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DEZA: Desde aquellas aulas, a través de sus amplios ventanales,...

Recuerdo las manos enrojecidas de mi madre tendiendo en el balcón la ropa que al instante se acartonaba del frío como si fuera una bacalada. También recuerdo las manos de sabañones y las piernas blancas llenas de cabrillas de la Coscorreta, mientras enciende el brasero a la puerta de su humilde casucha cercana al Duero. Me parece estar viendo a Comas, el panadero, que desafía los rigores invernales sin más ropa que el mono azul del trabajo, mientras baja por la calle Real camino del río donde poco más tarde se dará un chapuzón en las heladas aguas a no sé cuántos grados bajo cero.

Creo estar sintiendo sobre el rostro el helador viento del norte, mientras avanzo encogido con la cabeza baja, el cuello del abrigo levantado y la cara envuelta en la bufanda, camino del colegio. Una vez dentro, entre el cobijo de sus paredes, tendrá que transcurrir un buen rato hasta que las manos, despojadas de los guantes de lana, entren en calor y puedan agarrar el lápiz. Sientes frío en las rodillas y te ajustas los elásticos de los calcetines mientras piensas que cuándo vas a dejar de ser un crío para llevar tú también pantalones largos como los chavales mayores.

Desde aquellas aulas, a través de sus amplios ventanales, puede divisarse el humo que sale por las chimeneas de las casas del caso viejo, el brillo de las tejas que reflejan el sol de la mañana, las mujeres que se dirigen al mercado –a la Plaza, dicen- caminando todo lo aprisa que pueden a causa del frío, y la sierra de Santa Ana, salpicada de carrascas, tras el Castillo solitario a estas horas tempranas, desde el que observa la ciudad la figura pétrea y silente del Sagrado Corazón. (Puede que aún conserve grabados en la memoria todos aquellos recuerdos, de ser cierto lo que alguien dejó dicho de que la niñez es la patria del hombre. O tal vez sea ese paraíso que perdimos para siempre, por lo que tiene de irrecuperable, lo que acentúa las ganas de volver la vista atrás. Puede también que, de no haber seguido el camino de la emigración, el contacto cotidiano con los mismos lugares de la infancia me hubiera hecho ver todo de manera diferente. No lo sé, ni tampoco habrá de importarme ya).