Carlos *, el trovador del verano.
Ayer se rompían para siempre las cuerdas de su guitarra. Una guitarra con la que tejía las canciones más profundas de sus raíces en esas tardesnoches de jarana en Blacos. Una voz y una guitarra que lo convirtieron en un clásico del verano. Y es que a veces sólo los hombres sencillos como él son capaces de convertir en perpetuos sus recuerdos. Siempre estaba alerta y era raro que comenzara la fiesta sin su guitarra. Y si no estaba había alguien dispuesto a llamarlo para que esas tertulias no acabaran con olor a alcanfor y lo hicieran con la letra perfumada de las jotas aragonesas. Es cierto que a veces sustituía la música por la melodía del transistor, al que se pegaba, y se movía al ritmo de su equipo del alma. Era un equipo que se llevaba a matar con el de su vecino, pero por encima de rivalidades deportivas construyeron una amistad duradera. Es otro mérito de los hombres sencillos como él. Son capaces siempre de ir más allá de las diferencias para encontrar la amistad, la compañía y la confidencia. Carlos, es el último que se suma a la lista de un año de muchas y duras despedidas. La Navidad, fiesta de de familia y alegría, se ha convertido este año en una procesión de dolor, adornada con polvorones de desolación y tristeza. Ha sido un año que debería haber terminado casi nada más empezar para evitar los sarpullidos de tragedia en los que nos ha envuelto a todos los que tenemos algo que ver y que sentir por Blacos y sus gentes. Y eso que algunos, como Carlos, han tratado de pasar por el trance con el mismo silencio que se movía por Blacos cuando viajaba sin su guitarra y sin su transistor. Fue un trovador entre gentes poco dadas a la música. Y fue capaz de convertirse en imprescindible sin presunción alguna, con la sencillez de los hombres modestos y tranquilos. Ayer se fue y nos dejó una guitarra sin cuerdas como recuerdo. Ahora es tarea de los que quedamos enhebrar esas tertulias de nuevo… aunque sea sin su guitarra.
* (Carlos era padre de Eduardo y Carlos. Cuñado de Marcelino y Margarita)
Ayer se rompían para siempre las cuerdas de su guitarra. Una guitarra con la que tejía las canciones más profundas de sus raíces en esas tardesnoches de jarana en Blacos. Una voz y una guitarra que lo convirtieron en un clásico del verano. Y es que a veces sólo los hombres sencillos como él son capaces de convertir en perpetuos sus recuerdos. Siempre estaba alerta y era raro que comenzara la fiesta sin su guitarra. Y si no estaba había alguien dispuesto a llamarlo para que esas tertulias no acabaran con olor a alcanfor y lo hicieran con la letra perfumada de las jotas aragonesas. Es cierto que a veces sustituía la música por la melodía del transistor, al que se pegaba, y se movía al ritmo de su equipo del alma. Era un equipo que se llevaba a matar con el de su vecino, pero por encima de rivalidades deportivas construyeron una amistad duradera. Es otro mérito de los hombres sencillos como él. Son capaces siempre de ir más allá de las diferencias para encontrar la amistad, la compañía y la confidencia. Carlos, es el último que se suma a la lista de un año de muchas y duras despedidas. La Navidad, fiesta de de familia y alegría, se ha convertido este año en una procesión de dolor, adornada con polvorones de desolación y tristeza. Ha sido un año que debería haber terminado casi nada más empezar para evitar los sarpullidos de tragedia en los que nos ha envuelto a todos los que tenemos algo que ver y que sentir por Blacos y sus gentes. Y eso que algunos, como Carlos, han tratado de pasar por el trance con el mismo silencio que se movía por Blacos cuando viajaba sin su guitarra y sin su transistor. Fue un trovador entre gentes poco dadas a la música. Y fue capaz de convertirse en imprescindible sin presunción alguna, con la sencillez de los hombres modestos y tranquilos. Ayer se fue y nos dejó una guitarra sin cuerdas como recuerdo. Ahora es tarea de los que quedamos enhebrar esas tertulias de nuevo… aunque sea sin su guitarra.
* (Carlos era padre de Eduardo y Carlos. Cuñado de Marcelino y Margarita)