cuando percibe un ruido extraño, como el de galopar de un caballo que de repente se parase
junto a mí. No vi a nadie; no obstante, oí bien articular la palabra "Confesión". Lo que en
aquellos momentos pasó por mí, nunca sabré explicarlo. Llamé al estudiante creyendo que él
había dicho la tal palabra, pero me contestó: estoy bien no me mojo.
Aquella voz misteriosa continuaba su cuchicheo. Lo más extraño es que no había oído los
pasos del penitente al acercarse y ahora apenas pude entenderle sólo tres palabras que eran o a
mí me parecían: "Frey Cris Roc". Alguna que otra frase suelta, eran fuera de lo antes dicho, lo
único que podía percibir, sobre todo "Cris Roc", la repitió muchas veces, mis nervios -a pesar de
verme en este caso inusitado de ultratumba- poco a poco se calmaron; y hasta por un momento
creí que pudiera ser la voz de algún viajero extranjero, que caminaba por aquél camino o el de
algún español con dialecto desconocido para mí. Era tal vez algún anciano que padecía de
sordera, pues aún cuando yo no oía nada traté de interrumpirla para manifestarle que no entendía
ni una palabra.
El penitente misterioso no prestó atención; sino que continuó en su musiteo, sin detenerse
un instante. Me parecía que se hallaba en un estado de terrible perturbación. Su voz inarticulada
se cortaba con sollozos y al fin terminó con un grito. Era un grito que no se decir, ni ahora ni
nunca que clase de grito era, pues apenas se oía.
Por otra parte me pareció oír algunos rozamientos, como de dedos que trabajaban con el
intento de sacar tierra. Al fin se hizo el silencio; y como oímos a una persona que se alejaba de
nosotros, así también yo pude oír, como una fórmula final que la repitió varias veces, cada vez
en tono más bajo hasta extinguirse por completo; pero siempre entre el chapurreo de palabras el
"Cris Roc".
Me levanté deseando salir de entre aquellos enebros y le dije, sacando fuerzas de mi
flaqueza, que no podía entender ni una palabra. Entonces un profundo sollozo resonó en mis
oídos; sollozo que se repitió desgarrador. Miré enderredor... y no había nadie.
No puedo dar una idea del tremendo choque que sufrió mi alma durante todo ese tiempo.
Debí de clamar en alta voz, pues oí que el estudiante me preguntaba: ¿Señor, qué le pasa?.
Permanecí inmóvil por unos segundos sin conciencia de la realidad. Cuando hablé, mi propia
voz me parecía extraña.
Muchacho: ¿Has visto a alguien por aquí?.
No señor, contestó el seminarista. Solamente he oído algunas frases, pero era usted el que
las pronunciaba; y yo supuse que era alguna oración o jaculatoria, con que pedía al Señor que
calmase la tempestad.
Como el chico no venía a donde yo estaba, -a trueque de mojarme- fui donde se había
cobijado. De repente otra vez en el silencio que suele haber en las tempestades, que por un
momento deja de caer, volvió a sonar por la tierra el desesperado galope de un caballo.
Chiquito ¿Oyes?, le dije emocionado.
¿Está usted enfermo?, volvamos al pueblo si a usted le parece. Además que con el tiempo
que hemos estado aquí ya no le hay para volver yo con la caballería después de dejarle en
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junto a mí. No vi a nadie; no obstante, oí bien articular la palabra "Confesión". Lo que en
aquellos momentos pasó por mí, nunca sabré explicarlo. Llamé al estudiante creyendo que él
había dicho la tal palabra, pero me contestó: estoy bien no me mojo.
Aquella voz misteriosa continuaba su cuchicheo. Lo más extraño es que no había oído los
pasos del penitente al acercarse y ahora apenas pude entenderle sólo tres palabras que eran o a
mí me parecían: "Frey Cris Roc". Alguna que otra frase suelta, eran fuera de lo antes dicho, lo
único que podía percibir, sobre todo "Cris Roc", la repitió muchas veces, mis nervios -a pesar de
verme en este caso inusitado de ultratumba- poco a poco se calmaron; y hasta por un momento
creí que pudiera ser la voz de algún viajero extranjero, que caminaba por aquél camino o el de
algún español con dialecto desconocido para mí. Era tal vez algún anciano que padecía de
sordera, pues aún cuando yo no oía nada traté de interrumpirla para manifestarle que no entendía
ni una palabra.
El penitente misterioso no prestó atención; sino que continuó en su musiteo, sin detenerse
un instante. Me parecía que se hallaba en un estado de terrible perturbación. Su voz inarticulada
se cortaba con sollozos y al fin terminó con un grito. Era un grito que no se decir, ni ahora ni
nunca que clase de grito era, pues apenas se oía.
Por otra parte me pareció oír algunos rozamientos, como de dedos que trabajaban con el
intento de sacar tierra. Al fin se hizo el silencio; y como oímos a una persona que se alejaba de
nosotros, así también yo pude oír, como una fórmula final que la repitió varias veces, cada vez
en tono más bajo hasta extinguirse por completo; pero siempre entre el chapurreo de palabras el
"Cris Roc".
Me levanté deseando salir de entre aquellos enebros y le dije, sacando fuerzas de mi
flaqueza, que no podía entender ni una palabra. Entonces un profundo sollozo resonó en mis
oídos; sollozo que se repitió desgarrador. Miré enderredor... y no había nadie.
No puedo dar una idea del tremendo choque que sufrió mi alma durante todo ese tiempo.
Debí de clamar en alta voz, pues oí que el estudiante me preguntaba: ¿Señor, qué le pasa?.
Permanecí inmóvil por unos segundos sin conciencia de la realidad. Cuando hablé, mi propia
voz me parecía extraña.
Muchacho: ¿Has visto a alguien por aquí?.
No señor, contestó el seminarista. Solamente he oído algunas frases, pero era usted el que
las pronunciaba; y yo supuse que era alguna oración o jaculatoria, con que pedía al Señor que
calmase la tempestad.
Como el chico no venía a donde yo estaba, -a trueque de mojarme- fui donde se había
cobijado. De repente otra vez en el silencio que suele haber en las tempestades, que por un
momento deja de caer, volvió a sonar por la tierra el desesperado galope de un caballo.
Chiquito ¿Oyes?, le dije emocionado.
¿Está usted enfermo?, volvamos al pueblo si a usted le parece. Además que con el tiempo
que hemos estado aquí ya no le hay para volver yo con la caballería después de dejarle en
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