Francisco, "el de la Nati"
Siempre se movía embozado detrás de una sonrisa de puertas abiertas. Reflejo seguro, de un carácter simpático y extrovertido, y pasaporte imprescindible para hacerse amigo de los del pueblo. Algo que consiguió desde el primer día y con mucha facilidad, porque era un hombre de los que se hacen querer. Afable, cordial, enormemente educado y de palabra fácil y entretenida. Virtudes suficientes para hilvanar esas tertulias interminables de los Blacos de agostodespuésdelasiesta.
Puede que esté equivocado, pero una vez creo haber oído que se había dedicado al boxeo en su juventud. No sé si es verdad o un delirio de mi mente hiperactiva. Pero desde ese día me lo imaginaba con esa figura del boxeador típica de los años 20, con camiseta a rayas de tirantes, mostacho pronunciado, pectorales musculados y una sonrisa de anuncio. Con estos atributos, aunque sólo fuera en mi imaginación se convirtió en un símbolo fijo de esos agostos en los que todavía nos entretenía una conversación y no nos dejábamos arrastrar por los móviles o las redes sociales.
Alguna vez lo llevé de viaje con Nati a algún sitio al que tenían que ir. Desde que se montó en el coche se deshizo en explicaciones y justificaciones, incluso disculpas, como si les hubiera hecho el favor de su vida, cuando era yo el que tenía que estar agradecido porque me hacían compañía.
A Francisco se le añadía siempre “el de la Nati”, algo que se hace siempre en los pueblos para qué todo el mundo sepa de quien se habla. Pero no era necesario. Él por sí mismo se hizo querer porque se veía una persona sin dobleces, de carácter acogedor y con una simpatía contagiosa. Es difícil recordar cuando llegó a Blacos por primera vez, y es más fácil recordar la última. Entre una y otra deja una vida de recuerdos. Mientras se mantengan en la memoria de alguien uno de de esos recuerdos, se mantendrá la puerta abierta a Francisco “ el de la Nati”. Hasta siempre.
Siempre se movía embozado detrás de una sonrisa de puertas abiertas. Reflejo seguro, de un carácter simpático y extrovertido, y pasaporte imprescindible para hacerse amigo de los del pueblo. Algo que consiguió desde el primer día y con mucha facilidad, porque era un hombre de los que se hacen querer. Afable, cordial, enormemente educado y de palabra fácil y entretenida. Virtudes suficientes para hilvanar esas tertulias interminables de los Blacos de agostodespuésdelasiesta.
Puede que esté equivocado, pero una vez creo haber oído que se había dedicado al boxeo en su juventud. No sé si es verdad o un delirio de mi mente hiperactiva. Pero desde ese día me lo imaginaba con esa figura del boxeador típica de los años 20, con camiseta a rayas de tirantes, mostacho pronunciado, pectorales musculados y una sonrisa de anuncio. Con estos atributos, aunque sólo fuera en mi imaginación se convirtió en un símbolo fijo de esos agostos en los que todavía nos entretenía una conversación y no nos dejábamos arrastrar por los móviles o las redes sociales.
Alguna vez lo llevé de viaje con Nati a algún sitio al que tenían que ir. Desde que se montó en el coche se deshizo en explicaciones y justificaciones, incluso disculpas, como si les hubiera hecho el favor de su vida, cuando era yo el que tenía que estar agradecido porque me hacían compañía.
A Francisco se le añadía siempre “el de la Nati”, algo que se hace siempre en los pueblos para qué todo el mundo sepa de quien se habla. Pero no era necesario. Él por sí mismo se hizo querer porque se veía una persona sin dobleces, de carácter acogedor y con una simpatía contagiosa. Es difícil recordar cuando llegó a Blacos por primera vez, y es más fácil recordar la última. Entre una y otra deja una vida de recuerdos. Mientras se mantengan en la memoria de alguien uno de de esos recuerdos, se mantendrá la puerta abierta a Francisco “ el de la Nati”. Hasta siempre.