El Batán
Estaba buscando tiempo para escribir algo que me ayude a superar el síndrome de las ausencias, y casi sin darme cuenta me he dado de bruces con el otoño, esa estación que siempre vive en la periferia de la depresión y que sólo se alimenta de los colores más oscuros de la paleta de la vida. Vamos, una combinación perfecta para derrochar alegría y optimismo. Hace días que estoy leyendo un libro que cuenta una historia anterior a la Edad Media en una zona fundamentalmente dedicada a la cría de ovejas, y a la utilización de uno de sus productos más preciados, la lana. La industria lanar llevó al invento del batán, que era una máquina que convertía esta lana en otros productos más elaborados y tupidos para la creación de, fundamentalmente, prendas de vestir. El batán se construía siempre a la orilla de los ríos, para aprovechar la fuerza de la corriente como energía motora que permitía transformar la lana. En realidad el batán era un molino de lana, por decirlo de una forma simple.
Inmediatamente pensé en el Batán de Blacos, y empecé a inventarme la historia, algo a lo que soy muy aficionado, y que ahora está tan de moda como la lana.
El Blacos de mis cuentos y leyendas era aquel en el que había numerosos rebaños que hacían que a veces hubiera tanta gente en el monte como en el pueblo. Hablabas con personas de la generación de mis padres y todos, o casi todos, habían sido pastores, sus padres también habían sido pastores y los padres de sus padres también. Cuando yo vivía en Blacos había cinco o seis rebaños, y eso que ya había empezado a decaer el negocio.
Por eso no es de extrañar que hubiera un batán. Para los que no lo sepan estaba en el río Milanos, creo que antes de la doble curva que hace un poco después de abandonar el pueblo camino de La Torre.
La verdad es que pillaba un poco lejos, pero seguro que estaba allí porque la fuerza del río era mayor. Me imagino a los ganaderos de Blacos bajando hasta el Batán con cargas de lana para batearla y convertirla en tejido. Una faena dura y exigente y bien coordinada, porque la temporada de esquilo de las ovejas es siempre la misma y por lo tanto es fácil pensar que habría horas punta para el uso del Batán. Tampoco sé si era un negocio privado en el que el abatanador se encargaba del trabajo a cambio de un sueldo, o era municipal y el ayuntamiento cobraba una tasa a los que lo usaban. A estas alturas es difícil recomponer la historia del Batán porque han pasado muchos años, pero no estaría mal que esos expertos en bucear en los documentos históricos nos dieran un poco de luz sobre el tema. Yo no tengo inconveniente en inventarme la historia, pero entonces ya no estaría hablando de una historia sino de una novela.
También puede ser que el lugar elegido lo fuera porque pillaba a medio camino a los de la Torre. Hubo una época ya lejana que un torraño nos iluminaba con sus descubrimientos históricos. Entró en nuestra vida como un torbellino, a la manera de los amores inolvidables. Y salió de nuestra vida como un silbido, de esa manera en la que apenas dejas huella. Le podemos abrir la puerta de nuevo para ver si nos cuenta la historia real del Batán.
El otoño, adormecido siempre entre el calor del verano y las nieves del invierno, siempre es un buen momento para recordar, aunque sea una estación que vive a caballo de la indiferencia.
Estaba buscando tiempo para escribir algo que me ayude a superar el síndrome de las ausencias, y casi sin darme cuenta me he dado de bruces con el otoño, esa estación que siempre vive en la periferia de la depresión y que sólo se alimenta de los colores más oscuros de la paleta de la vida. Vamos, una combinación perfecta para derrochar alegría y optimismo. Hace días que estoy leyendo un libro que cuenta una historia anterior a la Edad Media en una zona fundamentalmente dedicada a la cría de ovejas, y a la utilización de uno de sus productos más preciados, la lana. La industria lanar llevó al invento del batán, que era una máquina que convertía esta lana en otros productos más elaborados y tupidos para la creación de, fundamentalmente, prendas de vestir. El batán se construía siempre a la orilla de los ríos, para aprovechar la fuerza de la corriente como energía motora que permitía transformar la lana. En realidad el batán era un molino de lana, por decirlo de una forma simple.
Inmediatamente pensé en el Batán de Blacos, y empecé a inventarme la historia, algo a lo que soy muy aficionado, y que ahora está tan de moda como la lana.
El Blacos de mis cuentos y leyendas era aquel en el que había numerosos rebaños que hacían que a veces hubiera tanta gente en el monte como en el pueblo. Hablabas con personas de la generación de mis padres y todos, o casi todos, habían sido pastores, sus padres también habían sido pastores y los padres de sus padres también. Cuando yo vivía en Blacos había cinco o seis rebaños, y eso que ya había empezado a decaer el negocio.
Por eso no es de extrañar que hubiera un batán. Para los que no lo sepan estaba en el río Milanos, creo que antes de la doble curva que hace un poco después de abandonar el pueblo camino de La Torre.
La verdad es que pillaba un poco lejos, pero seguro que estaba allí porque la fuerza del río era mayor. Me imagino a los ganaderos de Blacos bajando hasta el Batán con cargas de lana para batearla y convertirla en tejido. Una faena dura y exigente y bien coordinada, porque la temporada de esquilo de las ovejas es siempre la misma y por lo tanto es fácil pensar que habría horas punta para el uso del Batán. Tampoco sé si era un negocio privado en el que el abatanador se encargaba del trabajo a cambio de un sueldo, o era municipal y el ayuntamiento cobraba una tasa a los que lo usaban. A estas alturas es difícil recomponer la historia del Batán porque han pasado muchos años, pero no estaría mal que esos expertos en bucear en los documentos históricos nos dieran un poco de luz sobre el tema. Yo no tengo inconveniente en inventarme la historia, pero entonces ya no estaría hablando de una historia sino de una novela.
También puede ser que el lugar elegido lo fuera porque pillaba a medio camino a los de la Torre. Hubo una época ya lejana que un torraño nos iluminaba con sus descubrimientos históricos. Entró en nuestra vida como un torbellino, a la manera de los amores inolvidables. Y salió de nuestra vida como un silbido, de esa manera en la que apenas dejas huella. Le podemos abrir la puerta de nuevo para ver si nos cuenta la historia real del Batán.
El otoño, adormecido siempre entre el calor del verano y las nieves del invierno, siempre es un buen momento para recordar, aunque sea una estación que vive a caballo de la indiferencia.