Allí, en medio, está un peñasco, como un cono, que sirve de pedestal al castillo y en la falda
de esta iglesia parroquial de construcción románica con sus torres -espadajo- serena y muda en
los monumentos de quietud, alegra y vocinglera cuando el vértigo de las grandes fiestas libra en
sus bronces la armonía sonora de una música de sentimiento al verla sobresalir por su altura de
más de trescientas casas me ha parecido muchas veces el pastor que guarda el silencio la blanca
manada que desgrana sus amores en las notas de unos silbos; me ha parecido también el
centinela que diluye sus recuerdos en el callar de las horas y pregona los amores de su patria con
la voz de ¡Alerte está!.
Esta es la patria chica de mis amores; la naturaleza no fue pródiga con ellos, pero tiene en
cambio esa recia espiritualidad, seria y honda que caracteriza el alma del castillo.
I
Una de las cosas que más me gusta de éste mi pueblo es visita con frecuencia -casi
diariamente- el castillo, y hasta me parece que habla toda su ruinosa fachada toda de grandes
epopeyas de tiempos pretéritos. ¡Oh si pudieran articular palabras aquellos arcos de entrada y
aquellas paredes hechas de argamasa, de cal y canto y aquellos montículos de escombros caídos
de techos y paredes! ¡Qué cosa dirían!.
Allí me paso grandes ratos contemplando sus ruinas y mí imaginación vuela a aquellos
siglos, cuando los caballeros templarios, mitad frailes y mitad guerreros, vivían en este recinto,
hoy completamente en el más triste abandono.
Y en verdad que siglo tras siglo han pasado a los habitantes de hoy cosas y hechos
verdaderamente fantásticos de aquellos tiempos. ¡Cuántas veces de niño, no nos atrevimos a
mirar por la noche a esos torreones porque nos habían contado, en las noches de invierno, y el
amor de la lumbre, hazañas guerreras -algunas de brujería y otras fantásticas- y que nuestra
imaginación las agrandaba hasta creer cosas en tal grado inverosímiles, que algunas veces
terminábamos por reírnos.
Hasta en las escuelas, a espaldas del maestro contábamos cosas del castillo, que casi
siempre eran, comentando lo que decía algún chico de lo que le había dicho su abuelo la noche
anterior.
¿Por qué llaman Vallejo Caballero al camino que va a Valdanzo? Pues porque en aquél
valle que sube empinándose hasta el llano un día le mató "una cosa mala" a un caballero
Templario, después que éste había matado a otro en el castillo.
Si, si, es cierto. "Mi abuelo me lo ha dicho muchas veces" respondía otro muchacho.
Pocas veces nos acercábamos -uno solo nunca- a aquél paraje y cuando lo hacíamos con
bastante miedo. Si alguno, más atrevido, al divisarle desde la cúspide decía: "Que sale el alma
del caballero Templario" todos corríamos como galgos en dirección al pueblo y no faltaba quién
decía "que o había visto". Hasta los pastores contaban, que en días o noches de tempestad rugía
con más fuerza allí que en otros términos del pueblo; pues una especie de tromba recorría el
camino arrancando alguna vez enebros.
--21--
de esta iglesia parroquial de construcción románica con sus torres -espadajo- serena y muda en
los monumentos de quietud, alegra y vocinglera cuando el vértigo de las grandes fiestas libra en
sus bronces la armonía sonora de una música de sentimiento al verla sobresalir por su altura de
más de trescientas casas me ha parecido muchas veces el pastor que guarda el silencio la blanca
manada que desgrana sus amores en las notas de unos silbos; me ha parecido también el
centinela que diluye sus recuerdos en el callar de las horas y pregona los amores de su patria con
la voz de ¡Alerte está!.
Esta es la patria chica de mis amores; la naturaleza no fue pródiga con ellos, pero tiene en
cambio esa recia espiritualidad, seria y honda que caracteriza el alma del castillo.
I
Una de las cosas que más me gusta de éste mi pueblo es visita con frecuencia -casi
diariamente- el castillo, y hasta me parece que habla toda su ruinosa fachada toda de grandes
epopeyas de tiempos pretéritos. ¡Oh si pudieran articular palabras aquellos arcos de entrada y
aquellas paredes hechas de argamasa, de cal y canto y aquellos montículos de escombros caídos
de techos y paredes! ¡Qué cosa dirían!.
Allí me paso grandes ratos contemplando sus ruinas y mí imaginación vuela a aquellos
siglos, cuando los caballeros templarios, mitad frailes y mitad guerreros, vivían en este recinto,
hoy completamente en el más triste abandono.
Y en verdad que siglo tras siglo han pasado a los habitantes de hoy cosas y hechos
verdaderamente fantásticos de aquellos tiempos. ¡Cuántas veces de niño, no nos atrevimos a
mirar por la noche a esos torreones porque nos habían contado, en las noches de invierno, y el
amor de la lumbre, hazañas guerreras -algunas de brujería y otras fantásticas- y que nuestra
imaginación las agrandaba hasta creer cosas en tal grado inverosímiles, que algunas veces
terminábamos por reírnos.
Hasta en las escuelas, a espaldas del maestro contábamos cosas del castillo, que casi
siempre eran, comentando lo que decía algún chico de lo que le había dicho su abuelo la noche
anterior.
¿Por qué llaman Vallejo Caballero al camino que va a Valdanzo? Pues porque en aquél
valle que sube empinándose hasta el llano un día le mató "una cosa mala" a un caballero
Templario, después que éste había matado a otro en el castillo.
Si, si, es cierto. "Mi abuelo me lo ha dicho muchas veces" respondía otro muchacho.
Pocas veces nos acercábamos -uno solo nunca- a aquél paraje y cuando lo hacíamos con
bastante miedo. Si alguno, más atrevido, al divisarle desde la cúspide decía: "Que sale el alma
del caballero Templario" todos corríamos como galgos en dirección al pueblo y no faltaba quién
decía "que o había visto". Hasta los pastores contaban, que en días o noches de tempestad rugía
con más fuerza allí que en otros términos del pueblo; pues una especie de tromba recorría el
camino arrancando alguna vez enebros.
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