Asun, un mar de ternura.
Cuando te asomabas a los ojos de Asun descubrías un mar de ternura. Un mar apacible, sin sobresaltos, de aguas tranquilas que aún así se desbordaban en un océano de humildad y cariño. En esos ojos color esperanza se reflejaba siempre la sencillez de la vida. Hay veces que las palabras tienen su justo sentido, o para ser más exactos, hay veces que algunas palabras parecen tener sentido. Y en el caso de Asun la palabra llena de sentido es la palabra BUENA. Así, sola, sin alharacas ni adornos, pero con mayúsculas. Buena en sus pocas letras, pero en su gran dimensión. No necesita adjetivos que le den calor ni adverbios que aumenten su valor. Era una mujer buena y el valor de esta palabra es la unanimidad que se puede reunir en torno a ella. Jamás conocí a nadie que pensara lo contrario. Y en ese calificativo común es donde de verdad se aprecia la bondad de una persona a la que nunca se le adivinó un mal gesto ni amagó ninguna mala acción. Era una mujer buena, con toda la dificultad que entraña vivir tantos años y llegar al final con la bondad intacta, como el primer día. Y eso se dejaba notar cuando traspasabas sus ojos y entrabas en su mar de ternura. No te exigía pasaporte ni salvoconducto alguno. Todo lo contrario, disfrutaba cuando alguien quería visitar sus aguas. Y es que a esa mirada intensa y limpia le acompañaba siempre un rostro apacible, un gesto que transmitía cercanía y hospitalidad, como la de los mejores anfitriones. Y, no hay que olvidarlo, a veces esa ternura y ese cariño peleaba a brazo partido con la preocupación que oscurecía sus ojos esas mañanas de sol en las que ejercía de madre y con el insomnio encima buscaba la aguja en un pajar, hasta que la encontraba. En esos caminos insondables de las mañanas cortas después de algunas noches largas, Asun y yo tejimos un cordón umbilical que ella alimentaba por uno de sus lados con su generoso amor maternal y yo por el otro con una amistad que sólo pretendía ser sincera. De repente se nos escurrió de las manos y en ese mar de ternura se abrió un pozo negro al que nos empujaba, a ella más que a mí, el dolor de la ausencia y la tragedia de la ansiedad. Y fue entonces cuando si te asomabas a los ojos de Asun descubrías unas manchas oscuras en el mar de ternura. La tristeza había sustituido al brillo de los amaneceres soleados y las aguas tranquilas hasta entonces, muchos días despertaban en profundas tempestades y ella se agarraba a un clavo ardiendo para evitar naufragar en las emociones.
La vida no cura nada, pero a veces lo disimula todo bajo la alfombra de los años, y la rutina acaba doblegando la pena, o la deja discurrir por esos paseos tranquilos contando las rayas de una plaza soleada, o memorizando los metros que separaban el puente de la venta. Hasta esa costumbre exigía un esfuerzo diario, al que Asun se entregaba con la tenacidad que siempre alumbra a las personas buenas y valerosas. Los horizontes empezaban a perder nitidez y la memoria buscaba otros caminos. Y es entonces cuando surge una fuerza de voluntad tan abrumadora como necesaria. Los obstáculos se suman cada día pero les cuesta hacer mella en una fortaleza que brota por cada necesidad que se le plantea. Los últimos días, y probablemente algunos de los primeros también, se habían aliado con la adversidad. El mar fue perdiendo fuerza, las olas apenas llegaban a la playa y el esfuerzo comenzaba a estar cada vez más lejos del éxito. Llegaron los dolores, vinieron acompañados de las ausencias y se instaló la inquietud como vecina permanente. Bueno permanente no, porque hace unos días decidió abandonarla a su propia suerte a la hora de iniciar esa eterna travesía. Menos mal que ella, Asun, lo tendrá un poco más fácil porque al otro lado de sus ojos siempre habrá un mar de ternura, apacible, en calma por el que será fácil navegar en busca de un puerto seguro y permanente. Un puerto al que siempre llegan las personas BUENAS.
Cuando te asomabas a los ojos de Asun descubrías un mar de ternura. Un mar apacible, sin sobresaltos, de aguas tranquilas que aún así se desbordaban en un océano de humildad y cariño. En esos ojos color esperanza se reflejaba siempre la sencillez de la vida. Hay veces que las palabras tienen su justo sentido, o para ser más exactos, hay veces que algunas palabras parecen tener sentido. Y en el caso de Asun la palabra llena de sentido es la palabra BUENA. Así, sola, sin alharacas ni adornos, pero con mayúsculas. Buena en sus pocas letras, pero en su gran dimensión. No necesita adjetivos que le den calor ni adverbios que aumenten su valor. Era una mujer buena y el valor de esta palabra es la unanimidad que se puede reunir en torno a ella. Jamás conocí a nadie que pensara lo contrario. Y en ese calificativo común es donde de verdad se aprecia la bondad de una persona a la que nunca se le adivinó un mal gesto ni amagó ninguna mala acción. Era una mujer buena, con toda la dificultad que entraña vivir tantos años y llegar al final con la bondad intacta, como el primer día. Y eso se dejaba notar cuando traspasabas sus ojos y entrabas en su mar de ternura. No te exigía pasaporte ni salvoconducto alguno. Todo lo contrario, disfrutaba cuando alguien quería visitar sus aguas. Y es que a esa mirada intensa y limpia le acompañaba siempre un rostro apacible, un gesto que transmitía cercanía y hospitalidad, como la de los mejores anfitriones. Y, no hay que olvidarlo, a veces esa ternura y ese cariño peleaba a brazo partido con la preocupación que oscurecía sus ojos esas mañanas de sol en las que ejercía de madre y con el insomnio encima buscaba la aguja en un pajar, hasta que la encontraba. En esos caminos insondables de las mañanas cortas después de algunas noches largas, Asun y yo tejimos un cordón umbilical que ella alimentaba por uno de sus lados con su generoso amor maternal y yo por el otro con una amistad que sólo pretendía ser sincera. De repente se nos escurrió de las manos y en ese mar de ternura se abrió un pozo negro al que nos empujaba, a ella más que a mí, el dolor de la ausencia y la tragedia de la ansiedad. Y fue entonces cuando si te asomabas a los ojos de Asun descubrías unas manchas oscuras en el mar de ternura. La tristeza había sustituido al brillo de los amaneceres soleados y las aguas tranquilas hasta entonces, muchos días despertaban en profundas tempestades y ella se agarraba a un clavo ardiendo para evitar naufragar en las emociones.
La vida no cura nada, pero a veces lo disimula todo bajo la alfombra de los años, y la rutina acaba doblegando la pena, o la deja discurrir por esos paseos tranquilos contando las rayas de una plaza soleada, o memorizando los metros que separaban el puente de la venta. Hasta esa costumbre exigía un esfuerzo diario, al que Asun se entregaba con la tenacidad que siempre alumbra a las personas buenas y valerosas. Los horizontes empezaban a perder nitidez y la memoria buscaba otros caminos. Y es entonces cuando surge una fuerza de voluntad tan abrumadora como necesaria. Los obstáculos se suman cada día pero les cuesta hacer mella en una fortaleza que brota por cada necesidad que se le plantea. Los últimos días, y probablemente algunos de los primeros también, se habían aliado con la adversidad. El mar fue perdiendo fuerza, las olas apenas llegaban a la playa y el esfuerzo comenzaba a estar cada vez más lejos del éxito. Llegaron los dolores, vinieron acompañados de las ausencias y se instaló la inquietud como vecina permanente. Bueno permanente no, porque hace unos días decidió abandonarla a su propia suerte a la hora de iniciar esa eterna travesía. Menos mal que ella, Asun, lo tendrá un poco más fácil porque al otro lado de sus ojos siempre habrá un mar de ternura, apacible, en calma por el que será fácil navegar en busca de un puerto seguro y permanente. Un puerto al que siempre llegan las personas BUENAS.
Alejandro muchas gracias por tus bonitas palabras. La define a la perfeccion BUENA con mayusculas. Ana.