Luz fijo a 0,11115 €/kWh

DEZA: Es cierto, abuelo. Los gorriones hacían verdaderos...

Muy buenos días abuelo
Muy buenos días dezanos
Muy buenos días para todos
Hoy abuelo amanecimos con lluvia, esta noche nos ha caido una buena. Esta mañana cuando he salido a la calle, he oido a los pajarillos (que seguro son gorriones) cantar entre los árboles. Me ha dado alegria su cantico. Los pobres estaban refugiados al cobijo de algunos árboles que aún tienen alguna hojilla.
Pues hoy ya aqui lo dejo, me voy a mis quehaceres. La agenda esta super repleta. Veremos como acaba la jornada.
Un saludo y hasta mañana.

Amiga Las Matas: Hoy por aquí tiene otra cara el tiempo pues apenas hace nada de frío. Como que me he encontrado una viejecita (mira quien habla de viejos) que salía de su casa e iba a tomar el sol. Esto era hacia las 11 cuando yo ya venía de la gimnasia.

Los pobres gorriones que eran los que nos hacían compañía en invierno, lo pasaban mal. Tan mal que muchos dejaban su pellejo, digo sus plumas, por el basurero. El basurero era un rinconcito en donde los vecinos echábamos los desperdicios de casa, que prácticamente, era materia orgánica. Y entre esas cosas iban a veces las plumas de los gorriones que aquel día habían caído víctimas de la incomprensión, puesto que los habían atrapado al intentar alimentarse.

Un abrazo.

El gorrión, llamado también pardal en muchos lugares, es tan antiguo en los pueblos como el hombre mismo. Siempre ha sido su compañero a pesar de quererlo y tratarlo tan mal como se podía, con la escusa de que se comía sus cosechas. Y con toda razón pues hasta tiempos recientes no había manera de controlarlo y hacía daños importantes en las plantaciones de las huertas y tierras sembradas cercanas a los pueblos. Se cazaban con ratoneras y sobre todo cerrando la puerta del gallinero en donde se habían metido a comer con las gallinas. Así caían por cientos cada año.

Un abrazo.

Es cierto, abuelo. Los gorriones hacían verdaderos estragos en la agricultura. Otrora abundaban tanto y sus bandadas eran tan numerosas, que, cuando caían en un trigo, lo arrasaban; sin embargo ahora se dejan miles de quilos en las eras y a la intemperie. No solamente era el trigo que comían, sino el que caía de la espiga y que era irrecuperable. A propósito de esos gorriones que se comían el trigo, recuerdo una anécdota que ocurrió en uno de los pueblos que dependían de mi oficina:
Junto a la estación del ferrocarril, había una huerta propiedad del ayuntamiento que era cultivada por un medialero. Aquel año, el medialero había sembrado una variedad de trigo, casi desconocida entonces, que se llama pané 247, trigo de gran rendimiento que se caracteriza por ser de espiga mocha y de talla media. Los gorriones se aficionaron a aquel trigo y lo visitaban todos los días. Comoquiera que las horas de la pitanza de dichas aves son al amanecer y al caer la tarde, la tía Emilia, esposa del medialero, blandiendo un gran cencerro, acudía a esas horas haciéndolo sonar a fin de espantarlos. Los astutos gorriones le hacían burla y, mientras ella trataba de espantarlos por un extremo, ellos se situaban al otro lado, pero lo del cencerro era bastante eficaz. (Yo recuerdo en Deza a varias personas tocando un cencerro o golpeando una cacerola para hacer ruido y así espantarlos.)
Aquel año había venido de Madrid un nuevo jefe de estación, que como digo estaba junto a la finca del trigo, que ignoraba el objeto de las cencerradas matutinas y vespertinas. Como es lógico en los pueblos, muchas personas, campechanas ellas, le preguntaban si le gustaba el pueblo, si le iba bien en el trabajo o si se iba adaptando a las costumbres. El joven ferroviario decía estar encantado en su nuevo destino, el pueblo era de lo más acogedor y la gente muy amable y sencilla.
- Pero vengo observando un detalle: todos los días a primera hora de la mañana y a última de la tarde, una pobre señora, que no debe de andar en su sano juicio, se coloca en la finca de enfrente tocando un enorme cencerro. Ella no hace daño a nadie, pero deberían llevarla a un psiquiatra.
- Un saludo