía no había salido el sol, pero casi nada más entrar en las carreras todos nos dábamos cuenta de que desde la nave Sixto nos radiografiaba con su mirada, a la que acompañaba con esa sonrisa irónica. Automáticamente dejábamos de destrozar las rimas de Chiquetete y nos poníamos a pensar que nos quería decir con esa mirada. Unas veces creíamos que lo que pensaba Sixto era “ Mira estos chulos que vida se pegan”. Hay que decir que en el vocabulario de Sixto el término chulo siempre tenía un significado positivo. Y otras veces pensábamos que lo que quería decir era algo así como: “Mira que pobrecillos, que manera de desperdiciar el tiempo”. Y ahí tenía más razón. Mientras nosotros apurábamos el último cubata en los vasos de plástico lavables del “Juanillas”, cogíamos el coche, decidíamos quien conducía y nos arremolinábamos en los asientos para sucumbir al calorcillo, Sixto ya había hecho las labores de la casa, había recogido la cosecha del día anterior y había dejado sitio en la nave para el grano del nuevo día. Y además, con esa intuición innata en él, tenía tiempo de esperarnos con su mirada policíaca en el momento justo. Parecía que sabía la hora exacta en la que íbamos a volver cada día después de cada noche de juerga.
Y es que a veces te hacía creer en brujería y en las artes de la adivinación. Después de una tormenta de verano, yo cogí el 127 cuando ya sólo transitaba por caminos, y me fui hacia el Santo. Al llegar a la era Sixto estaba sentado en la báscula.

-Sixto ¿A dónde vas?
-Alejandro – A dar una vuelta por el Santo y por ahí.
- Sixto Uyyyyy ¿Tú estás tonto? Con la que ha caído no pasas del cruce del camino cuando sube hacia la pradera de San Miguel. Te lo digo yo eh, y ya me dirás.

A pesar de que acertaba casi siempre, yo me empeñé en demostrarle que esta vez se iba a equivocar.

No se me olvidará nunca la risa y la cara de cachondeo con la que me siguió desde la Cruz de la Naílla cuando volví una hora después andando, con las orejas gachas y con el orgullo acuchillado, para decirle que fuera a por el tractor para desatascar el coche en el punto exacto en el que me había dicho que se iba a atascar.
Todavía hoy me sigo preguntando si el atasco se debió a mi orgullo cabezón, o en realidad se atascó simplemente porque Sixto lo había dicho. O lo que es peor él decidió que se atascara para demostrarme su dominio sobre la naturaleza.
Son sentimientos y actitudes que se pueden ver, a poco que se oberve en este pose fotográfico. Por una vez abandonó el segundo plano y no le importó ser protagonista. Y menos mal porque sino el Baraka se queda sin foto. Es el único que mira a la cámara como un muestra de confianza y amistad al fotógrafo. Y como diría Iñaki, el Baraka tuvo mucha suerte, …. Pero de la buena. Menos mal que Sixto no te dijo que la foto te iba a salir negra, porque si te lo dice sale como el carbón, seguro. Aunque claro, igual su dominio era sobre la naturaleza, y no sobre las nuevas tecnologías. Eso te salvó, chaval, como te salvó de sus patadas un mero hecho generacional. Pero al menos pudiste captar su mirada desafiante. Para que no se nos olvide.

Alejandro Gonzalo