Memoria contra el olvido
Es un recuerdo más que un compromiso. Pero también es una necesidad individual mantener viva en mi memoria la memoria de aquellos que la perdieron en el olvido. Hoy probablemente todos nos volvemos a acordar que es el Día del Alzheimer. Bueno todos no, ellos no se acuerdan ni de esto ni probablemente del día de la semana, sobre todo aquellos que están ya subidos en el tobogán de la oscuridad. Y recodar que día es hoy es bueno, muy bueno, entre otras cosas porque contribuye a dar una mayor visibilidad a una enfermedad que hace saltar todas las costuras sociales y empuja a enfermos y familiares a un aislamiento y a veces a un desamparo que va más allá de la desesperación porque no aparezca ese medicamento milagrosos que permita suavizar el sufrimiento. Y también porque otro de los problemas es la negación de una enfermedad que crece y se extiende, y a la que hay que ponerle cara y nombre para saber siempre a qué nos referimos. Este año se reivindica un tratamiento global del alzheimer, que reconoce una vez más que el problema afecta a muchos más que al enfermo. Ellos cuando pierden la memoria ignoran la esperanza de la ayuda, el cuidado, el apoyo. Pero los que están a su lado tienen que luchar contra esa desesperanza, contra la soledad, a veces contra la incomprensión, y siempre emprenden una batalla contra sus propias angustias y ansiedades, y no siempre consiguen la victoria. Y es que el alzheimer es una enfermedad en la que no hay victoria. Lo que se trata, de momento, es que tampoco haya resignación.
Es un recuerdo más que un compromiso. Pero también es una necesidad individual mantener viva en mi memoria la memoria de aquellos que la perdieron en el olvido. Hoy probablemente todos nos volvemos a acordar que es el Día del Alzheimer. Bueno todos no, ellos no se acuerdan ni de esto ni probablemente del día de la semana, sobre todo aquellos que están ya subidos en el tobogán de la oscuridad. Y recodar que día es hoy es bueno, muy bueno, entre otras cosas porque contribuye a dar una mayor visibilidad a una enfermedad que hace saltar todas las costuras sociales y empuja a enfermos y familiares a un aislamiento y a veces a un desamparo que va más allá de la desesperación porque no aparezca ese medicamento milagrosos que permita suavizar el sufrimiento. Y también porque otro de los problemas es la negación de una enfermedad que crece y se extiende, y a la que hay que ponerle cara y nombre para saber siempre a qué nos referimos. Este año se reivindica un tratamiento global del alzheimer, que reconoce una vez más que el problema afecta a muchos más que al enfermo. Ellos cuando pierden la memoria ignoran la esperanza de la ayuda, el cuidado, el apoyo. Pero los que están a su lado tienen que luchar contra esa desesperanza, contra la soledad, a veces contra la incomprensión, y siempre emprenden una batalla contra sus propias angustias y ansiedades, y no siempre consiguen la victoria. Y es que el alzheimer es una enfermedad en la que no hay victoria. Lo que se trata, de momento, es que tampoco haya resignación.