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BLACOS: Entre botarate y caballo percherón...

Entre botarate y caballo percherón

En mis primeros años de vida en Blacos se manejaba un lenguaje lleno de dichos populares, que no sé si eran únicos, pero sí que estaban generalizados entre todos nosotros. Eran expresiones que se han perdido con el tiempo, y es posible que alguno que las lea ahora le sepan a “cuerno quemado”.
Y la amplitud del castellano era tan profusa o más que ahora. Y una misma palabra podía tener distintos significados. Por ejemplo “pingo”. Cuando se decía que una mujer era un “pingo” se quería señalar su facilidad para dedicarse a cosas que no eran muy propias de la esencia femenina. “Estás hecha un pingo”, significaba que estaba todo el día de “picos pardos”, y que no era lo adecuado. Pero si te comprabas un pantalón y alguien te decía que era un “pingo”, en esta ocasión se refería a la escasa o nula calidad del producto. En cambio si el pantalón era de buena calidad, era un pantalón “sandunguero”, es decir que además de bueno era caro.
Luego también había varias palabras, totalmente distintas, que acaban compartiendo un mismo significado. Por ejemplo, si eras pequeño, bien de estatura o por edad, podías ser un “botarate”, un “botijo” o, en tono más despectivo, “un escuerzo”. Si además eras torpe y desaliñado no era de extrañar que alguien te llamara “mastuerzo”. Pero en esto del tamaño también había una cierta inclinación sexista en la denominación. Si una mujer era alta, gruesa y con algún resquicio masculino, automáticamente se la definía como “ un caballo percherón”. Pero si esas características se daban en un hombre todo era más sencillo. Se decía que era “un hombrón”, con un sentido admirativo de la expresión. Sin embargo una expresión común para los dos, si no eran muy agraciados físicamente era la de “ adefesio”
Pero, aunque no sé muy bien el motivo, de las que más me acuerdo es de las que hacían referencia a la violencia física. Hace mucho tiempo escribí sobre los nombres de los distintos tipos de golpes que podías recibir, pero creo que se me quedaron algunos por el camino. El más grave sin lugar a dudas era el de “retorcerte el pescuezo”. Si salías vivo del trance puede ser que sólo hubieras recibido “más palos que una estera”, que era grave pero sin llegar a peligrar la vida. En el tercer escalón estaba el de “zurrarte la badana”, que te ibas servido pero casi siempre las heridas eran de carácter leve. Cuando esto sucedía lo mejor era que te hicieras “un ovillo”, y cuando “escampara” la tortura te acercaras a la palangana para lavarte las heridas. O siempre te podías sentar en el “poyo” hasta que se regulara el pulso y pudieras recobrar la normalidad. De una u otra forma te habían dado “una tunda sandunguera”, que te había dejado hecho un adefesio y con la ropa como un “pingo”. Al final te sentías un “botarate”, y te dejaban sin fuerzas para “pingar “tu honor, que se había arrastrado por el suelo.
Qué cosas, parece algo del pasado, pero lo piensas y el dolor lo sientes en presente. Pero eso nunca la pasaba ni a los “caballos percherones”, ni mucho menos a los “hombrones” que nos metían “el miedo en el cuerpo”.
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