"TIERRAS DE SAN PEDRO" No creo que D. Diego Rafael Cano García, autor del libro que lleva ese título, si, como deseo, vive a sus 77 años, se moleste porque reproduzca algún parrafo del mismo, revelador de las condiciones en que trabajaron aquellos médicos.
"Pasaba los días metido en casa al amor del brasero y la mesa camilla, con el temor de que llegase un aviso para un pueblo, pues siempre asustaba el frío, que era mucho más intenso si ibas montado a caballo.
Era un tormento cabalgar en ese tiempo. A pesar de los guantes, de los calcetines y de los pulgueros, las manos quedaban ateridas, los pies insensibles y las rodillas doloridas. El vapor de agua que se desprendía de la respiración se condensaba en la parte del pasamontaña que tapaba la boca y, la lana, se iba convirtiendo en un bloque de hielo que quemaba los labios. El que desprendían los ollares o ventanas nasales del caballo, se posaba sobre los pelos que le rodeaban los belfos o morro, produciendo carámbanos de hielo.
En algunas ocasiones se irritaban los ojos y brotaban unas lágrimas que quedaban solidificadas sobre las mejillas. A medida que ascendía una montaña, notaba cómo todo el cuerpo se solidificaba. Era necesario vencer la enorme apetencia a permanecer quieto y me apeaba para hacer ejercicio durante un rato, a fin de que la circulación se restableciera, pero las piedras del camino estaban cubiertas de hielo, algunas parecían espejos, lo que impedía caminar seguro por aquel irregular y resbaladizo suelo." Qué tiempos. Poco que ver con el concepto del confort actual.
"Pasaba los días metido en casa al amor del brasero y la mesa camilla, con el temor de que llegase un aviso para un pueblo, pues siempre asustaba el frío, que era mucho más intenso si ibas montado a caballo.
Era un tormento cabalgar en ese tiempo. A pesar de los guantes, de los calcetines y de los pulgueros, las manos quedaban ateridas, los pies insensibles y las rodillas doloridas. El vapor de agua que se desprendía de la respiración se condensaba en la parte del pasamontaña que tapaba la boca y, la lana, se iba convirtiendo en un bloque de hielo que quemaba los labios. El que desprendían los ollares o ventanas nasales del caballo, se posaba sobre los pelos que le rodeaban los belfos o morro, produciendo carámbanos de hielo.
En algunas ocasiones se irritaban los ojos y brotaban unas lágrimas que quedaban solidificadas sobre las mejillas. A medida que ascendía una montaña, notaba cómo todo el cuerpo se solidificaba. Era necesario vencer la enorme apetencia a permanecer quieto y me apeaba para hacer ejercicio durante un rato, a fin de que la circulación se restableciera, pero las piedras del camino estaban cubiertas de hielo, algunas parecían espejos, lo que impedía caminar seguro por aquel irregular y resbaladizo suelo." Qué tiempos. Poco que ver con el concepto del confort actual.