En la escuela de párvulos, en mis tiempos que fueron a mediados de los años treinta del siglo pasado, se entraba a los cuatro años previo examen médico rutinario y la vacuna correspondiente, de no se qué. La entrada generalmente era a rastras de la madre pues a ninguno nos apetecía estar encerrados aunque estuvieses mas calentito que en tu casa. Echábamos de ver que allí no estaba el calorcillo insustituible, de la mujer que nos había dado el ser. Eso duraba pocos días porque al final encontrabas compañeros con los que berrear y alterar los nervios de Doña Pasión, que la pobre no se como aguantaba con los cincuenta pupilos que tenía. Un recuerdo muy cordial para ella.