Carmen
Hace ya un tiempo que se fue, en ese año aciago para una familia que ha sabido mejor que nadie que es eso de, “annus horribilis”. Carmen era hermana de Angelita, Sixto, Isidro y Mariano. Hubo muchos veranos en que su presencia era fija en Blacos y sus tres hijos formaban parte de los grupos de amigos que poblaban esos agostos inolvidables. Mujer reservada y plegada en su propia sencillez, a mí me recuerda a la cara b de los discos de vinilo que se mareaban de tantas vueltas en los bailes de aquellos años. La cara a siempre quiere ser una apuesta vistosa y llamativa para conseguir el éxito. Sin embargo la cara B, a la sombra de la luces, recogía un trabajo más concienzudo, reposado y bañado en la calidad de la música más personal.
Y así era Carmen. Una mujer tan simpática como agradable. Daba sensación de una absoluta tranquilidad, aunque todo había que deducirlo a través de su carácter reservado. Lo que era mucho más evidente era su simpatía eterna y una elegancia natural que colgaba siempre de su sonrisa perenne cada vez que te acercabas a ella. Esta forma de ser la alejaba del barullo y el ruido mundano que siempre llenaba el pueblo en esos días de asueto. Si además, ya hacía tiempo que había dejado de ir a Blacos, es difícil hacer de ella un retrato que nos acerque a su forma de ser. Entonces hay que tirar de esos recuerdos escondido en el baúl, a prueba de frágiles memorias, para hacer una pequeña semblanza de quien fue Carmen. Y ahí yo la recuerdo siempre en la puerta de sus padres, con esa sonrisa con la que firmaba cualquier conversación, sin alborotos, ni algarabías, ni nada que fuera más allá de una absoluta tranquilidad. Era eso, la cara b del disco, esa canción que siempre escuchábamos con expectación y con el deseo de que fuera tan buena como la de la cara a. Y en su caso se cumplía con creces. Hasta siempre, Carmen.
Hace ya un tiempo que se fue, en ese año aciago para una familia que ha sabido mejor que nadie que es eso de, “annus horribilis”. Carmen era hermana de Angelita, Sixto, Isidro y Mariano. Hubo muchos veranos en que su presencia era fija en Blacos y sus tres hijos formaban parte de los grupos de amigos que poblaban esos agostos inolvidables. Mujer reservada y plegada en su propia sencillez, a mí me recuerda a la cara b de los discos de vinilo que se mareaban de tantas vueltas en los bailes de aquellos años. La cara a siempre quiere ser una apuesta vistosa y llamativa para conseguir el éxito. Sin embargo la cara B, a la sombra de la luces, recogía un trabajo más concienzudo, reposado y bañado en la calidad de la música más personal.
Y así era Carmen. Una mujer tan simpática como agradable. Daba sensación de una absoluta tranquilidad, aunque todo había que deducirlo a través de su carácter reservado. Lo que era mucho más evidente era su simpatía eterna y una elegancia natural que colgaba siempre de su sonrisa perenne cada vez que te acercabas a ella. Esta forma de ser la alejaba del barullo y el ruido mundano que siempre llenaba el pueblo en esos días de asueto. Si además, ya hacía tiempo que había dejado de ir a Blacos, es difícil hacer de ella un retrato que nos acerque a su forma de ser. Entonces hay que tirar de esos recuerdos escondido en el baúl, a prueba de frágiles memorias, para hacer una pequeña semblanza de quien fue Carmen. Y ahí yo la recuerdo siempre en la puerta de sus padres, con esa sonrisa con la que firmaba cualquier conversación, sin alborotos, ni algarabías, ni nada que fuera más allá de una absoluta tranquilidad. Era eso, la cara b del disco, esa canción que siempre escuchábamos con expectación y con el deseo de que fuera tan buena como la de la cara a. Y en su caso se cumplía con creces. Hasta siempre, Carmen.