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BLACOS: El Pita, el último colmenero...

El Pita, el último colmenero
De la vida no quise mucho. Quise apenas saber que intenté todo lo que quise. Tuve todo lo que pude. Amé lo que valía la pena, y perdí apenas lo que nunca fue mío.
Estos veros de Neruda ni siquiera quieren ser un epitafio, pero sí podrían recoger el espíritu de un hombre que nunca hizo nada para dejar huella, sin embargo los surcos de su vida permanecerán siempre marcados en Blacos y en sus alrededores. El Pita fue el último colmenero, pero fue el primero en otras muchas cosas, y lo fue probablemente sin que él fuera consciente, pero puso tanto ímpetu en su sencillez que acabó convirtiéndose en uno de los referentes del pueblo. En una persona que siempre fue fiel a sí mismo, sin importarle si lo que hacía, lo que decía o lo que pensaba estaba acorde con el momento que vivía. Conoció el mar pero muy pronto se dio cuenta que no era su sitio, que su espacio estaba en la colmena, en el carrascal, en las partidas de guiñote o en el palo de la Luisa tomando el sol del atardecer. Parecía un actor que se había equivocado de película cuando la verdad era que los espectadores probablemente se habían equivocado de cine. Huyó de cualquier cosa que lo alejara de su zona de confort. Tengo la sensación de que era un hombre feliz cuando iba al monte con su escopeta a ver si pillaba una libre, disfrutaba en la soledad de sus colmenas, pero no renunciaba a las tertulias de cada tarde antes de ver el día pasar. El reloj de su vida lo marcaba el sol y no las absurdas manecillas de la modernidad. Miraba al cielo y sabía dónde estaba, qué hora era y que iba a pasar a la mañana siguiente. Y transitaba por todas esas sendas con la tranquilidad de pisar terreno conocido, sin temor a esas sombras de incertidumbre. A veces era genial en su sencillez. Por ejemplo nunca se me olvidará un día de la fiesta, cuando ya era en agosto, y estábamos jugando a pelota. Él se paseaba por el frontón gritando el slogan de una manifestación de agricultores a la que había asistido y para demostrarlo se tapaba la cabeza con una gorra con las siglas del sindicato convocante.
Tenía un humor más grande que su humildad y los diálogos con Agapito cuando íbamos a comer berberechos al Burgo, los hubieran firmado los mejores cómicos de la época. Tampoco renunciaba a sus sermones bíblicos cuando la audiencia lo requería. Y tampoco superaba su cabezonería congénita y cada verano se la demostraba a su hermana Margarita, cuando trataba de poner algo de orden en sus, a veces estrafalarias costumbres. Era un hombre de penumbra, de luz y puchero y cualquier otra cosa lo alejaba de su propia esencia.
Pero sobre todo para mí, fue un hombre genial sin pretenderlo. Dentro de su sencillez se convirtió en un referente para muchas generaciones, que a veces veíamos con un poco de envidia como era capaz de mantener su pequeño espacio, lejos de convulsiones, problemas o crisis. Y dentro de esa sencillez hay que encajar su apelativo. El nombre de Marcelino sólo se utilizaba en las pequeñas distancias. Fuera de ahí era el Pita. Si no me equivoco viene de su costumbre de repetir continuamente “ cá la pita”, algo que no tiene un significado determinado pero que caló hondo. Y probablemente de ahí viene su ascendente social. En Blacos estamos acostumbrados a que las cosas sencillas, improvisadas, pero con espíritu positivo y altruista se acaben convirtiendo en efemérides eternas. Y el Pita no podía ser menos. Marcaba carácter que en pleno verano, cuando todos íbamos en camisa, él siguiera con el abrigo y el pasamontañas en la cabeza. Que cuando todos estábamos en la era él pasara en búsqueda de su bardón para la lumbre o camino del colmenar a ver sus abejas. Era una huida del ruido, de la multitud, de la conversación desenfrenada, algo que escapa a ese mundo de tranquilidad, silencio y soledad en el que el Pita se manejaba con maestría.
Era el prototipo de la austeridad, del autoconsumo, de un mundo que cerraba sus fronteras en las carreras y que sólo las traspasaba cuando no le quedaba otro remedio. Por eso es un trágico sarcasmo que una persona que huyo de la globalización haya asido atrapado por una pandemia que atravesó los confines del mundo para llegar a su último hogar. El Pita no se enteró de que era lo que le pasaba, porque hacía un tiempo que había abandonado todas las sendas y caminos conocidos, atrapado por la desmemoria y el olvido. Ya no sabía nada del mundo que lo rodeaba, porque su mundo había naufragado en el limbo de la vida. Pero aún así es cruel para los que no han podido estar a su lado con ese testimonio tan necesario para no dejar heridas abiertas. Se fue en soledad, pero no con la soledad en la que él quería, con esa soledad del último colmenero. Se fue con la soledad que nunca nos debería dejar sólo. Amigo cuídate y vigila el tiempo desde tu nueva colmena.