Al calor de la lumbre V (pecados de juventud)
Hay veces que el sentido del humor se ha ido de gira. Hay veces que la ironía se ha fugado con mi mejor amigo. Y entonces sólo se me ocurre escribir los renglones más oscuros de mi literatura más ácida. Me acerco al calor de la lumbre buscando la complicidad de algo tan efímero como las llamas del fuego. Y de repente, una vez más, me da por pensar en la juventud. Es casi gratuito decir que a mis años, la juventud es un recuerdo, esa es la realidad. Y en esos años hay algunos, cada vez más, que no quiere reconocer la realidad y dice que es en la madurez cuando se descubre el valor de la vida… que a esos años uno ya ha hecho las paces consigo mismos.. o que al otro lado del ecuador sólo valoramos lo realmente importante.. y no sé cuántos cuentos chinos más.
La juventud es un recuerdo que nos mata de nostalgia. Y a muchos como a mí, no nos importaría volver a eso nervios clavados en la tripa cuando extendíamos la mano temblorosa que abría la puerta a un examen oral en el que nos jugábamos el presente, el futuro y media vida. No nos importaría volver a tener a un centímetro de nuestra cara esa mirada arrebatadora de color aguamarina que nos hacía le declaración de amor más sincera de nuestra vida, sin letra pequeña ni añadidos a pie de página. No nos importaría sentir ese sabor amargo de una mañana de resaca, después de un anoche eterna de juerga. No nos importaría volver a recordar esos besos que no dimos, esos amores que no llegaron o esas sábanas que no se arrugaron. Por esa juventud, muchos como yo, estaríamos dispuestos a volver a las armas, vestirnos de soldado, y regalar uno de los mejores años de nuestra vida para poder vivir en paz, aunque nadie dijera que había guerra. La juventud era temblor, e inseguridad, pasión y dudas, amor impulsivo y frenético y desamor trágico y esquivo. La juventud era la osadía de atreverse y el valor para equivocarse. La juventud era esa etapa de la vida que sólo deja facturas porque son años en los que nadie está dispuesto a asumir obligaciones más allá de las imprescindibles. La juventud eran esas noches de luna llena en las que se reflejaba el torrente de sentimientos que corrías por mis venas, por nuestras venas. La juventud era esa barbacana a las estrellas, a tu lado, muy juntitos, para sentir el calor de nuestra esperanza. La juventud eran esos viajes en los que sólo importaba el trayecto a bordo de un jardín de miradas enternecedoras y caricias que derretían nuestro corazón. La juventud era ese cruce de miradas en los ratos de no hacer nada, que certificaban una promesa de paraísos cercanos al otro lado de las sombras.
Entre las llamas de la lumbre creo descubrir esa playa infinita en la que se estiraban los abrazos de una vida que parecía infinita, cuando en realidad se acababa a la vuelta de la esquina. La juventud acaba siendo un peaje que hay que pagar en un intento de luchar por mantener el presente, a costa del futuro.
Y por todo esto, y por muchas cosas más, la juventud no acepta promesas de otras edades, no cree en gurús de otras vidas, no aceptan chantajes del más allá de esa barrera en la que el acné va dejando paso a las arrugas, lo rizos dorados se escarchan de canas y el corazón ya no palpita por ese amor platónico que esperas encontrar a la vuelta de la esquina. Palpita para alcanzar un día más el otro lado de la cama.
La juventud, en fin, siempre determina lo que nos queda por vivir. De una u otra forma acabaremos pagando las facturas de esos años en los que todo fue bueno, aunque entonces nos pareciera malo. Y una forma de pagarlo es aceptar una realidad por encima de mentiras piadosas, un nuevo mundo que no se rige por las cartas marinas.
No fue ni mejor ni peor que la de los demás. Fue distinta, personal e intransferible. Y con estos recuerdos lo que pretendo es que no se quede nunca oxidada. Recordar la juventud es, en cierta forma, mantenerla viva, aunque sea en el congelador de nuestra historia.
Lo único bueno que tiene superar largamente la juventud es que entras en una fase lunar en la que haces lo que quieres y, sobre todo, no te importa nada lo que piensen o digan de ti.
Para aquellos que alguna vez han pensado algo parecido, un abrazo y un reconocimiento a un principio cuando estamos llegando al final de otro año. Pero nadie dijo que todas las noches ibas a ser de boda, ni todas las lunas de miel (hoy está más justificado que nunca el citar a Sabina. Fue una de mis musas de juventud y, al igual que a él, “ alguien me robó el mes de abril”.
Hay veces que el sentido del humor se ha ido de gira. Hay veces que la ironía se ha fugado con mi mejor amigo. Y entonces sólo se me ocurre escribir los renglones más oscuros de mi literatura más ácida. Me acerco al calor de la lumbre buscando la complicidad de algo tan efímero como las llamas del fuego. Y de repente, una vez más, me da por pensar en la juventud. Es casi gratuito decir que a mis años, la juventud es un recuerdo, esa es la realidad. Y en esos años hay algunos, cada vez más, que no quiere reconocer la realidad y dice que es en la madurez cuando se descubre el valor de la vida… que a esos años uno ya ha hecho las paces consigo mismos.. o que al otro lado del ecuador sólo valoramos lo realmente importante.. y no sé cuántos cuentos chinos más.
La juventud es un recuerdo que nos mata de nostalgia. Y a muchos como a mí, no nos importaría volver a eso nervios clavados en la tripa cuando extendíamos la mano temblorosa que abría la puerta a un examen oral en el que nos jugábamos el presente, el futuro y media vida. No nos importaría volver a tener a un centímetro de nuestra cara esa mirada arrebatadora de color aguamarina que nos hacía le declaración de amor más sincera de nuestra vida, sin letra pequeña ni añadidos a pie de página. No nos importaría sentir ese sabor amargo de una mañana de resaca, después de un anoche eterna de juerga. No nos importaría volver a recordar esos besos que no dimos, esos amores que no llegaron o esas sábanas que no se arrugaron. Por esa juventud, muchos como yo, estaríamos dispuestos a volver a las armas, vestirnos de soldado, y regalar uno de los mejores años de nuestra vida para poder vivir en paz, aunque nadie dijera que había guerra. La juventud era temblor, e inseguridad, pasión y dudas, amor impulsivo y frenético y desamor trágico y esquivo. La juventud era la osadía de atreverse y el valor para equivocarse. La juventud era esa etapa de la vida que sólo deja facturas porque son años en los que nadie está dispuesto a asumir obligaciones más allá de las imprescindibles. La juventud eran esas noches de luna llena en las que se reflejaba el torrente de sentimientos que corrías por mis venas, por nuestras venas. La juventud era esa barbacana a las estrellas, a tu lado, muy juntitos, para sentir el calor de nuestra esperanza. La juventud eran esos viajes en los que sólo importaba el trayecto a bordo de un jardín de miradas enternecedoras y caricias que derretían nuestro corazón. La juventud era ese cruce de miradas en los ratos de no hacer nada, que certificaban una promesa de paraísos cercanos al otro lado de las sombras.
Entre las llamas de la lumbre creo descubrir esa playa infinita en la que se estiraban los abrazos de una vida que parecía infinita, cuando en realidad se acababa a la vuelta de la esquina. La juventud acaba siendo un peaje que hay que pagar en un intento de luchar por mantener el presente, a costa del futuro.
Y por todo esto, y por muchas cosas más, la juventud no acepta promesas de otras edades, no cree en gurús de otras vidas, no aceptan chantajes del más allá de esa barrera en la que el acné va dejando paso a las arrugas, lo rizos dorados se escarchan de canas y el corazón ya no palpita por ese amor platónico que esperas encontrar a la vuelta de la esquina. Palpita para alcanzar un día más el otro lado de la cama.
La juventud, en fin, siempre determina lo que nos queda por vivir. De una u otra forma acabaremos pagando las facturas de esos años en los que todo fue bueno, aunque entonces nos pareciera malo. Y una forma de pagarlo es aceptar una realidad por encima de mentiras piadosas, un nuevo mundo que no se rige por las cartas marinas.
No fue ni mejor ni peor que la de los demás. Fue distinta, personal e intransferible. Y con estos recuerdos lo que pretendo es que no se quede nunca oxidada. Recordar la juventud es, en cierta forma, mantenerla viva, aunque sea en el congelador de nuestra historia.
Lo único bueno que tiene superar largamente la juventud es que entras en una fase lunar en la que haces lo que quieres y, sobre todo, no te importa nada lo que piensen o digan de ti.
Para aquellos que alguna vez han pensado algo parecido, un abrazo y un reconocimiento a un principio cuando estamos llegando al final de otro año. Pero nadie dijo que todas las noches ibas a ser de boda, ni todas las lunas de miel (hoy está más justificado que nunca el citar a Sabina. Fue una de mis musas de juventud y, al igual que a él, “ alguien me robó el mes de abril”.