Del expediente de Ohanes, del que había oído hablar hace tiempo, se pueden sacar varias conclusiones. Salvando las distancias en el tiempo, y las diferencias, hoy, en pleno siglo XXI, sigue vigente lo de "echarle la culpa al muerto", o "echarle el muerto a otro", siempre más débil e indefenso; los que mandan son los que mandan (valga la tautología); el alcalde de Ohanes no iba a dimitir, ni los "técnicos" (peritos albañiles), y un largo etcétera, por no extendernos. ¡Cómo se taparon unos a otros! Hoy se pueden hundir puentes, pueden aparecer socavones profundos en cualquier obra, por faraónica que sea, se pueden acometer las mayores barbaridades urbanísticas, con o sin víctimas... que no dimite ni dios (aunque suene blasfemo, que no lo es, sino una expresión coloquial). El día que un alto cargo dimita, de ministro para abajo, tendrán que repicar las campanas de todas las capillas, iglesias, basílicas y catedrales de este país llamado (todavía) España. Lo trágico de Ohanes, a pesar del tiempo transcurrido no deja de ser trágico, es que la estupidez e impericia de las autoridades responsables (?) segó la vida de los alumnos y su maestro. Una desgracia evitable, aún en 1740.