En mi
pueblo Deza, a este pequeño reptil tan común en todas partes no se le conoce con el nombre de lagartija; sino con el de zarandilla. Cuando yo era niño, los grandullones nos decían que D. Mariano, el boticario de turno las compraba para hacer medicinas. Por lo tanto ya nos veías a los peques con un canto en la mano y con aquel tino que teníamos tirando
piedras, matando zarandillas cuando salían a tomar el sol, tal como estamos viendo en la presente
fotografía.
Cuando llamabas a D. Mariano, que vivía en un piso encima de la botica, bajaba solícito creyendo que se trataba de un cliente al que había que atender; pero al vernos con nuestro bote de zarandillas, nos despedía con cajas destempladas. Y es que se lo tomaba como una tomadura de pelo y nunca como una broma. Yo piqué más de una vez. No sé si en
Cuenca de
Campos también haríais lo mismo,
amigo Contreras.
Un abrazo