Angelita, la eternidad del recuerdo
La incertidumbre siempre provoca ansiedad. Y La certidumbre de una muerte desemboca en el dolor, la tristeza y la desesperación, porque todo lo que está más allá de la vida es desconocido y cuando cruza esa línea un ser querido, los suyos se sumergen en una profunda inquietud. Y todo estos sentimientos, y más provocó el adiós de Angelita, que en un sábado de sol llenó de sombras los corazones de los que se acercaron hasta la iglesia para entonar una despedida. La despedida de una mujer buena. Y con esto podía ser suficiente, porque los méritos de Angelita en esta vida alcanzan cualquier significado que le queramos dar a la palabra buena, tanto los que ya existen, como los que queramos y podamos inventar. Pero se puede ir más allá, y recordar esa hospitalidad que la dibujaba en la bandera que presidía siempre su casa. Entre sus cuatro paredes cogíamos todos, y siempre había sitio para todos. Desde aquellos años en los que en su casa en lugar de jardín había un campo de fútbol entero en el que despertaban los sueños adolescentes de todos aquellos que buscaban un alojamiento en Soria. Y esa casa grande, con campo de fútbol y gradas incluidas, siempre tenía las puertas abiertas para todo el mundo que se quería acercar. La bienvenida era una sonrisa ancha y sincera de una mujer que apenas se hablaba con la seriedad. Podía dejarlo ahí, pero no, siempre lo aderezaba con esas palabras llenas de simpatía y esos gestos que eran como un sello de amistad en el sobre de la vida. Angelita no necesitaba separarse mucho de la puerta de su casa para irradiar todas esas virtudes. Porque era ante todo una mujer hogareña y en torno a esa virtud tejía amistades fraternas, diálogos interminables, y comidas eternas. Unas comidas y unas reuniones, sin embargo, que no eran capaces de colmar todas sus ansias de bondad. Podías estar años enteros sin verla, que el primer día que te la encontrabas tenías la sensación de que no había pasado el tiempo en ese trato enternecedor, en esa mirada limpia y en esa sonrisa sincera. Todo si otros artilugio que la naturalidad que presidía su paso por la vida. Angelita ha sido siempre una mujer buena, no necesita más apellidos. Y la bondad siempre tiene recompensa, en este mundo y en cualquier otro mundo en el que habite ahora. Su presencia siempre se notará al otro lado de la calle, aunque ahora nos separen todos los planetas. Su sonrisa siempre se reflejará en el espejo de Blacos, aunque ya sea una noche oscura que no deje pasar la luz hasta el cristal. Es la eternidad del recuerdo, que siempre está por encima de la fugacidad de la vida. Hasta siempre.
La incertidumbre siempre provoca ansiedad. Y La certidumbre de una muerte desemboca en el dolor, la tristeza y la desesperación, porque todo lo que está más allá de la vida es desconocido y cuando cruza esa línea un ser querido, los suyos se sumergen en una profunda inquietud. Y todo estos sentimientos, y más provocó el adiós de Angelita, que en un sábado de sol llenó de sombras los corazones de los que se acercaron hasta la iglesia para entonar una despedida. La despedida de una mujer buena. Y con esto podía ser suficiente, porque los méritos de Angelita en esta vida alcanzan cualquier significado que le queramos dar a la palabra buena, tanto los que ya existen, como los que queramos y podamos inventar. Pero se puede ir más allá, y recordar esa hospitalidad que la dibujaba en la bandera que presidía siempre su casa. Entre sus cuatro paredes cogíamos todos, y siempre había sitio para todos. Desde aquellos años en los que en su casa en lugar de jardín había un campo de fútbol entero en el que despertaban los sueños adolescentes de todos aquellos que buscaban un alojamiento en Soria. Y esa casa grande, con campo de fútbol y gradas incluidas, siempre tenía las puertas abiertas para todo el mundo que se quería acercar. La bienvenida era una sonrisa ancha y sincera de una mujer que apenas se hablaba con la seriedad. Podía dejarlo ahí, pero no, siempre lo aderezaba con esas palabras llenas de simpatía y esos gestos que eran como un sello de amistad en el sobre de la vida. Angelita no necesitaba separarse mucho de la puerta de su casa para irradiar todas esas virtudes. Porque era ante todo una mujer hogareña y en torno a esa virtud tejía amistades fraternas, diálogos interminables, y comidas eternas. Unas comidas y unas reuniones, sin embargo, que no eran capaces de colmar todas sus ansias de bondad. Podías estar años enteros sin verla, que el primer día que te la encontrabas tenías la sensación de que no había pasado el tiempo en ese trato enternecedor, en esa mirada limpia y en esa sonrisa sincera. Todo si otros artilugio que la naturalidad que presidía su paso por la vida. Angelita ha sido siempre una mujer buena, no necesita más apellidos. Y la bondad siempre tiene recompensa, en este mundo y en cualquier otro mundo en el que habite ahora. Su presencia siempre se notará al otro lado de la calle, aunque ahora nos separen todos los planetas. Su sonrisa siempre se reflejará en el espejo de Blacos, aunque ya sea una noche oscura que no deje pasar la luz hasta el cristal. Es la eternidad del recuerdo, que siempre está por encima de la fugacidad de la vida. Hasta siempre.