Este es uno de los dos campanillos, casi gemelos que hay en la ermita de San Antonio de Padua, de la Taranzana. Por cierto he de contar que de muchacho estaba yo empeñado en subir a tocarlos, en los dias de la novena y de la fiesta del santo y nunca me dejaron los chicos de la Taranzana que se creían y eran los amos: las dos cosas, pienso. Total que me tuve que abstener hasta que me llegó el día y este fue cuando yo tenía 70 años. Aquel día estuve en la Misa, el día 13 de junio y subí por fin y me llené de satisfacción al conseguir mi objetivo. Pienso que si no lo hubiera conseguido, me hubiera ido al otro barrio, insatisfecho. Y menos mal que tenía las campanas de la torre de la iglesia y al Emiliano, senior, de amigo y subía con él hasta para tocar a las oraciones casi todas las noches. ¡Cuánto me gustan las campanas, Señor! Creo que mi vocación ha sido la de campanero. Cuando alguna vez he visitado ciudades de Europa y suenan aquellos carrillones tan emocionantes, yo me he quedado embobado mirando a las torres de donde salían aquellos preciosos toques. Quizá los mejores sean los de Gante, en Bélgica. Saludos del abuelo, dezanos.