Los chicos del
Barrio de La Taranzana, disfrutaban mucho tocando sus campanillos en la
Fiesta de
San Antonio. Empezaban a tocarlos nueve días antes cuando se empezaba la novena, en su pequeña
iglesia. Lo malo es que se hacían los dueños y no dejaban a ningún otro chico, que no fuese del barrio, que subiera a bandearlos. Yo pude, cuando ya no había chicos, subir a mis setenta años y quitarme de encima aquel deseo incumplido y sacarme de encima la espina que todavía tenía clavada. Un abrazo a
Deza en la mañana del domingo 1º de Cuaresma