La Lavandería de Blacos
Todavía permanecen intactos en mis recuerdos algunos de los lugares en los que las mujeres de Blacos lavaban la ropa en los años 60-70
El primero estaba al lado del pozo de los Burros, a la izquierda del puente en dirección a la Venta. El segundo estaba al lado derecho del puente, casi debajo de su estructura. El tercero al lado de la vieja fuente, y el cuarto un poco más abajo, antes de llegar al Nido de la Cigüeña. Estoy seguro de que eran lugares estratégicos y bien pensados para aprovechar de la mejor manera posible los remansos que hacía el río y las corrientes cercanas para que dispersaran la espuma que producía el jabón.
En todos ellos se repetía un ritual que acabó creando una foto que fue variando con el tiempo. Al principio, creo recordar, además de bajar la colada en un balde, en el otro brazo transportaban las tablas de lavar. Eran un cajón de madera en el que se colocaban de rodillas, y por delante una lengüeta de madera con pequeños surcos horizontales para que no resbalara en exceso la prenda que estaban lavando. Recuerdo perfectamente como extendían las sábanas en toda su longitud sobre el agua, y después las recogían sobre la tabla para darles el jabón. Siempre de rodillas sobre una superficie dura e incómoda, después frotaban la sábana sobre la lengüeta para quitar las manchas. Era un trabajo de esfuerzo y constancia que duraba mucho tiempo y se convertía en un trabajo arduo, como casi todos los que hacían en esos años. Y eso que entonces no existía el suavizante ni el centrifugado Y después se aclaraba de nuevo sobre el agua. Y así una prenda tras otra, siempre de una en una, hasta que se lavaban todas.
Es curioso, pero cuando lavaban en los tres primeros lugares, recogían la ropa de nuevo en el balde y la subían a casa para tenderla. Sin embargo cuando lavaban al lado del nido de la cigüeña, habían mejorado las instalaciones, y allí mismo, en una pequeña pradera que había, se colocaron unos postes con cuerdas que hacían de tendedero y dejaban allí la ropa hasta que se secaba y volvían a recogerla. Todo esto que parece un trabajo duro pero simple, exigía sin embargo un importante ejercicio de coordinación. Y es que no había sitio para todas y las cuerdas no eran suficientes para tender la ropa de todo el pueblo, que en aquellos años tenía un censo importante.
También recuerdo el jabón que se empleaba en el lavado. Totalmente artesanal, hecho en casa por ellas mismas, y con un olor tan característico que seguro que muchos de vosotros todavía lo tenéis presente.
Pero la lavandería municipal tenía otra vertiente, que a mí siempre me interesa más, la social. Ya he hablado alguna vez de la calle de las Petras, donde ahora está la casa de Chus. Aquí el trabajo era el de la costura, pero era un club social en las tardes de sol, y nunca se daba una puntada sin hilo.
Pues en el río pasaba lo mismo. Entre el ruido de la corriente y el murmullo de los pájaros siempre se alzaba la voz de ellas comentando cosas cotidianas o asuntos especiales, que de todo había. Lo que no había nunca era hombres, y esto les daba absoluta libertad para hablar de sus cosas, que seguro que siempre eran más importantes que las nuestras. Se les oía desde lejos, pero no se les entendía ni desde cerca. Era como si tuvieran un código especial al que le habían quitado el traductor simultáneo para que nadie se enterara de lo que decían. Por ejemplo cuando lavaban al lado de la fuente, y coincidía que algunos de nosotros bajábamos con los botijos, inmediatamente cambiaban de tema y se dedicaban a hacernos preguntas, más para disimular que por curiosidad.
La lavandería era uno de esos lugares en los que siempre había alguien. Daba lo mismo que fuera invierno o verano. En los días más calurosos del año, el agua del Milanos estaba helada. Imaginad esos días de invierno, con una nevada de un metro y temperaturas por debajo de cero. Pues en esos días también había que lavar la ropa, aunque hubiera que romper el hielo del cauce e introducir las manos con la sábana, el jersey o la camisa.
Para que luego haya gente, ahora y entonces también, que digan que las mujeres siempre hacían los trabajos más fáciles o delicados. A mí siempre me pareció, y me parece, lo contrario. Las mujeres hacían, y hacen, los mismos trabajos que los hombres; pero los hombres no hacían entonces los mismos trabajos que las mujeres. Yo jamás vi a ninguno arrodillado en la tabla de la lavar. La lavandería era “cosa de mujeres”.
Todavía permanecen intactos en mis recuerdos algunos de los lugares en los que las mujeres de Blacos lavaban la ropa en los años 60-70
El primero estaba al lado del pozo de los Burros, a la izquierda del puente en dirección a la Venta. El segundo estaba al lado derecho del puente, casi debajo de su estructura. El tercero al lado de la vieja fuente, y el cuarto un poco más abajo, antes de llegar al Nido de la Cigüeña. Estoy seguro de que eran lugares estratégicos y bien pensados para aprovechar de la mejor manera posible los remansos que hacía el río y las corrientes cercanas para que dispersaran la espuma que producía el jabón.
En todos ellos se repetía un ritual que acabó creando una foto que fue variando con el tiempo. Al principio, creo recordar, además de bajar la colada en un balde, en el otro brazo transportaban las tablas de lavar. Eran un cajón de madera en el que se colocaban de rodillas, y por delante una lengüeta de madera con pequeños surcos horizontales para que no resbalara en exceso la prenda que estaban lavando. Recuerdo perfectamente como extendían las sábanas en toda su longitud sobre el agua, y después las recogían sobre la tabla para darles el jabón. Siempre de rodillas sobre una superficie dura e incómoda, después frotaban la sábana sobre la lengüeta para quitar las manchas. Era un trabajo de esfuerzo y constancia que duraba mucho tiempo y se convertía en un trabajo arduo, como casi todos los que hacían en esos años. Y eso que entonces no existía el suavizante ni el centrifugado Y después se aclaraba de nuevo sobre el agua. Y así una prenda tras otra, siempre de una en una, hasta que se lavaban todas.
Es curioso, pero cuando lavaban en los tres primeros lugares, recogían la ropa de nuevo en el balde y la subían a casa para tenderla. Sin embargo cuando lavaban al lado del nido de la cigüeña, habían mejorado las instalaciones, y allí mismo, en una pequeña pradera que había, se colocaron unos postes con cuerdas que hacían de tendedero y dejaban allí la ropa hasta que se secaba y volvían a recogerla. Todo esto que parece un trabajo duro pero simple, exigía sin embargo un importante ejercicio de coordinación. Y es que no había sitio para todas y las cuerdas no eran suficientes para tender la ropa de todo el pueblo, que en aquellos años tenía un censo importante.
También recuerdo el jabón que se empleaba en el lavado. Totalmente artesanal, hecho en casa por ellas mismas, y con un olor tan característico que seguro que muchos de vosotros todavía lo tenéis presente.
Pero la lavandería municipal tenía otra vertiente, que a mí siempre me interesa más, la social. Ya he hablado alguna vez de la calle de las Petras, donde ahora está la casa de Chus. Aquí el trabajo era el de la costura, pero era un club social en las tardes de sol, y nunca se daba una puntada sin hilo.
Pues en el río pasaba lo mismo. Entre el ruido de la corriente y el murmullo de los pájaros siempre se alzaba la voz de ellas comentando cosas cotidianas o asuntos especiales, que de todo había. Lo que no había nunca era hombres, y esto les daba absoluta libertad para hablar de sus cosas, que seguro que siempre eran más importantes que las nuestras. Se les oía desde lejos, pero no se les entendía ni desde cerca. Era como si tuvieran un código especial al que le habían quitado el traductor simultáneo para que nadie se enterara de lo que decían. Por ejemplo cuando lavaban al lado de la fuente, y coincidía que algunos de nosotros bajábamos con los botijos, inmediatamente cambiaban de tema y se dedicaban a hacernos preguntas, más para disimular que por curiosidad.
La lavandería era uno de esos lugares en los que siempre había alguien. Daba lo mismo que fuera invierno o verano. En los días más calurosos del año, el agua del Milanos estaba helada. Imaginad esos días de invierno, con una nevada de un metro y temperaturas por debajo de cero. Pues en esos días también había que lavar la ropa, aunque hubiera que romper el hielo del cauce e introducir las manos con la sábana, el jersey o la camisa.
Para que luego haya gente, ahora y entonces también, que digan que las mujeres siempre hacían los trabajos más fáciles o delicados. A mí siempre me pareció, y me parece, lo contrario. Las mujeres hacían, y hacen, los mismos trabajos que los hombres; pero los hombres no hacían entonces los mismos trabajos que las mujeres. Yo jamás vi a ninguno arrodillado en la tabla de la lavar. La lavandería era “cosa de mujeres”.