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BLACOS: Hay cosas nuevas...

Hay cosas nuevas

Cada vez me cuesta más deshacer los nudos que atenazan las musas de mi imaginación. Encontrar un camino diáfano en el torbellino de ausencias literarias. Hay veces que tengo la sensación de que aquí ya he contado todo lo que podía contar, y que cualquier cosa que cuente no deja de ser una versión edulcorada de algo que ya he contado antes. Por eso si digo que admiro a la gente que quiere a Blacos me invade una sensación de algo ya visto, de repetir un cuento al que ya me he referido antes, aunque trate de cambiar la trama y modificar el desenlace. Sólo eso, sin nada nuevo que contribuya a despertar una mínima curiosidad entre los que os acercáis hasta la página esperando descubrir algo que no se sabía, o algo que todavía está por descubrir. Es complicado, pero algunas veces es también algo estimulante. Puedes que sea una consecuencia de cada final de verano, del que ya huyen los recuerdos de otro más que está a punto de cerrar la puerta. Estoy más cerca de recordar esas calles vacías y solitarias de la penumbra de septiembre que ese barullo constante y vitalista con el que siempre nos recibe el gran anfitrión de agosto. Quizás es tanta la ilusión de la llegada que contribuye a la desazón de la despedida. Pero una vez despejada esa marea quebradiza, acabo descubriendo que siempre hay cosas nuevas. Lo que se necesita es encontrar los adjetivos acertados para describirlas. Por ejemplo esa angustia de la que llega por primera vez a algo que probablemente nunca esperaba llegar, o sí se esperaba conseguirlo, y de repente se da cuenta que le agobia un poco la responsabilidad. Y lo muestra con una inquietud desbordante, con un exceso de vitalidad que la lleva a un sin vivir permanente, con ese deseo de agradecer de los recién llegados aunque hace tiempo que vienen andando el camino, hacia un pueblo que no quiere dejar de crecer, que vive en un permanente desafío para que las expectativas sean las de, al menos, no empeorar. O esa Comisión que cada año renueva su esfuerzo y entrega para que cada fiesta sea distinta a la anterior, pero tan buena o mejor que todas las anteriores. Hasta el punto de que todo sea perfecto… aunque se acabe convirtiendo en un circo. Saltaron sin red, encontraron un funambulismo de precisión y la pista fue un refrendo unánime de su acierto y aplicación. Puede parecer lo mismo de años anteriores, pero, al menos a mí, me pareció distinto. Y es que las comisiones de Blacos son como los actores de teatro. Pueden ser siempre los mismos., pero el libreto cambia en cada actuación, y sienten los nervios cuando llegan al final y esperan el aplauso de la platea. Una platea que, por cierto, está llena de otros actores que otro día volverán a subir al escenario y sentirán las mismas emociones que los que ahora están arriba. Y muchas veces el aplauso de sus colegas es el más importante porque supone un reconocimiento a la dureza de un trabajo que ellos conocen tan bien. No es sólo solidaridad, es reconocimiento. Y cuando algo se hace de manera voluntaria y desinteresada, el reconocimiento es la mejor de las recompensas. Y creo que el aplauso volvió a ser unánime, y así hay que reconocerlo.
Como yo reconozco que los nudos de mis musas se han vuelto a enredar. O puede que lo que me pasa es que he comenzado a hacer caso a aquellos que me piden brevedad. Es una buena excusa.