DEZA: Hola Abuelo: Recuerdo perfectamente aquellas fogatas...

Ayer quedaron pendientes muchas cosas, al hablar de licores, sobre todo del delicioso anís.
Pero al hablar del término "anís" podemos referirnos a varias cosas de diferente significado, por lo que recopilo las más significativas.

La planta Pimpinella anisum, el anís común, una planta de la familia de las umbelíferas cuya semilla, muy aromática, se emplea en gastronomía.

La planta Illicium verum, el anís estrellado, un árbol de origen asiático cuyo fruto se emplea como sucedáneo del anís por la similitud de su sabor y aroma.

La planta Illicium anisatum, el anís estrellado, también del Japón, estrechamente emparentado con el último, pero gravemente tóxico.

La cicuta, Conium maculatum, es una especie botánica de planta con flor herbácea de la familia de las apiáceas y cuya simiente son unos anisetes cuya ingesta es venenosa.

La planta Foeniculum vulgare, el anís de Florencia o hinojo, de la misma familia que la anterior.

El licor de anís elaborado con alcohol y aceites extraídos de las semillas de anís común, de la pimpinella anisum.

El Anís paloma, otro licor a base de anís, etc... etc.

Un abrazo.

La Pimpinella anisum popularmente llamada anís, anís verde o matalahúga, es una hierba de la familia de las apiáceas originaria del Asia sudoccidental y la cuenca mediterránea oriental.
Planta herbácea anual que forma matas de hasta medio de altura. Las. Las flores, de 3 mm, son blancas, pentapétalas y surgen en densas umbelas. El fruto es un esquizocarpio oblongo de 3 a 5 mm de largo con un fuerte sabor aromático.

El anís tuvo su gloria y esplendor en nuestro pueblo, en aquellos tiempos en los que se destilaba el vino en alambiques, porque en cada destilación, se metía una bolsa dentro para aromatizar el aguardiente obtenido. Y era rentable su siembra porque tenía fácil salida al mercado, que lo pagaba a buen precio. Su cultivo resultaba muy laborioso ya que había que escardarlo lo menos tres veces durante su ciclo de vida y por tanto se necesitaba mucha mano de obra. Bueno, en aquellos tiempos no había problemas.

Un a brazo.

La mano de obra para la escarda del anís, lo mismo que para la de las zanahorias, era generalmente de gente muy joven pues tenías que andar arrodillado quitando las hierbecillas extrañas, con los dedos. Se adelantaba muy poco porque había más hierbas malas que plantas buenas y encima tenías que cuidar que quedaran espaciadas y no crecieran muy juntas para su buen desarrollo.
Una vez escardando anís a una chica se le metió un pajarillo en las sayas. Lo perseguía un gavilán y el pobrecillo se metió donde buenamente pudo, creyendo escapar de una muerte segura, al verse perdido. Menudo susto...

Escardando se pasaba muy bien.

Un abrazo.

El año 1939 mi padre sería uno de los mayores cosecheros de anís; pero tuvo mala suerte. Había cosechado unos mil kilogramos de simiente y no sabía que hacer con ellos pues ni siquiera tenía precio. Por su mala suerte lo llevó con sus dos mulillas al pueblo de Ariza, distante unas cinco leguas de Deza. Le costaría hacer por lo menos cuatro viajes o sea unos doscientos kilómetros entre idas y venidas. A peseta el kilo, fueron mil pesetas en total lo que sacó.
El caso es que a los pocos días se lo hubiesen quitado de las manos, en su misma casa al precio de cinco pesetas. Y si hubiese aguantado más, se hubiese hecho casi rico pues llegaron a pagar el kilo en esa misma temporada, poco a poco hasta 30 pesetas. Aquel año mi padre perdió la oportunidad de su vida y no volvió a ver otra igual. Así fue la realidad. Cuando venían compradores, (para más INRI), todos acudían a mi casa porque al preguntar en el pueblo, les decían que el Raimundo había cogido mucho anís; pero allí ya no estaba el anís...

Un abrazo.

Cuando yo era chico, recuerdo que la Avelina que era la que vendía en la Plaza los confites, (hoy día se dirían los chuches), todos los domingos y fiestas de guardar, tenía entre sus mercancías unos cigarrillos de paja de anís. Estos cigarrillos tenían un sabor dulzón y muchos de nosotros nos fumábamos los seis del atadillo, uno detrás de otro. Era el primer paso para hacerse fumador, sin duda alguna. Entonces no era considerado el fumar, como una aberración: Era cosa de hombres...

Los tiempos cambian Mosén.

Un abrazo.

En los largos inviernos de nuestra tierra, los chicos de los pueblos como el nuestro, también nos las arreglábamos para no estar tantas horas dentro de casa a pesar de que no había ninguna distracción para nosotros, pagada por el gobierno. Al salir de la escuela cogías tu merienda y a la calle. Allí jugabas un buen rato a una cosa u otra y después venían las deliberaciones de lo que habríamos de hacer, seguidamente. Una de ellas era ir a buscar por las eras palotes de anís y de garbanzos, tástanas de judías y judiones, vencejos y todo aquello que fuese susceptible de arder. En un rincón de la horma del Cascajar, cuando estaba todavía entero (todos sabemos que ahora está mutilado) teníamos nuestro hogar de siempre y allí encendíamos nuestra hoguera alimentándola poco a poco con todo el cariño para que nos durara unas dos o tres horas. Íbamos a casa con olor de humo; pero no había tampoco mucha diferencia con el que se respiraba dentro de allí. Además era el mismo olor que había en las cavernas, en tiempos pretéritos...

Un abrazo.

Hola Abuelo: Recuerdo perfectamente aquellas fogatas que nos hacían menos fríos los días de invierno, muy duros con el pantalón corto que se estilaba en aquellos años. En casa estábamos poco tiempo y nos juntábamos en cualquier sitio, incluído el portal del Ayuntamiento. Apunto que sí había un lugar donde reunirnos, al menos por la tarde, que era el Hogar del Frente de Juventudes. Mi padre no me permitió afiliarme, pero como Venancio (mutilado de guerra y relojero) era encargado del mismo y amigo de mi padre, yo entraba; aunque no asistia a las reuniones de los miembros. Allí se leía la prensa del Movimiento y algún semanario menos contaminado. Aprendí a jugar al ajedrez, a las damas y al ping pong. Era un lugar cálido y acogedor. La teoría de mi padre para la oposición a que perteneciera a ningún grupo, era que había visto a muchas personas que fueron fusiladas por ser de los partidos o sindicatos de izquierda. Él decía que en caso contrario, sucedería lo mismo para los de la derecha. Sus razones tenía y yo aceptaba sus decisiones: 1º.- Porque no había más remedio. 2º.- Tardé mucho tiempo en tener opinión propia. Y esto sucedió formando parte del ejército del Dictador, con la anuencia de mi padre, que prefirió esta vía, antes que la del Seminario que yo prefería para conseguir conocimientos. Paradojas del destino, cuando se vive en un medio en el que no tienes recursos ni libertad.

Un abrazo.