En poco tiempo, en todos los pueblos y también en Deza, se fueron arrinconando los trillos de pedernal y la mayoria feneció al raso a merced de las lluvias, del viento, de las escarchas, de los hielos...En una palabra: de las inclemencias. Otros se guardaron en la casilla o pajar de la era; pero al final, los han pillado debajo los techos que les cayeron encima o fueron pasto de rapiña, muchas veces de personas interesadas que los buscaban y se los llevaban sin ninguna oposición de los lugareños. Esto es lo que pasó en mi pueblo y es lo que pasaría en Deza. Hoy día muchos sirven como adorno en mansiones y hacen de mesitas en recibidores y comedores de unas personas que ni siquiera saben la historia de esta herramienta que trabajó, arrastrada por mulos, caballos y hasta con burros, para el hombre durante más de dos mil años. Un abrazo.