Mariano, uno de los Nuestros.
Mariano, al otro lado hace mucho frío, y tú eres de abrigarte en cuanto nace el otoño. Al otro lado, Mariano, siempre hace frío, porque este viaje que acabas de emprender tiene su estación término en una eternidad que sólo se alivia con interrogantes.
En ese lado, en el otro lado, faltan muchos de esos amigos que te dan calor en el reencuentro de cada verano, en ese Blacos cálido, cercano y acogedor al que siempre volvías para empezar por el principio el relato de una historia que se precipita hacia su rendición. Al otro lado se nota el frío y no se saborea ese sabrosos olor de la caldereta a la que te acercabas para cumplir un ritual que siempre te acompañaba en tu tránsito, y que dibujaba en tu perfil esa manera tan tuya de estar siempre dispuesto a la ayuda, a la generosidad y al diálogo sin barreras.
A ese otro lado es muy posible que no lleguen las lágrimas de familiares y amigos, y tampoco se noten las caricias de los nietos. Esas caricias y esos nietos que llenan cualquier hueco, que superan cualquier sinsabor, que culminan toda una vida de entrega y que desatan el amor desbordado de los abuelos. Estas cosas no sé yo si llegan más allá de la frontera terrenal. Me da la sensación que es un estado de paz excesiva y de escasa calidez. Me extraña que esa sea una situación que aguante tu alma rebelde, esa rebeldía que me trae a la memoria una fotografía que se podía confundir perfectamente con el quinto integrante de los Beatles. Melena cuidada, mirada incisiva, rictus desafiante ante toda una vida por delante y a la que ya habías comenzado a ponerle tu propia música y letra. Mezcla de la que nacía una sinfonía particular, que no tenía por qué estar en la cima de la lista de éxitos, pero que era la balada de un cantautor con sus propias raíces y sus propios sentimientos. Te conocimos con esa tenacidad que, intuyo, te enfrentaste al futuro sin contemplaciones, con esa sinceridad abrupta que forjaba una buena parte de tu carácter, y que se derretía en una amabilidad desbordante cada vez que alguien era capaz de acortar distancias. Y en Blacos, con los suyos y entre los nuestros, se desbocaba ese talante especial, esa manera particular de entender las cosas y esa manera tan cariñosa de acercarse a cada uno que pasaba al lado de su casa y se tomaba la molestia de saludarle. Un cariño tan especial que se hacía muy denso en esas distancias cortas en las que se adivina a las personas de verdad. Desde el otro lado de la modestia, y lejos de protagonismos gratuitos, hacía mucho tiempo que se había convertido en un imprescindible de los agostos de Blacos. Una de esas personas que te das cuenta de su auténtico valor cuando no está y empiezas a echarlo de menos. Notar su ausencia puede ser un homenaje silencioso en estos momentos de dolor, unos momentos en los que las palabras dicen muy poco o nada, pero el silencio puede ser un excelente tributo para todos esos seres cercanos que tratan de preparase para el invierno de la eternidad. No hace falta decir nada, casi no hace falta pensar nada. El dolor y la pena superan cualquier valla, rompen cualquier dique, y se convierten en una riada de tristeza, como esas riadas que anegan Los Prados cuando el Milanos se rebela contra la cordura, o cuando el Abión asalta el Refugio en busca de consuelo para el diluvio que lo arrastra.
Mariano, al otro lado hace mucho frío, y tú eres de abrigarte cuando nace el otoño. Quizás también por eso buscarás el rescoldo de las emociones en la esquina de Las Eras, en ese camposanto abrigado. Desde ahí podrás rememorar tus internadas por la banda derecha con ese equipo legendario, la U. D. Virgen de Valverde. Un extremo rápido como un rayo, frágil como un tallo, e incisivo como un puñal. Se te escapara una sonrisa cuando recuerdes el miedo que te tenían los defensas y las malas artes que empleaban con tus canillas para evitar el gol. También recordarás que un poco más tarde el balón lo compartías con tus hijos en esas mismas Eras, en un tono ya paternal. Más reciente tendrás tus paseos por los mimos sitios de la mano de tus nietos. Se te veía feliz, en paz, e iba a decir que gordo de satisfacción, peros sería un error porque contigo se podían arruinar todos los dietistas del mundo. Ahora, a la hora de echar mano de la nostalgia parece que atempera un poco el frío del adiós. A veces la memoria hace de bálsamo de cualquier hasta luego. Y es que aquí no hay despedidas. Es imposible que se vaya alguien que siempre ha estado al otro lado de la calle, alguien que ha respirado tu mismo aire, alguien que ha pisado la misma tierra, ha bebido en las mismas fuentes, ha ido a la misma escuela, se he sentado en los mimos bancos o se ha tumbado sobre la misma hierba. Nunca se puede despedir, Mariano, a alguien así. Es imposible, nunca se puede decir adiós a uno de los nuestros. Y tú Mariano, siempre serás uno de los nuestros. Hasta luego.
Mariano, al otro lado hace mucho frío, y tú eres de abrigarte en cuanto nace el otoño. Al otro lado, Mariano, siempre hace frío, porque este viaje que acabas de emprender tiene su estación término en una eternidad que sólo se alivia con interrogantes.
En ese lado, en el otro lado, faltan muchos de esos amigos que te dan calor en el reencuentro de cada verano, en ese Blacos cálido, cercano y acogedor al que siempre volvías para empezar por el principio el relato de una historia que se precipita hacia su rendición. Al otro lado se nota el frío y no se saborea ese sabrosos olor de la caldereta a la que te acercabas para cumplir un ritual que siempre te acompañaba en tu tránsito, y que dibujaba en tu perfil esa manera tan tuya de estar siempre dispuesto a la ayuda, a la generosidad y al diálogo sin barreras.
A ese otro lado es muy posible que no lleguen las lágrimas de familiares y amigos, y tampoco se noten las caricias de los nietos. Esas caricias y esos nietos que llenan cualquier hueco, que superan cualquier sinsabor, que culminan toda una vida de entrega y que desatan el amor desbordado de los abuelos. Estas cosas no sé yo si llegan más allá de la frontera terrenal. Me da la sensación que es un estado de paz excesiva y de escasa calidez. Me extraña que esa sea una situación que aguante tu alma rebelde, esa rebeldía que me trae a la memoria una fotografía que se podía confundir perfectamente con el quinto integrante de los Beatles. Melena cuidada, mirada incisiva, rictus desafiante ante toda una vida por delante y a la que ya habías comenzado a ponerle tu propia música y letra. Mezcla de la que nacía una sinfonía particular, que no tenía por qué estar en la cima de la lista de éxitos, pero que era la balada de un cantautor con sus propias raíces y sus propios sentimientos. Te conocimos con esa tenacidad que, intuyo, te enfrentaste al futuro sin contemplaciones, con esa sinceridad abrupta que forjaba una buena parte de tu carácter, y que se derretía en una amabilidad desbordante cada vez que alguien era capaz de acortar distancias. Y en Blacos, con los suyos y entre los nuestros, se desbocaba ese talante especial, esa manera particular de entender las cosas y esa manera tan cariñosa de acercarse a cada uno que pasaba al lado de su casa y se tomaba la molestia de saludarle. Un cariño tan especial que se hacía muy denso en esas distancias cortas en las que se adivina a las personas de verdad. Desde el otro lado de la modestia, y lejos de protagonismos gratuitos, hacía mucho tiempo que se había convertido en un imprescindible de los agostos de Blacos. Una de esas personas que te das cuenta de su auténtico valor cuando no está y empiezas a echarlo de menos. Notar su ausencia puede ser un homenaje silencioso en estos momentos de dolor, unos momentos en los que las palabras dicen muy poco o nada, pero el silencio puede ser un excelente tributo para todos esos seres cercanos que tratan de preparase para el invierno de la eternidad. No hace falta decir nada, casi no hace falta pensar nada. El dolor y la pena superan cualquier valla, rompen cualquier dique, y se convierten en una riada de tristeza, como esas riadas que anegan Los Prados cuando el Milanos se rebela contra la cordura, o cuando el Abión asalta el Refugio en busca de consuelo para el diluvio que lo arrastra.
Mariano, al otro lado hace mucho frío, y tú eres de abrigarte cuando nace el otoño. Quizás también por eso buscarás el rescoldo de las emociones en la esquina de Las Eras, en ese camposanto abrigado. Desde ahí podrás rememorar tus internadas por la banda derecha con ese equipo legendario, la U. D. Virgen de Valverde. Un extremo rápido como un rayo, frágil como un tallo, e incisivo como un puñal. Se te escapara una sonrisa cuando recuerdes el miedo que te tenían los defensas y las malas artes que empleaban con tus canillas para evitar el gol. También recordarás que un poco más tarde el balón lo compartías con tus hijos en esas mismas Eras, en un tono ya paternal. Más reciente tendrás tus paseos por los mimos sitios de la mano de tus nietos. Se te veía feliz, en paz, e iba a decir que gordo de satisfacción, peros sería un error porque contigo se podían arruinar todos los dietistas del mundo. Ahora, a la hora de echar mano de la nostalgia parece que atempera un poco el frío del adiós. A veces la memoria hace de bálsamo de cualquier hasta luego. Y es que aquí no hay despedidas. Es imposible que se vaya alguien que siempre ha estado al otro lado de la calle, alguien que ha respirado tu mismo aire, alguien que ha pisado la misma tierra, ha bebido en las mismas fuentes, ha ido a la misma escuela, se he sentado en los mimos bancos o se ha tumbado sobre la misma hierba. Nunca se puede despedir, Mariano, a alguien así. Es imposible, nunca se puede decir adiós a uno de los nuestros. Y tú Mariano, siempre serás uno de los nuestros. Hasta luego.