(Haciendo un pequeño paréntesis en el tiempo), allá a los cuarenta y cinco años de edad, de buenas a primeras me vi apeado de un remonte allá en lo alto de una montaña, con unas extrañas tablas que forman parte de mis pies y arréglatelas como puedas para bajar... Así empezó mi odisea de esquiar. Sin profesor y sin ayudante. Yo solo ante el peligro. Y como me gustó la experiencia pues volví y volví año tras años hasta el día 6 de marzo de 2010 en que se me acabó la cuerda.
¡FELIZ DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER! A las liebres, en aquellos tiempos, no les daban mi un momento de respiro, siguiéndolas como podencos por el rastro que dejaban al desplazarse buscando alimento por el terreno nevado, acabando las pobres al final, en la cazuela.
En los montes, también por los rastros se buscaban los cados de los conejos y cavando, cavando se llegaba al final de la madriguera en donde caían presos todos aquellos gazapos que se habían refugiado en su interior.
Las ranas hacia tiempo que no croaban y menos ahora... Los pajarillos se metían en los gallineros y en los pajares y muchas veces aquello era su perdición pues caían en las manos del mayor depredador de la historia que es el hombre. Algunas personas los cogían a cientos para comérselos fritos y así aprovechar una fuente de proteínas muy importante. Se notaba, en la gran cantidad de plumas que tiraban a menudo en los basureros, aquellas vecinas que tenían un buen corral puesto que no entraban en todos aunque hubiese en ellos, comida de sobras. Yo lo comparo... Los grandullones, si había nieve, se apostaban en lugares estratégicos y nos esperaban con una bola en cada mano, listas para lanzarlas contra un enemigo que nos les haría frente por ser más pequeños, haciéndonos correr de lo lindo para evitar que nos cascaran. Para aumentar el peso y por lo tanto también el alcance del tiro, había algunos que les ponían piedras dentro.