OTRA MANERA DE VER EL SANTO.
Estamos siempre abiertos a la esperanza. Al hablar de Blacos tenemos que pelear con los recuerdos y la nostalgia para que no invadan el futuro y la ilusión. Este año, el Santo, por un día, apagó los rescoldos del pasado y avivó las llamas del presente. Y descubrimos muchas cosas. Cambian algunas caras, llegan otras nuevas, se mantienen muchas de las que ya estaban. Y todas, con pasado, presente y futuro, se adaptan al fervor de una romería que estuvo durante un tiempo vagando entre las nubes de la indiferencia y entre algunos soles de tibieza y recato. Y ahora reluce más que cualquier jueves de ascensión, se convierte en una cita fija del calendario festivo de la primavera blaquense. Es un gusto ver ese aumento de asistentes, pero provoca todavía mayor satisfacción ver como todos se divierten, se abrazan a la hermandad de un árbol genealógico compartido, y reducen cualquier distancia disidente para acercarse a un amiguismo sincero.
Claro que hubo tortilla de patatas, y de nansarones. Claro que hubo costillas y panceta a la parrilla. Claro que hubo café, copas, y cubatas. Y por supuesto que hubo sociedades, más o menos largas, según quien las cantara y según quien apretara la bota. Claro que hubo música y baile. Y claro que hubo rifa de jamón, bota y güisqui. Y por supuesto que hubo caminos rectos llenos de curvas para regresar al pueblo cuando el sol también empezaba a abandonar la pradera. Pero todo esto, sin ser bueno, es lo que se espera siempre. Lo que se valora más es comprobar ese mar de sentimientos que abate sobre el santo en esa mágica tarde de mayo.
Estamos siempre abiertos a la esperanza. Al hablar de Blacos tenemos que pelear con los recuerdos y la nostalgia para que no invadan el futuro y la ilusión. Este año, el Santo, por un día, apagó los rescoldos del pasado y avivó las llamas del presente. Y descubrimos muchas cosas. Cambian algunas caras, llegan otras nuevas, se mantienen muchas de las que ya estaban. Y todas, con pasado, presente y futuro, se adaptan al fervor de una romería que estuvo durante un tiempo vagando entre las nubes de la indiferencia y entre algunos soles de tibieza y recato. Y ahora reluce más que cualquier jueves de ascensión, se convierte en una cita fija del calendario festivo de la primavera blaquense. Es un gusto ver ese aumento de asistentes, pero provoca todavía mayor satisfacción ver como todos se divierten, se abrazan a la hermandad de un árbol genealógico compartido, y reducen cualquier distancia disidente para acercarse a un amiguismo sincero.
Claro que hubo tortilla de patatas, y de nansarones. Claro que hubo costillas y panceta a la parrilla. Claro que hubo café, copas, y cubatas. Y por supuesto que hubo sociedades, más o menos largas, según quien las cantara y según quien apretara la bota. Claro que hubo música y baile. Y claro que hubo rifa de jamón, bota y güisqui. Y por supuesto que hubo caminos rectos llenos de curvas para regresar al pueblo cuando el sol también empezaba a abandonar la pradera. Pero todo esto, sin ser bueno, es lo que se espera siempre. Lo que se valora más es comprobar ese mar de sentimientos que abate sobre el santo en esa mágica tarde de mayo.