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CASTILLEJO DE ROBLEDO: Después de este episodio y al comprender que la aborrecían...

Después de este episodio y al comprender que la aborrecían en el pueblo se marchó al suyo,
Castrillo de Don Juan; Allí hizo testamento el uno de septiembre de 1.838. Puede leerse la copia
de él, en el libro grueso, folio 104. Leyendo minuciosamente los papeles del archivo, se saca en
consecuencia que esta señora fue causa de muchos disgustos a los párrocos -por algo la llamaban
la tía Tuna-. Fallecida en su pueblo sus herederos remacharon los clavos.

De todo lo que antecede solamente sacamos que de los muchos bienes que dejaron a esta
parroquia, la que antes de la tía Tuna fue esposa de Francisco, Eugenia Sanz, y los del mismo
Francisco, todo se lo llevó el diablo: Solo han quedado multitud de papeles, para que, si a alguno
le gusta leer cosas de nuestros antepasados, se pase un rato distraído entre ese fárrago de
mentiras y chismes con que esta todo lo que, con buena voluntad mandaron aquellos buenos
esposos a su querida iglesia.

Quizá alguno se sorprenderá y diga: ¿Cual fue la causa de que habiendo mandado los
bienes y con todas las formalidades legales, al poco de morir ya quedaran sin efecto?.

Le respondo. Ante los tribunales respondía machaconamente la tía tuna que su marido al
dejar sus bienes todos a la parroquia, fue porque el confesor que le asistió en su enfermedad, le
dijo que hiciera esto.

Como en aquellos tiempos, las leyes dejaban mucho que desear, todo se lo llevó la trampa.

Advierto, que el sacerdote que le administró los sacramentos y demás auxilios espirituales
no fue el párroco, entonces estaba encargado de la parroquia un padre Carmelito del Convento
de Peñaranda y este fue el que le asistió y le dio cristiana sepultura de la iglesia. Si en verdad fue
coartado por el confesor -según la opinión de Angela Guzmán- yo creo que los dichos bienes
hubieran ido al Convento o a la Orden Carmelita. ¿Qué le importaba al fraile el dejarles a la
parroquia?. Pongo todo esto, para que vean los chanchullos y enredos que los pobres párrocos -
muy principalmente D. Tomás Catalina- tuvieron que afrontar ante los tribunales para no sacar
nada.

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