Título: Al calor de la lumbre...16
En estos tiempos, en los que los "nevaditos" llegan a las cumbres y laderas de los Picos de Urbión, descubres que es el momento de acercarte de nuevo al calor de la lumbre y disfrutar de esos relámpagos que hace la llama y de esas sombras de fantasmas virtuales que dibuja en las paredes. Es el refugio de esas conversaciones que hacen que Blacos parezca el único lugar habitado en el mundo. Abrigados del frío entre las cuatro paredes, cerramos la puerta al resto del universo para entretenernos con esas charlas anodinas, a veces insustanciales alrededor de una cerveza. Pero esto también ha cambiado, bueno en realidad ha cambiado el escenario de algo tan ancestral que parecía increíble que se adaptara a la modernidad de la globalización.
Antes las cocinas en las que disfrutábamos del calor de la lumbre estaban coronadas por una chimenea que era como un cono invertido que era tan amplio como las dimensiones de toda la cocina, no sólo del hogar. Después poco a poco la chimenea se iba encogiendo hasta llegar al tejado con esa forma que todavía se puede ver en algunos de sus tejados. Son como un vestido, con la falda de tejas de mucho vuelo y las gafas de madera sin cristales por las que salía el humo del fuego. Eran unas chimeneas tan amplias que era habitual que en su parte alta, antes de asomarse al tejado, las golondrinas hicieran sus nidos de primavera. Probablemente el motivo de que fueran así tendría mucho que ver con otra de las labores de la chimenea. Además de permitir la salida del humo dejar entrar también el aire para curtir esas ristras de chorizo y morcillas que se colgaban en las varas que cruzaba todas las cocinas en aquellos años de mi infancia. Era la cocina una fuente de calor pero a su vez un páramo en el que el frío y el hielo acaban secando y dando forma y gusto a los embutidos.
El siguiente paso fue reducir la chimenea a las dimensiones del hogar. El hogar era el lugar en el que se hacía la lumbre, con una plancha de hierro y un espacio ligeramente superior al resto del habitáculo. Sobre la plancha se hacía fuego y se cocinaba todo lo que se consumía en la casa. Así se iba menos el calor y entraba menos el frío, pero sus dimensiones todavía permitían habitarlas a las golondrinas. Y también se mantenía como “fresquera” de la matanza.
La chimenea castellana estaba ya a punto de convertirse en chimenea francesa. Mucho más pequeña, con una salida justa para que se fuera el humo y se quedara todo el calor. Ya apuesta tanto por la ornamentación como por la calidad y nos encontramos con pequeños tesoros de arte por los que se hacen más soportables los duros inviernos de Blacos. En esta chimenea ya no se cocina nada y la matanza ha dejado de ser invitada a las tertulias. Está completamente cerrada, con una pequeña ventana de cristal para ver las llamas. Unas llamas por cierto que ya no hacen sombras chinescas sobre las paredes, y convierten la conversación en menos atractiva.
Pero por encima de las chimeneas, hay algo que se adapta a cualquiera de ellas. Es la estufa de leña, esa estufa que convierte los inviernos en pequeñas playas de verano, don de las conversaciones son más eufóricas y apabullantes. No es lo mismo hablar con el abrigo puesto y con los sabañones en las orejas, que hacerlo en mangas de camisa aunque en la calle haya muchos grados bajo cero.
Por eso ahora cuando dices lo de al calor de la lumbre hay que especificar, porque Blacos te ofrece todas las alternativas de chimeneas, menos la más antigua, creo. De todas formas me da a mí que la que sigue triunfando es la de leña. Por lo menos estos días es la que más gente reúne a su alrededor. O lo que no es lo mismo, todos los pocos que se reúnen lo hacen alrededor de una estufa de leña y una cerveza cercana. Al calor de la lumbre con los paisajes del fondo nevado. Hay cosas que no siempre se pierden con la globalización. Por ejemplo, los sueños al calor de la lumbre.
En estos tiempos, en los que los "nevaditos" llegan a las cumbres y laderas de los Picos de Urbión, descubres que es el momento de acercarte de nuevo al calor de la lumbre y disfrutar de esos relámpagos que hace la llama y de esas sombras de fantasmas virtuales que dibuja en las paredes. Es el refugio de esas conversaciones que hacen que Blacos parezca el único lugar habitado en el mundo. Abrigados del frío entre las cuatro paredes, cerramos la puerta al resto del universo para entretenernos con esas charlas anodinas, a veces insustanciales alrededor de una cerveza. Pero esto también ha cambiado, bueno en realidad ha cambiado el escenario de algo tan ancestral que parecía increíble que se adaptara a la modernidad de la globalización.
Antes las cocinas en las que disfrutábamos del calor de la lumbre estaban coronadas por una chimenea que era como un cono invertido que era tan amplio como las dimensiones de toda la cocina, no sólo del hogar. Después poco a poco la chimenea se iba encogiendo hasta llegar al tejado con esa forma que todavía se puede ver en algunos de sus tejados. Son como un vestido, con la falda de tejas de mucho vuelo y las gafas de madera sin cristales por las que salía el humo del fuego. Eran unas chimeneas tan amplias que era habitual que en su parte alta, antes de asomarse al tejado, las golondrinas hicieran sus nidos de primavera. Probablemente el motivo de que fueran así tendría mucho que ver con otra de las labores de la chimenea. Además de permitir la salida del humo dejar entrar también el aire para curtir esas ristras de chorizo y morcillas que se colgaban en las varas que cruzaba todas las cocinas en aquellos años de mi infancia. Era la cocina una fuente de calor pero a su vez un páramo en el que el frío y el hielo acaban secando y dando forma y gusto a los embutidos.
El siguiente paso fue reducir la chimenea a las dimensiones del hogar. El hogar era el lugar en el que se hacía la lumbre, con una plancha de hierro y un espacio ligeramente superior al resto del habitáculo. Sobre la plancha se hacía fuego y se cocinaba todo lo que se consumía en la casa. Así se iba menos el calor y entraba menos el frío, pero sus dimensiones todavía permitían habitarlas a las golondrinas. Y también se mantenía como “fresquera” de la matanza.
La chimenea castellana estaba ya a punto de convertirse en chimenea francesa. Mucho más pequeña, con una salida justa para que se fuera el humo y se quedara todo el calor. Ya apuesta tanto por la ornamentación como por la calidad y nos encontramos con pequeños tesoros de arte por los que se hacen más soportables los duros inviernos de Blacos. En esta chimenea ya no se cocina nada y la matanza ha dejado de ser invitada a las tertulias. Está completamente cerrada, con una pequeña ventana de cristal para ver las llamas. Unas llamas por cierto que ya no hacen sombras chinescas sobre las paredes, y convierten la conversación en menos atractiva.
Pero por encima de las chimeneas, hay algo que se adapta a cualquiera de ellas. Es la estufa de leña, esa estufa que convierte los inviernos en pequeñas playas de verano, don de las conversaciones son más eufóricas y apabullantes. No es lo mismo hablar con el abrigo puesto y con los sabañones en las orejas, que hacerlo en mangas de camisa aunque en la calle haya muchos grados bajo cero.
Por eso ahora cuando dices lo de al calor de la lumbre hay que especificar, porque Blacos te ofrece todas las alternativas de chimeneas, menos la más antigua, creo. De todas formas me da a mí que la que sigue triunfando es la de leña. Por lo menos estos días es la que más gente reúne a su alrededor. O lo que no es lo mismo, todos los pocos que se reúnen lo hacen alrededor de una estufa de leña y una cerveza cercana. Al calor de la lumbre con los paisajes del fondo nevado. Hay cosas que no siempre se pierden con la globalización. Por ejemplo, los sueños al calor de la lumbre.