Aprovechando el puente de Todos los Santos, visité de nuevo el monasterio cisterciense de Veruela, evocador lugar para los amantes del arte y del misterio. Paseé por los mismos lugares en los que se inspiró Becquer; anduve por los oscuros claustros y recorrí el paseo que, desde la puerta amurallada, llega hasta las arquivoltas de la iglesia bajo el crismón entre las falsas columnas de su fábrica. Siempre encuentro algún motivo nuevo, algo que en otras visitas me quedó desapercibido. Allí, en el palacio del abad, entonces abandonado por los frailes a causa del decreto de desamortización de Mendizábal, escribió el poeta romántico sus "Cartas desde mi celda", inspirado sin duda por el entorno y las supersticiones de las gentes de la época acerca de aquelarres de brujas, de encantos, de leyendas y de magia.
Hay una etapa de la vida por la que todos los niños pasamos: la del miedo. Creo que las rimas y leyendas de este gran poeta, influyeron en mí, de tal manera, que se quedaron grabadas en mi memoria. Comencé a leerlas cuando era casi un niño y en la institución en que estaba interno no nos estaba permitido hacerlo por las dudas que el poeta albergaba acerca de las postrimerías: “Dios mío, que solos se quedan los muertos”. Con la curiosidad innata que nos hace taparnos los ojos y dejar un resquicio para ver entre los dedos abiertos, leí toda su obra.
Como suelo hacer cuando visito este magnífico monasterio cisterciense, me acerco al restaurante aledaño cuyo simple nombre evoca una de sus leyendas: “La corza blanca” y me imagino a Garcés, acompañado por los pastores, buscándola entre la espesura y recorriendo el somontano con su ballesta desde Beratón hasta Purujosa.
En mis sueños penetro en la habitación de Beatriz, en Soria, para verificar si sigue la banda azul rescatada del "Monte de las Ánimas" sobre su reclinatorio, o persigo hasta alcanzar el "Rayo de luna" como hizo Manrique, o bien veo la tumba donde la mano de Margarita muestra el anillo de su mano recordando a Pedro "La Promesa". Escondido entre los robles y endrinos, veo desfilar los esqueletos de los frailes, portando sus velas encendidas, embutidos en sus blancos hábitos cantando "El Miserere" y, cuando se hace el silencio, escucho, en el momento de alzar la Hostia y el Cáliz, el órgano de "Maese Pérez el organista" que tanto me recuerda al virtuoso Emiliano, el viejo sacristán, en la iglesia de Deza, mientras en algún oscuro rincón yace un arpa olvidada y cubierta de polvo.
Un saludo
Hay una etapa de la vida por la que todos los niños pasamos: la del miedo. Creo que las rimas y leyendas de este gran poeta, influyeron en mí, de tal manera, que se quedaron grabadas en mi memoria. Comencé a leerlas cuando era casi un niño y en la institución en que estaba interno no nos estaba permitido hacerlo por las dudas que el poeta albergaba acerca de las postrimerías: “Dios mío, que solos se quedan los muertos”. Con la curiosidad innata que nos hace taparnos los ojos y dejar un resquicio para ver entre los dedos abiertos, leí toda su obra.
Como suelo hacer cuando visito este magnífico monasterio cisterciense, me acerco al restaurante aledaño cuyo simple nombre evoca una de sus leyendas: “La corza blanca” y me imagino a Garcés, acompañado por los pastores, buscándola entre la espesura y recorriendo el somontano con su ballesta desde Beratón hasta Purujosa.
En mis sueños penetro en la habitación de Beatriz, en Soria, para verificar si sigue la banda azul rescatada del "Monte de las Ánimas" sobre su reclinatorio, o persigo hasta alcanzar el "Rayo de luna" como hizo Manrique, o bien veo la tumba donde la mano de Margarita muestra el anillo de su mano recordando a Pedro "La Promesa". Escondido entre los robles y endrinos, veo desfilar los esqueletos de los frailes, portando sus velas encendidas, embutidos en sus blancos hábitos cantando "El Miserere" y, cuando se hace el silencio, escucho, en el momento de alzar la Hostia y el Cáliz, el órgano de "Maese Pérez el organista" que tanto me recuerda al virtuoso Emiliano, el viejo sacristán, en la iglesia de Deza, mientras en algún oscuro rincón yace un arpa olvidada y cubierta de polvo.
Un saludo
A los más que interesantes mensajes del abuelo hay que añadir los de José-Luis S. Palacín y éste que contesto de pefeval. Con cuatro o cinco así cada día no harían falta más, aunque como foro activo diésemos un bajón. Hoy habéis puesto el listón muy alto tanto por la calidad como por la mesura que prodigáis y, ante esto, a uno le hacéis plantearse si no se estará volviendo un tanto cascarrabias. Magínifico el planteamiento de Jose-Luis, en su "Atrévete a vivir" y la contestación sobre los idealistas. Aunque sólo un matiz, también hay variedades de idealistas, aunque a veces parezcan unos gruñones inconformistas, que conste.
Un saludo, y enhorabuena a los tres.
Un saludo, y enhorabuena a los tres.