¿tienes una peluquería?

DEZA: ¡Qué razón tienes en tus apreciaciones acerca de la...

Cuando colgué en el foro este libro de Ezequiel Solana, debería haberlo escaneado, pero hice una foto y con el flash ha salido borroso y demasiado luminoso. Este libro, como digo, lo tengo como un pequeño tesoro que me recuerda aquellos fríos días de mi niñez en Deza; en la calle una gran nevada- no como la del cuento del abuelo-, en el interior de la escuela de D. Jesús una treintena de niños soportando el humo que producía el serrín húmedo de la estufa, mientras comenzábamos la lectura de este libro que nos enseñaba tantas cosas. Lo abro y leo una página dedicada a Petrarca- demasiado quizás para niños de ocho o nueve años-, pero siempre se queda algo porque no se trata de estudiar los pensamientos y la obra del célebre humanista, sino que el autor, de un modo didáctico, nos quiere mostrar la afición a la lectura que tenía este personaje.
Después de la moraleja, glosando la importancia de los libros, el autor entra en un capítulo que se llama conversación, en el que se formulan una serie de preguntas acerca de la lectura con el fin de comprobar si el alumno ha comprendido lo que acaba de leer. Es importante porque, según estadísticas, la mayor parte de los alumnos no comprenden lo que leen. Así lo señala el informe PISA.
Quizás este libro se encuentre demasiado cercano a la enseñanza de la religión, digno de ser satanizado por muchos pero, aunque no soy religioso, yo lo prefiero así. En estos tiempos los responsables se preocupan más en quitar los crucifijos de las escuelas, propugnando eliminar la Navidad sustituyéndola por las Saturnales o mofándose de millones de personas riendo bajo una corona de espinas.
Manuel, se echan de menos tus participaciones.
Un saludo

¡Qué razón tienes en tus apreciaciones acerca de la vida de los niños en los pueblos, Manuel! Ya no alegran las calles con sus gritos y con sus juegos. No se producen esas pequeñas discusiones por pisar una raya o por cualquier otra insignificancia. Han cambiado tanto las costumbres….. Los recuerdos nos hacen vivir de nuevo esos días de la niñez: entras en la escuela y te sientas en tu pupitre, enfrente las efigies de Franco y José Antonio escoltan el preceptivo crucifijo. Política y religión que marcan los vencedores de turno. En Irán el retrato del Ayatolá, en Rusia el de Lenin y así sucesivamente. El dictador y el fundador de la Falange ya desaparecieron, como es lógico, y ahora incluso quieren que desaparezca el crucifijo. ¿En qué vamos a creer? Adoraremos al becerro de oro o a quien nos indique el partido más votado. Pero, sigamos en la escuela: enfrente, bajo el crucifijo, el encerado con alguna explicación y, a su lado, un par de mapas. Recuerdo que había un mapa que le llamábamos el “mapa mudo” porque carecía de letras y signos y en el que era difícil indicar las provincias, los ríos, montañas etc; un día a la semana temblábamos porque teníamos que contestar las preguntas sobre ese mapa, señalando con un puntero. En la mesa central, el maestro dirigía la orquesta blandiendo una batuta amenazadora. Sobre su mesa una cabeza de chinito de terracota pintado de amarillo con una rendija para introducir monedas y, junto a esa mesa, un botijo con unos pinchos de hojalata en el pitorro para que nadie osara “mamar” de él. En la pared, colgada de una alcayata se ve una regla junto a un cartabón, un ángulo y un compás. En un pequeño armario a la derecha unos pocos libros, más o menos deteriorados por el uso, de “Lecturas de oro” de Ezequiel Solana, otros de Serrano de Haro y uno de las fábulas de Iriarte y Samaniego. Aunque ya teníamos cuaderno, solíamos escribir y hacer números en una pequeña pizarra mediante un pizarrín,- era más económica- y muchas veces la borrábamos escupiendo sobre ella. Llevábamos nuestros cuadernos y pizarra, así como la enciclopedia Álvarez, en una cartera de madera y las pinturas y lapiceros en un plumier. En invierno nos calentábamos en una estufa de serrín que producía más humo que calor; nos turnábamos para “cargarla”. Las niñas tenían más suerte, llevaban un pequeño brasero que llamaban rejilla lleno de áscuas para colocárselo bajo los pies. Un día a la semana- normalmente el sábado-, el cura pasaba por la escuela para preguntarnos el catecismo. En Deza, como cambió de diócesis, tuvimos que aprendernos el del padre Ripalda y el del padre Astete. Nos situábamos en un círculo y preguntaba a uno cualquiera, si no sabía responder, preguntaba al siguiente y si este lo sabía pasaba a ocupar su puesto “cape locum”. Cuando nos pasaban a “escribir a tinta”, llegábamos a casa con las manos negras. Para fabricar la tinta, había que ir a la tienda del tio Segundo o del tio Fortuna a comprar unas bolsitas de papel para diluirlas en un frasquito de agua. Si atrapabas una mosca, la metías al tintero y la dejabas andar sobre el pupitre en el que dejaba un rastro delator que no se podía borrar con una de esas gomas “Milan” pero, a final de curso, todos los años dedicábamos un día a rasparlos con un pedazo de cristal para dejarlos limpios.
De aquellos años solo queda el recuerdo y la “cartilla de escolaridad” que conservamos, pero ya no se escuchan las voces de los niños jugando a la estornija o corriendo detrás del aro.
Un saludo
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Precisa y preciosa la descripción que haces, pefeval. Y no es coba. Aunque no nos conocemos, deduzco que soy algunos años más joven, aunque no muchos, pues mis recuerdos escolares son un poco más tardíos. He leído varias veces estas tus vivencias en la escuela y su lectura me ha resultado muy agradable por la forma como los plasmas; desde aquí, te animo a que éstas y otras más cosas que recuerdes las pongas "negro sobre blanco", si todavía no lo has hecho, para que no se pierdan, para que los jóvenes ... (ver texto completo)