Las mulas y machos, que es como llamábamos a los mulos, tenían todos su nombre y te obedecían al nombrarlos. Unas veces se les ponía el nombre de su procedencia, otras se las nombraba por el color de su pelo, por sus cualidades o por invención de su amo. Incluso si cambiaba de amo se le transmitía el nombre al comprador porque el animal ya estaba acostumbrado a esa voz. De hecho estos animales entendían pocos vocablos. Los más corrientes eran soooh y arre. Hacían caso a los gritos pues entendían que el dueño estaba enfadado y porque detrás venía algún zurriagazo.
Un abrazo.
Un abrazo.
Hubo machos y mulas a las que se tenía que haber hecho un monumento. Si, es verdad; en cada pueblo tenía que haber un monumento en memoria de estos nobles animales que tanto nos ayudaron en las faenas del campo. Si no hubiese sido por ellos... Y encima se les pegaba y se les gritaba para que fuesen más de prisa y para que estiraran fuerte del carro, sobre todo si era cuesta arriba o se había encallado. Así se les pagaba el esfuerzo realizado en nuestro favor. Y encima se les nombraba como animales nobles brutos. No se quién sería el bruto en muchos casos. Y el noble, tampoco.
Un abrazo.
Un abrazo.