Siguiendo la sana costumbre de madrugar para hacer senderismo y conocer más nuestro pueblo y sus alrededores, nos acercamos a Campo alavés. Sabemos que corresponde al término de Torrijo de la Cañada, pero siempre lo hemos considerado un poco nuestro por proximidad, o bien por la percepción visual desde San Roque. La ermita, coronada por doble espadaña aunque con una única campana, surge como una aparición protectora en medio del campo. En la foto se puede ver además la balsa y parte de la frondosa chopera a la izquierda. En la ermita se venera a Nuestra Señora de Campo alavés y su fiesta es el 24 de Mayo, aunque la romería se celebra el último domingo de dicho mes. En dicha ermita se fundó una capellanía patrimonial. El capellán debía permanecer en la ermita desde la Cruz de Mayo- 3 de Mayo-, hasta la Cruz de Septiembre- 14 de Septiembre-. El verano entonces estaba comprendido entre estas dos fechas, fechas que son precisamente fiestas en nuestro pueblo. La misión del capellán consistía en decir misas y cuidar del conjuro contra las tormentas del verano. Me sorprendió el nuevo refugio equipado con barbacoas.
La verdad es que con los torrijanos siempre ha habido buen rollo, no así con otros pueblos más cercanos. Modesto y Jacinto eran dos hortelanos que todos los días venían de Torrijo con sus serones llenos de hortalizas de las de antes. En alguna ocasión hemos mencionado el recuerdo de aquellos sabores: los tomates olían y sabían a tomate... y no sigo, que es hora de comer. Madrugaban de modo que, cuando comenzaba a amanecer, ya pasaban por la casilla del Caminegro para llegar a instalarse con su mercancía en la plaza, junto a la puerta de la tía Lola. Y los músicos? ¡Cuántos años amenizaron las fiestas de Deza!. Recuerdo que, en una ocasión siendo casi un niño, yo fui a Torrijo a buscarlos con una mula. Cuando asomaban por San Roque, comenzaban las campanas a tocar y Graciano disparaba los primeros cohetes. Llegaban a la casa asignada y después a la plaza: a tocar pasacalles y darle al pueblo ambiente festivo. ¡Y ya lo creo que lo conseguían! Mientras tanto el maestro Minguijón atacaba el pasacalles blandiendo su batuta y Manolo, otro torrijano sobrino de la tía Fidela, guardaba el botijo. Un saludo.
La verdad es que con los torrijanos siempre ha habido buen rollo, no así con otros pueblos más cercanos. Modesto y Jacinto eran dos hortelanos que todos los días venían de Torrijo con sus serones llenos de hortalizas de las de antes. En alguna ocasión hemos mencionado el recuerdo de aquellos sabores: los tomates olían y sabían a tomate... y no sigo, que es hora de comer. Madrugaban de modo que, cuando comenzaba a amanecer, ya pasaban por la casilla del Caminegro para llegar a instalarse con su mercancía en la plaza, junto a la puerta de la tía Lola. Y los músicos? ¡Cuántos años amenizaron las fiestas de Deza!. Recuerdo que, en una ocasión siendo casi un niño, yo fui a Torrijo a buscarlos con una mula. Cuando asomaban por San Roque, comenzaban las campanas a tocar y Graciano disparaba los primeros cohetes. Llegaban a la casa asignada y después a la plaza: a tocar pasacalles y darle al pueblo ambiente festivo. ¡Y ya lo creo que lo conseguían! Mientras tanto el maestro Minguijón atacaba el pasacalles blandiendo su batuta y Manolo, otro torrijano sobrino de la tía Fidela, guardaba el botijo. Un saludo.