La única escuela de nuestro pueblo que estaba calentita, de las cinco que había, era la de párvulos pues había debajo un horno público que le daba algo de calorcillo. Después, hablo al principio de los cuarenta, se pusieron estufas de serrín, una por escuela y hacia el mediodía se notaba un poco de calo, si en aquella jornada alumbraba el sol. El resto del día, la clase, era una nevera. Te lo puedes figurar si te cuento que la estufa se encendía después de entrar por la mañana y en toda la noche no había habido ninguna fuente de calor y a media tarde ya se había consumido la carga. Por otro lado el calorcillo no lo notaban mas que los que estaban cerca pues a ver que radiación calórica podía llegar a los torpes que eran los de atrás, según la concepción que se tenía de que los listos ocuparan los puestos de delante. Las niñas y no todas, llevaban una rejilla con lumbre desde sus casas y se la ponían en los pies. Las brasas las preparaban las madres en el hogar y tendremos en cuenta al contar todo esto, que casi nadie teníamos un abrigo que ponernos encima. Lo máximo un jersey de mala muerte, que digo yo, hecho por la abuela, lo mismo que los calcetines de lana que llevábamos con las albarcas.
Cuento todo esto para que la juventud sepa que a los mayores nos tocó vivir en unos tiempos muy diferentes de los de ahora. A pesar de todo fueron días felices y los recordamos con nostálgia. Un abrazo.
Cuento todo esto para que la juventud sepa que a los mayores nos tocó vivir en unos tiempos muy diferentes de los de ahora. A pesar de todo fueron días felices y los recordamos con nostálgia. Un abrazo.