Esteban, ese cariño de cercanías.
Esteban era una de esas personas en las que crecía el cariño al mismo ritmo que disminuían las distancias. Era un hombre de cariño de cercanías, dueño de esa ternura que manejaba con mano experta, siempre por terreno conocido y sin asustarse de cualquier obstáculo que le pusiera la vida para seguir por ese camino de sensibilidad que circulaba por cada uno de los poros de su cuerpo. Un cariño que se convertía en amor eterno cuando guiaba con esa mano firme a su mujer, Asunción, por todos los llanos del pueblo que para ella se habían convertido hacía tiempo en muros infranqueables. ¿Quién no los recuerda a los dos cogidos de la mano, con esos gorritos de lona para cubrirse del sol inclemente? ¿Quién es capaz de olvidarse de esa miradas bañadas en la pureza más absoluta de un cariño de cercanías? Esteban era un hombre que vivió todas las etapas que yo recuerdo de mi pueblo, y tuvo el mérito de escribir en nuestra memoria esa imagen de hombre íntegro y cabal, dispuesto al sacrificio y al esfuerzo como el primero. Con esa misma mano que guiaba a su mujer conducía el Barreiros por esas fincas que fueron su modo de vida. Con esa misma mano firme que disparaba su escopeta en otras de las pocas pasiones que le permitió la austeridad de muchos de los tiempos que le tocó vivir.
Pero Esteban era también generosidad, ésta ya sin cercanías porque llegaba cualquiera que se cruzara en su camino. Yo nunca podré olvidar esas mañanas o tardes de verano que bajaba a su huerto y salía cargado de montones de productos. Lechugas, vainas, tomates… que iban desapareciendo al mismo ritmo que se encontraba con alguien. Cuando superaba la plaza ya alcanzaba su casa con poco o nada entre las manos. Todo lo había regalado, y con ese cariño cercano, lo hacía siempre con una sonrisa en la boca.
Ese cariño de cercanía se tejía también a la sombra del patio en esas tardes de bochorno, en las que contaba sus aventuras y te preguntaba por la tuyas con la familiaridad que se había instalado en nuestras vidas.
Esteban ha sido una de esas personas que se hacía querer sin poner gran empeño en lograrlo. Es la virtud que tienen algunas personas cuando son transparentes en su vida y dejan que en la suya se transparenten también las de los demás. Sólo una persona con esas virtudes puede enfrentarse a la cara de la adversidad cuando se le aparecía poco a poco sobre todo en los últimos años de su vida. Cambiaba el paso ligero por el andador de la dificultad, pero en su cara se mantenía el mismo semblante positivo. Y eso está al alcance de muy pocos. Y también está al alcance de muy pocos darse cuenta de esos valores. Solo los permite distinguir esa cercanía en la que se movía su cariño. Ojalá esa cercanía cree costumbre, porque ha tenido un gran maestro. Hasta siempre.
Esteban era una de esas personas en las que crecía el cariño al mismo ritmo que disminuían las distancias. Era un hombre de cariño de cercanías, dueño de esa ternura que manejaba con mano experta, siempre por terreno conocido y sin asustarse de cualquier obstáculo que le pusiera la vida para seguir por ese camino de sensibilidad que circulaba por cada uno de los poros de su cuerpo. Un cariño que se convertía en amor eterno cuando guiaba con esa mano firme a su mujer, Asunción, por todos los llanos del pueblo que para ella se habían convertido hacía tiempo en muros infranqueables. ¿Quién no los recuerda a los dos cogidos de la mano, con esos gorritos de lona para cubrirse del sol inclemente? ¿Quién es capaz de olvidarse de esa miradas bañadas en la pureza más absoluta de un cariño de cercanías? Esteban era un hombre que vivió todas las etapas que yo recuerdo de mi pueblo, y tuvo el mérito de escribir en nuestra memoria esa imagen de hombre íntegro y cabal, dispuesto al sacrificio y al esfuerzo como el primero. Con esa misma mano que guiaba a su mujer conducía el Barreiros por esas fincas que fueron su modo de vida. Con esa misma mano firme que disparaba su escopeta en otras de las pocas pasiones que le permitió la austeridad de muchos de los tiempos que le tocó vivir.
Pero Esteban era también generosidad, ésta ya sin cercanías porque llegaba cualquiera que se cruzara en su camino. Yo nunca podré olvidar esas mañanas o tardes de verano que bajaba a su huerto y salía cargado de montones de productos. Lechugas, vainas, tomates… que iban desapareciendo al mismo ritmo que se encontraba con alguien. Cuando superaba la plaza ya alcanzaba su casa con poco o nada entre las manos. Todo lo había regalado, y con ese cariño cercano, lo hacía siempre con una sonrisa en la boca.
Ese cariño de cercanía se tejía también a la sombra del patio en esas tardes de bochorno, en las que contaba sus aventuras y te preguntaba por la tuyas con la familiaridad que se había instalado en nuestras vidas.
Esteban ha sido una de esas personas que se hacía querer sin poner gran empeño en lograrlo. Es la virtud que tienen algunas personas cuando son transparentes en su vida y dejan que en la suya se transparenten también las de los demás. Sólo una persona con esas virtudes puede enfrentarse a la cara de la adversidad cuando se le aparecía poco a poco sobre todo en los últimos años de su vida. Cambiaba el paso ligero por el andador de la dificultad, pero en su cara se mantenía el mismo semblante positivo. Y eso está al alcance de muy pocos. Y también está al alcance de muy pocos darse cuenta de esos valores. Solo los permite distinguir esa cercanía en la que se movía su cariño. Ojalá esa cercanía cree costumbre, porque ha tenido un gran maestro. Hasta siempre.
Gracias alejandro por esas palabras tan bonitas y si se les echara mucho de menos al esteban y la asubcion como a todos los ke se nos an ido