Aquellos inviernos
El aire silbaba al filtrarse por los huecos de las tejas. El silencio podía tocarse con los dedos de las manos si tenían al valor de sacarla del refugio de las mantas. A veces el sonido lejano de un motor se convertía en un sonido mortecino que contribuía al sopor previo al sueño profundo. Y mientras la cabeza divagaba por mil historia vividas o recreaba otras mil que todavía quedaban por disfrutar-Y todo ello con el placer que producía ese nido de calor, casi el único que existía en las largas noches de invierno. Esos inviernos bañados en nieve y bautizados en la pila de carámbanos que nos recibía cada mañana nada más traspasar la puerta y pisar la calle. En aquellos años los inviernos en Blacos tenían personalidad propia y llegaban siempre con una fecha marcada en el calendario y se despedían también con un anuncio por palabras antes de que aparecieran por la esquina las primeras margaritas. Y entre saludos y despedidas se mezclaban las fiestas, las vacaciones escolares, los niños de San Ildefonso, los belenes, los villancicos, los higos y las castañas y la misa del gallo o las uvas de la Puerta del Sol. Eran ritos que desplegaban toda su grandeza y eran recibidos con la alegría de unas fechas que parecían el fin del mundo, cuando lo único que anunciaban era el principio de un nuevo año. Todo ese romanticismo y esa nostalgia han desaparecido embelesados por la rutina, el desamparo y el oficio de la rutina. Ya nada es como antes. Lo único que nos salva es la memoria.
El aire silbaba al filtrarse por los huecos de las tejas. El silencio podía tocarse con los dedos de las manos si tenían al valor de sacarla del refugio de las mantas. A veces el sonido lejano de un motor se convertía en un sonido mortecino que contribuía al sopor previo al sueño profundo. Y mientras la cabeza divagaba por mil historia vividas o recreaba otras mil que todavía quedaban por disfrutar-Y todo ello con el placer que producía ese nido de calor, casi el único que existía en las largas noches de invierno. Esos inviernos bañados en nieve y bautizados en la pila de carámbanos que nos recibía cada mañana nada más traspasar la puerta y pisar la calle. En aquellos años los inviernos en Blacos tenían personalidad propia y llegaban siempre con una fecha marcada en el calendario y se despedían también con un anuncio por palabras antes de que aparecieran por la esquina las primeras margaritas. Y entre saludos y despedidas se mezclaban las fiestas, las vacaciones escolares, los niños de San Ildefonso, los belenes, los villancicos, los higos y las castañas y la misa del gallo o las uvas de la Puerta del Sol. Eran ritos que desplegaban toda su grandeza y eran recibidos con la alegría de unas fechas que parecían el fin del mundo, cuando lo único que anunciaban era el principio de un nuevo año. Todo ese romanticismo y esa nostalgia han desaparecido embelesados por la rutina, el desamparo y el oficio de la rutina. Ya nada es como antes. Lo único que nos salva es la memoria.