Joé primo, estoy en un sinvivir. Me vas a tener que decir que tomas para mantener tu equilibrio mental porque estoy al borde del síncope. Fíjate que llevamos tiempo escribiendo en este foro y nunca me había pasado lo de ayer. Cuando estaba concentrado para ver perder al Real Madrid me llega un mensaje de una buena amiga de Blacos y me dice que está indignada por ese escrito que hay debajo de éste. Y cuando Bale falló una ocasión cantada me llaman por teléfono para preguntarme una vez más si sabía quién puede ser el firmante de abajo. Pero lo que más me cabreó es que me preguntaran casi afirmando qué si era yo el grillo. La pregunta siempre incluye eso de, ¿No tendrás tú algo que ver con Pepito Grillo? La verdad es que ya no disfruté del partido porque mi cabeza puso el piloto automático de centrifugadora. Lo acabo de leer, lo del Pepito digo, y tampoco me parece para tanto, al menos para sentirme tan indignado como mi querida amiga Chus. Y esto puede ser porque Pepito parece conocer mejor que yo la letra pequeña de la vida de Blacos. Es cierto que yo me quedo con los grandes titulares de las vacaciones, de nuestras comidas, nuestras cenas, nuestros viajes... y no me preocupo en exceso en mirar mucho más allá. Aún así intuyo que la vida diaria del pueblo está sometida a una marejada, que a veces parece convertirse en tormenta y que algunas veces acaba en un vendaval que se lleva todo a su paso.
También es cierto que existen teorías políticas que dicen que hay parásitos que se mueven como pez en el agua cuando el río está revuelto. Impostores que se alimentan de la desdicha y del odio, e incluso gurús de “la solución final” que son felices cuando consiguen que calen sus mensajes apocalípticos, cuando se propaga su teoría de la destrucción e incluso cuando alguien alaba su mezquindad congénita en esos discursos de mesa camilla en el que se acaba apagando el brasero con las babas húmedas que destila su desprecio. Son pequeños virreyes de la insidia que tienen como único programa el caos porque sólo se alimentan de la maldad y la distancia. La felicidad tiene muchas caras y se busca de muchas formas. Lo triste es que algunos sólo la encuentran en la división, en los mensajes destructivos y en las amistades sobornadas. Es triste pero es así, sucede en muchas partes y, lo queramos o no, Blacos no es ajeno a una forma de ser y de vivir deshumanizada.
Pero aunque lo pueda parecer, no es esto lo que más me preocupa. Me parece mucho más grave lo que no se dice. Si damos por cierto lo que publica el de abajo, también tenemos que dar por cierto que su cariño por Blacos es muy escaso, o nulo. Si es cierto que está asistiendo a ese mercadeo de voluntades, creo que es más ético buscar un mensaje positivo y no perder el tiempo en ahondar en una división que todavía divide más. Si tienes algún sentimiento por el pueblo deberías intentar romper esos muros, restañar esas heridas, apelar a los acercamientos y huir de descalificaciones. Si construyes muros, puedes acabar aislado y la soledad es muy mala, incluso en primavera. Si quieres al pueblo creo que deberías esforzarte en querer a sus gentes. Perdona que te lo diga pero si tu esfuerzo es para incentivar la división y el odio puede que acabes dándote cuenta que no quieres a tu pueblo ni a sus gentes. Esa amargura con la que disfrazas el escrito no impide sospechar que te mueven intereses personales y odios muy particulares. Y si tú ejerces el odio y la división no puedes permitirte el lujo de criticar a los que según dices, hacen lo mismo.. ¿O quizás consideras que tienes más derechos que los demás? Si te conviertes en juez cuando eres parte, cualquier veredicto que emitas estará viciado desde el principio, será una decisión tan interesada como tus propios intereses. O no? También puede ser que tengas argumentos y razones para decir lo que dices, pero si no lo explicas mejor pierden cualquier valor y están viciados de nacimiento. Hay mucha vanidad en el escrito porque da la sensación de que estás por encima de los problemas que cuentas. Pero es sólo un engaño. Si estuvieras por encima de esos problemas no hablarías de ellos porque no te preocuparían lo más mínimo.
Creo que la actitud más elegante, siempre creyendo que es cierto lo que cuentas, sería apelar a la unidad y al entendimiento. Sólo un pueblo unido y con un objetivo común puede sobrevivir en estos tiempos de egoísmo y de envidias. Lo que creo que hay que decirles a todos a los que te refieres, es que deben hacer un esfuerzo por buscar un punto de entendimiento. La gente puede entenderse más allá de sus diferencias. Pero eso exige esfuerzo, comprensión y lealtad. Si no, no hay forma. El diálogo es un camino seguro, porque hablando se puede llegar a ese entendimiento. Pero si no se consigue llegar a un acuerdo, por lo menos nadie podrá reprocharles que no lo han intentado. Es cierto que en sitios tan pequeños hay problemas enquistados, actitudes cancerígenas, relaciones rotas.. pero eso no se arregla contándolas de la manera ofensiva que tú lo haces. Un buen punto de partida es hacerles ver que no les ha servido para nada el silencio ni la incomunicación, que están alejados, y que pueden acabar en una lejanía irreconciliable. Y para acabar con la lejanía hay que acercarse, mirarse a la cara, sostenerse la mirada y hablar, e incluso discutir. Pero siempre de una manera racional y respetuosa. El diálogo, si se convierte en un rosario de agravios hacia el otro acaba conduciendo al abismo. Y ahí es donde has pretendido llevarlos tú con tu escrito. Si Blacos acaba en el abismo todos estaremos más o menos cerca de ese precipicio. Y cuando uno está a un paso del acantilado, corre muchos riesgos de caerse. Hay que evitar la caída. Tú te has limitado a darles un empujón, y me imagino que ahora lo que quieres es mirar desde arriba para disfrutar de sus heridas. Y en tu caso, mirar desde lejos es un síntoma de cobardía.
Ese no es el camino, querido Pepito. El camino es la cordura y no la agresividad, el camino es la paz y no la violencia, el camino es el diálogo y no el silencio... Ahí sí podemos encontrarnos algún día: Por las veredas que pretendes caminar tendrás escasa compañía y sólo encontrarás alimañas.
En cuanto a esa corriente de opinión que de vez en cuando me insinúa que yo puedo estar detrás de este y otros seudónimos, digo lo de siempre. Soy un tío lleno de defectos. Alto, guapo, chulo y engominado. Pero además de tonto soy un ególatra, que Pepito por si no lo entiendes, quiere decir que me quiero mucho a mí mismo, vamos que me idolatro. Y me quiero tanto que me gusta que todo el mundo sepa lo que escribo, y por eso siempre, sin excepción, lo hago con mi nombre y apellido. No me voy a esconder para que un día me salga una obra maestra (¿?), y mis admiradores, que son millones, no sepan que eso lo he escrito yo. Faltaría más, no me lo perdonaría nunca.
Pero también voy a decirte una última cosa. A mí me da igual si escribes con tu nombre, con un alias o suplantas al mismísimo García Márquez o te crees heredero de Antonio Machado. Me da igual, te lo aseguro. Pero lo que ya no me da tan igual es que si vas a criticar a alguien lo hagas a escondidas. Creo que los agraviados deben tener la posibilidad de replicarte. Pero replicarte a ti, no al lucero del alba.
A tu disposición.
También es cierto que existen teorías políticas que dicen que hay parásitos que se mueven como pez en el agua cuando el río está revuelto. Impostores que se alimentan de la desdicha y del odio, e incluso gurús de “la solución final” que son felices cuando consiguen que calen sus mensajes apocalípticos, cuando se propaga su teoría de la destrucción e incluso cuando alguien alaba su mezquindad congénita en esos discursos de mesa camilla en el que se acaba apagando el brasero con las babas húmedas que destila su desprecio. Son pequeños virreyes de la insidia que tienen como único programa el caos porque sólo se alimentan de la maldad y la distancia. La felicidad tiene muchas caras y se busca de muchas formas. Lo triste es que algunos sólo la encuentran en la división, en los mensajes destructivos y en las amistades sobornadas. Es triste pero es así, sucede en muchas partes y, lo queramos o no, Blacos no es ajeno a una forma de ser y de vivir deshumanizada.
Pero aunque lo pueda parecer, no es esto lo que más me preocupa. Me parece mucho más grave lo que no se dice. Si damos por cierto lo que publica el de abajo, también tenemos que dar por cierto que su cariño por Blacos es muy escaso, o nulo. Si es cierto que está asistiendo a ese mercadeo de voluntades, creo que es más ético buscar un mensaje positivo y no perder el tiempo en ahondar en una división que todavía divide más. Si tienes algún sentimiento por el pueblo deberías intentar romper esos muros, restañar esas heridas, apelar a los acercamientos y huir de descalificaciones. Si construyes muros, puedes acabar aislado y la soledad es muy mala, incluso en primavera. Si quieres al pueblo creo que deberías esforzarte en querer a sus gentes. Perdona que te lo diga pero si tu esfuerzo es para incentivar la división y el odio puede que acabes dándote cuenta que no quieres a tu pueblo ni a sus gentes. Esa amargura con la que disfrazas el escrito no impide sospechar que te mueven intereses personales y odios muy particulares. Y si tú ejerces el odio y la división no puedes permitirte el lujo de criticar a los que según dices, hacen lo mismo.. ¿O quizás consideras que tienes más derechos que los demás? Si te conviertes en juez cuando eres parte, cualquier veredicto que emitas estará viciado desde el principio, será una decisión tan interesada como tus propios intereses. O no? También puede ser que tengas argumentos y razones para decir lo que dices, pero si no lo explicas mejor pierden cualquier valor y están viciados de nacimiento. Hay mucha vanidad en el escrito porque da la sensación de que estás por encima de los problemas que cuentas. Pero es sólo un engaño. Si estuvieras por encima de esos problemas no hablarías de ellos porque no te preocuparían lo más mínimo.
Creo que la actitud más elegante, siempre creyendo que es cierto lo que cuentas, sería apelar a la unidad y al entendimiento. Sólo un pueblo unido y con un objetivo común puede sobrevivir en estos tiempos de egoísmo y de envidias. Lo que creo que hay que decirles a todos a los que te refieres, es que deben hacer un esfuerzo por buscar un punto de entendimiento. La gente puede entenderse más allá de sus diferencias. Pero eso exige esfuerzo, comprensión y lealtad. Si no, no hay forma. El diálogo es un camino seguro, porque hablando se puede llegar a ese entendimiento. Pero si no se consigue llegar a un acuerdo, por lo menos nadie podrá reprocharles que no lo han intentado. Es cierto que en sitios tan pequeños hay problemas enquistados, actitudes cancerígenas, relaciones rotas.. pero eso no se arregla contándolas de la manera ofensiva que tú lo haces. Un buen punto de partida es hacerles ver que no les ha servido para nada el silencio ni la incomunicación, que están alejados, y que pueden acabar en una lejanía irreconciliable. Y para acabar con la lejanía hay que acercarse, mirarse a la cara, sostenerse la mirada y hablar, e incluso discutir. Pero siempre de una manera racional y respetuosa. El diálogo, si se convierte en un rosario de agravios hacia el otro acaba conduciendo al abismo. Y ahí es donde has pretendido llevarlos tú con tu escrito. Si Blacos acaba en el abismo todos estaremos más o menos cerca de ese precipicio. Y cuando uno está a un paso del acantilado, corre muchos riesgos de caerse. Hay que evitar la caída. Tú te has limitado a darles un empujón, y me imagino que ahora lo que quieres es mirar desde arriba para disfrutar de sus heridas. Y en tu caso, mirar desde lejos es un síntoma de cobardía.
Ese no es el camino, querido Pepito. El camino es la cordura y no la agresividad, el camino es la paz y no la violencia, el camino es el diálogo y no el silencio... Ahí sí podemos encontrarnos algún día: Por las veredas que pretendes caminar tendrás escasa compañía y sólo encontrarás alimañas.
En cuanto a esa corriente de opinión que de vez en cuando me insinúa que yo puedo estar detrás de este y otros seudónimos, digo lo de siempre. Soy un tío lleno de defectos. Alto, guapo, chulo y engominado. Pero además de tonto soy un ególatra, que Pepito por si no lo entiendes, quiere decir que me quiero mucho a mí mismo, vamos que me idolatro. Y me quiero tanto que me gusta que todo el mundo sepa lo que escribo, y por eso siempre, sin excepción, lo hago con mi nombre y apellido. No me voy a esconder para que un día me salga una obra maestra (¿?), y mis admiradores, que son millones, no sepan que eso lo he escrito yo. Faltaría más, no me lo perdonaría nunca.
Pero también voy a decirte una última cosa. A mí me da igual si escribes con tu nombre, con un alias o suplantas al mismísimo García Márquez o te crees heredero de Antonio Machado. Me da igual, te lo aseguro. Pero lo que ya no me da tan igual es que si vas a criticar a alguien lo hagas a escondidas. Creo que los agraviados deben tener la posibilidad de replicarte. Pero replicarte a ti, no al lucero del alba.
A tu disposición.
Fuimos una gran familia
Cada vez que me asomo a está pagina me persigue la sensación de ser un viejo cascarrabias, que cuenta cosas que ya están muy alejadas de la situación real de Blacos y de las preocupaciones importantes de sus gentes. Pero es que contar cosas actuales sería ya más una novela de imaginación que un ensayo de la realidad. Y es que los de mi generación sufrimos ya la edad de la resignación. No sabemos muy bien lo que esperamos de la vida, nos cuesta recordar lo que nos ha ofrecido hasta ahora esa vida y, por tanto, nos dejamos llevar por el momento, sin hacer grandes planes más allá del hoy mismo. La única ventaja es que, con esos años, ya tenemos superado de largo cualquier comentario sobre nosotros mismos, huimos como de la peste de las compañías tóxicas y nos reímos de aquellas miradas y aquellos defectos que nos martirizaban en nuestra juventud. Por ejemplo, de vez en cuando quedo con mis amigos a tomar unas copas. Vamos siempre al mismo bar. Ahora parecemos los socios fundadores del bar, pero antes siempre iba gente de nuestra edad. El problema es que lo sigue frecuentando gente de nuestra edad, pero de la edad de entonces y no de la de ahora. Entramos y vamos a lo nuestro. Nos da lo mismo la gente que haya, la edad que tenga, el modo en que nos miren e incluso nos dan lo mismo esas sonrisas condescendientes que emplean los jóvenes cuando creen invadido su espacio por unos seres del cuaternario. Y en el segundo cubata, siempre hacemos lo mismo. Nos ponemos de pie, de frente a la pista de baile y miramos. Ya si eso en el tercero tratamos de movernos al ritmo de la música, como si tuviéramos los zapatos clavados al suelo. Y nos hacemos una apuesta, siempre la misma. Paga el primero al que se le oiga el crujido de las caderas o el primero que no pueda aguantar la respiración y deje de meter barriga. Puede ser que las que nos miran crean que intentamos algún tipo de acercamiento, o como se dice ahora, que queremos meter fichas. Pues no, en realidad lo que pretendemos es un alejamiento de la barra y ser el que no le toca pasar por caja.
Y todo esto hace crecer nuestras experiencias y vivir de nuestra memoria. Y a mí como siempre me retrotrae a Blacos, mi pueblo. Y hoy me acerca a aquellos años en los que todo fuimos una gran familia y utilizábamos para ella los títulos correspondientes. Por ejemplo los padres de Elvira eran para todos nosotros la tía Boni y el tío David. O los abuelos de Chus eran nuestros tía Perfeta (así, sin c) y el tío Bernardino. Es evidente que no nos unía a ellos ninguna rama del árbol genealógico. Como tampoco existía con el tío Máximo, o la tía Pepa. Pero nos podemos ir un poco más allá y tampoco había parentesco con el tío Adolfo o la tía Epifania o la tia Eleuteria. La familia estaba más allá de los cánones tradicionales para definir estas relaciones. Pero había algunos casos es los que parecía mantenerse una lejanía, aunque no sé muy bien por qué. Por ejemplo a Juan, el abuelo de Marisa, todo el mundo le llamaba el Petón, o a la madre de César se le llamaba la Americana. Pero eran los menos. Lo normal era eso del tío Benito, la tía Nemesia…Era curioso, pero esta regla se rompía cuando padre e hijo se llamaban igual. Entonces lo de tío se empleaba sólo con el mayor de la familia.
Y tengo la sensación de que esta regla fue una costumbre generacional. Por ejemplo, a los padres de Federico, Felipa y Cosme los conocíamos como tía Antonia y tío Teodoro, pero los hijos ya eran Fedrico, Felipa y Cosme, a secas. O las hijas del tío Daniel, eran Maria y Esperanza.
Pero ojo, había algunas excepciones claras, que las marcaba el rango de las personas. Era el caso del médico, el cura y el maestro. Aquí se cambiaba el tío por el don, para dar prestigios y respeto al cargo del respectivo. Era el caso de Don Julián, Don Romualdo o Don Hilario. Con el cura se perdió enseguida esa distancia y después de Don José, a Armando se le apeó el don y ya lo tuteaba todo el mundo porque él se hacía así de sencillo.
Y al maestro también, pero en este caso lo determinó el sexo, y a la maestra se le decía Señorita, (Señorita Beatriz o Señorita Virtudes), en lugar de doña.
Lo que no se empleaba en aquellos años era lo de señorito, y es que era un apelativo bastante negativo. Se refería más bien al hijo de los ricos, que tenía un talante casquivano y era un saltimbanqui de la vida. En aquellos años en Blacos no se encontraban los señoritos por el escaso nivel de riqueza en el que nos movíamos. En el caso femenino se hablaba de señoritinga, cuando era un poco ligera de cascos. Pero de esas tampoco había. Y es que las señoritas de Blacos “enseñaban” muy poco, incluidas las de las escuelas.
Con la llegada de la modernidad, los curas perdieron el don definitivamente y los más avanzados los llamaban “padre”. Algo que a mí me sorprendía mucho porque eran solteros y en aquellos años de Blacos no se concebía que un soltero fuera padre, a no ser por eso de que estaban casados con la iglesia.
Después cuando fui creciendo y mejoró algo mi inteligencia, poca cosa la verdad, comencé a entender porque mi madre, la teniente O´Neill, me decía que en el Burgo había muchas madres solteras y muchos niños en el hospicio, y que la culpa la tenía el que había Seminario. Lo de padre entonces venía no por ser el pastor de almas, sino por las braguetas sin domar. ¡Qué cosas eh!
Claro que a nosotros esto nos daba un poco igual en aquellos años que todo el pueblo éramos un gran familia, sin parentescos eso sí, pero fuimos una gran familia.
Cada vez que me asomo a está pagina me persigue la sensación de ser un viejo cascarrabias, que cuenta cosas que ya están muy alejadas de la situación real de Blacos y de las preocupaciones importantes de sus gentes. Pero es que contar cosas actuales sería ya más una novela de imaginación que un ensayo de la realidad. Y es que los de mi generación sufrimos ya la edad de la resignación. No sabemos muy bien lo que esperamos de la vida, nos cuesta recordar lo que nos ha ofrecido hasta ahora esa vida y, por tanto, nos dejamos llevar por el momento, sin hacer grandes planes más allá del hoy mismo. La única ventaja es que, con esos años, ya tenemos superado de largo cualquier comentario sobre nosotros mismos, huimos como de la peste de las compañías tóxicas y nos reímos de aquellas miradas y aquellos defectos que nos martirizaban en nuestra juventud. Por ejemplo, de vez en cuando quedo con mis amigos a tomar unas copas. Vamos siempre al mismo bar. Ahora parecemos los socios fundadores del bar, pero antes siempre iba gente de nuestra edad. El problema es que lo sigue frecuentando gente de nuestra edad, pero de la edad de entonces y no de la de ahora. Entramos y vamos a lo nuestro. Nos da lo mismo la gente que haya, la edad que tenga, el modo en que nos miren e incluso nos dan lo mismo esas sonrisas condescendientes que emplean los jóvenes cuando creen invadido su espacio por unos seres del cuaternario. Y en el segundo cubata, siempre hacemos lo mismo. Nos ponemos de pie, de frente a la pista de baile y miramos. Ya si eso en el tercero tratamos de movernos al ritmo de la música, como si tuviéramos los zapatos clavados al suelo. Y nos hacemos una apuesta, siempre la misma. Paga el primero al que se le oiga el crujido de las caderas o el primero que no pueda aguantar la respiración y deje de meter barriga. Puede ser que las que nos miran crean que intentamos algún tipo de acercamiento, o como se dice ahora, que queremos meter fichas. Pues no, en realidad lo que pretendemos es un alejamiento de la barra y ser el que no le toca pasar por caja.
Y todo esto hace crecer nuestras experiencias y vivir de nuestra memoria. Y a mí como siempre me retrotrae a Blacos, mi pueblo. Y hoy me acerca a aquellos años en los que todo fuimos una gran familia y utilizábamos para ella los títulos correspondientes. Por ejemplo los padres de Elvira eran para todos nosotros la tía Boni y el tío David. O los abuelos de Chus eran nuestros tía Perfeta (así, sin c) y el tío Bernardino. Es evidente que no nos unía a ellos ninguna rama del árbol genealógico. Como tampoco existía con el tío Máximo, o la tía Pepa. Pero nos podemos ir un poco más allá y tampoco había parentesco con el tío Adolfo o la tía Epifania o la tia Eleuteria. La familia estaba más allá de los cánones tradicionales para definir estas relaciones. Pero había algunos casos es los que parecía mantenerse una lejanía, aunque no sé muy bien por qué. Por ejemplo a Juan, el abuelo de Marisa, todo el mundo le llamaba el Petón, o a la madre de César se le llamaba la Americana. Pero eran los menos. Lo normal era eso del tío Benito, la tía Nemesia…Era curioso, pero esta regla se rompía cuando padre e hijo se llamaban igual. Entonces lo de tío se empleaba sólo con el mayor de la familia.
Y tengo la sensación de que esta regla fue una costumbre generacional. Por ejemplo, a los padres de Federico, Felipa y Cosme los conocíamos como tía Antonia y tío Teodoro, pero los hijos ya eran Fedrico, Felipa y Cosme, a secas. O las hijas del tío Daniel, eran Maria y Esperanza.
Pero ojo, había algunas excepciones claras, que las marcaba el rango de las personas. Era el caso del médico, el cura y el maestro. Aquí se cambiaba el tío por el don, para dar prestigios y respeto al cargo del respectivo. Era el caso de Don Julián, Don Romualdo o Don Hilario. Con el cura se perdió enseguida esa distancia y después de Don José, a Armando se le apeó el don y ya lo tuteaba todo el mundo porque él se hacía así de sencillo.
Y al maestro también, pero en este caso lo determinó el sexo, y a la maestra se le decía Señorita, (Señorita Beatriz o Señorita Virtudes), en lugar de doña.
Lo que no se empleaba en aquellos años era lo de señorito, y es que era un apelativo bastante negativo. Se refería más bien al hijo de los ricos, que tenía un talante casquivano y era un saltimbanqui de la vida. En aquellos años en Blacos no se encontraban los señoritos por el escaso nivel de riqueza en el que nos movíamos. En el caso femenino se hablaba de señoritinga, cuando era un poco ligera de cascos. Pero de esas tampoco había. Y es que las señoritas de Blacos “enseñaban” muy poco, incluidas las de las escuelas.
Con la llegada de la modernidad, los curas perdieron el don definitivamente y los más avanzados los llamaban “padre”. Algo que a mí me sorprendía mucho porque eran solteros y en aquellos años de Blacos no se concebía que un soltero fuera padre, a no ser por eso de que estaban casados con la iglesia.
Después cuando fui creciendo y mejoró algo mi inteligencia, poca cosa la verdad, comencé a entender porque mi madre, la teniente O´Neill, me decía que en el Burgo había muchas madres solteras y muchos niños en el hospicio, y que la culpa la tenía el que había Seminario. Lo de padre entonces venía no por ser el pastor de almas, sino por las braguetas sin domar. ¡Qué cosas eh!
Claro que a nosotros esto nos daba un poco igual en aquellos años que todo el pueblo éramos un gran familia, sin parentescos eso sí, pero fuimos una gran familia.