¿tienes una panadería?

DEZA: Hola Manuel: Me ha gustado mucho esta historia de D....

Pío Mao Lasanta: Sr alcaide, ¿qué ha motivado la denuncia contra la prisión de la que usted es máximo responsable?
Alcaide: Todo comenzó cuando los servicios de inteligencia de la prisión descifraron que los supuestos versículos del Corán que un terrorista islámico llevaba tatuados por todo el cuerpo escondían camuflados los planos de la prisión, con los que pretendían preparar una fuga masiva. Al ser descubierto intentaron provocar un motín.
P. M. L: ¿Es cierto que aisló a éste y otros presos cabecillas de la revuelta en celdas de castigo y se les infligió torturas?
A: Completamente falso. Sí, como es legal, a los presos que incumplen gravemente las normas se les aísla en celdas, pero lo de los malos tratos y torturas es mentira podrida.
P. M. L: Según el bufete de abogados, para los castigados resulta un sufrimiento insoportable estar sometidos las veinticuatro horas del día a una música estridente, monocorde y muy rara que supera los decibelios tolerados por el ser humano.
A: Otra burda falacia. En primer lugar, el hilo musical sólo emite 20 horas, y nuestros técnicos han hecho mediciones y no supera los 35 decibeles; y en cuanto a la música, la elijo yo, sólo faltaba que fuese a gusto de los castigados. Lo que callan los denunciantes es el efecto pedagógico sobre los presos, quizás por el dicho ése de que la música amansa a las fieras.
P. M. L: ¿Y qué música estridente e insoportable es esa que denuncian, si se puede saber?
A: Pues la antología de nuestro paisano Cesáreo Martín Brieva, el gaitero de El Royo. Admito que les resulte rara, pero lo de insoportable no se lo permito. Si por estos islamistas fuera habría que darles el gusto con música de Mohamed Akel o de Adel Salameh o de la Rin Banna ésa. No olvidemos que aquí está lo peor de cada casa, como se dice allí en mi provincia de origen.
P. M. L. ¿Por qué mencionaba antes lo del efecto pedagógico?
A: Pues mire usted, sólo con quince días de audición musical de El gaitero de El Royo, y salen de las celdas pacíficos como nuestros corderillos lechales.
P. M. L. Observo que hace continuas referencias a su tierra soriana, parece que la tiene presente.
A: Sí, sobre todo mi pueblo, Piquera, que lo llevo en el alma y en la cabeza, y aquí –dice señalándose la gorra- en sentido literal.
(Severiano se descubre quitándose la gorra de béisbol que ha llevado durante la entrevista y podemos comprobar que a través de su incipiente calva se observan varias descalabraduras o piqueras como se dice en Soria. “Son recuerdos, prosigue, de D. Salustiano, el maestro de mi pueblo, de la hebilla de la correa de mi padre (que Dios tenga en su gloria) y de una pelea a cantazos que mantuvimos con los de Torremocha de Ayllón; para que luego me vengan los abogadillos éstos con torturas y secuelas psicológicas. Ya me ve a mí, tan terne.”)
P. M. L. Por último, Sr. Alcaide, ¿y lo de que, y cito textual: “En Alabama se castigaba a los presos atándolos a un poste de inmovilización, conocido como «la barra de amarre», a veces durante horas y con un frío glacial.”
A: Otro bulo que circula por internet y que atribuyeron al anterior alcaide. Yo también lo he visto buscando en “google” pero es otro rollo macabeo. Sabrán ellos de frío…

Hola Manuel: Me ha gustado mucho esta historia de D. Severiano, no tiene desperdicio. Hay dos asuntos que me ha hecho recordar, el primero el de las piqueras. Al menos en dos ocasiones he sido verdugo de mis amigos, el primero Alejandro, un buen chico. Sucedió en el puente del Molino, empezamos a jugar con piedras y él tuvo el fallo táctico de situarse abajo; yo desee arriba le lancé una piedra que acertó con su cabeza. Recuerdo el salto de la piedra al hacer contacto y también la sangre brotando. Como era un juego ni siquiera se enfadó, pero tuvimos que ir a su casa a fin de solucionar el problema. Otra vez sucedió en una chopera, junto al rio y frente de la casilla del Mariscal. En este caso fué Adrián el que sufrió "mi broma". No recuerdo que yo sufriera ninguna piquera.

En cuanto a la "barra de amarre", también tengo mi historia. Mi padre tenía un molde, donde se colocaban colleras y collerones, para darles forma. Era un bloque de madera, en dos mitades, de una altura aproximada de 1,60 m. Cuando cometía alguna falta, me ponía de rodillas frente a este monolito. Os podeis imaginar a los clientes cuando entraban al taller, me veían allí y le preguntaban a mi padre el motivo del castigo. Me daba una vergüenza terrible. No estaba atado, pero no podía moverme. ¡Menudo era el primer Barón de Deza, como para moverme!

Un abrazo