¿Por qué hablando en castellano hemos de decir kleenex, cuando es más propio y mucho mejor decir pañuelos de papel? (*)
(*) El pañuelo tradicional, de tela, está en franca retirada y no digamos el término moquero que algunos usaban antaño, al menos en tierras sorianas.
(*) El pañuelo tradicional, de tela, está en franca retirada y no digamos el término moquero que algunos usaban antaño, al menos en tierras sorianas.
Efectivamente, Manuel, el moquero es una palabra muy castellana y solamente con escuchar o leer dicha palabra, entendemos su significado aunque se haya quedado obsoleta. La verdad es que hacía mucho tiempo que no la escuchaba, pero recuerdo a los abuelos y a mis padres cuando era jovencillo, allá en el pueblo:- ¿llevas moquero?- La palabra en si define con exactitud el objeto y su uso, aunque el moquero tenía y tiene también otras aplicaciones.
Ahora sería casi ridículo enarbolar un kleenex en una corrida de toros para pedir la oreja a la autoridad después de una buena faena, o protestar la actuación del árbitro en un partido de futbol; claro que también el moquero, dependiendo del estado en que se encuentre, puede ser un objeto poco higiénico. Otra de las aplicaciones del moquero que hemos llegado a ver en muchas ocasiones, ha sido el utilizarlo para protegernos de los rayos del sol atando un nudo en cada una de sus puntas y colocárnoslo en la cabeza.
Desde que se pusieron de moda los kleenex casi han desaparecido los moqueros. A los hombres no nos importaba llevar moqueros porque nosotros no los teníamos que lavar; para eso estaban las mujeres, que los dejaban muy limpios, los tendían al sol y, por último, los planchaban muy apretaditos y en muchos cuadraditos.
Además eran unos objetos muy socorridos a la hora de hacer un regalo el dia del padre.
Sin duda fueron las mujeres las primeras que se dieron cuenta de que el kleenex les evitaba el lavarlos, al igual que las servilletas de papel donde nos limpiamos los morros de tomate, de la salsa o del café con leche. Fuimos renuentes a la hora de adaptarnos a la nueva costumbre, pero hemos de reconocer que es más práctico utilizar el papel para luego tirarlo a la basura.
¿Cuántos pañuelos de esos se utilizan diariamente? Ahora nos los venden hasta en los semáforos.
Sin embargo la palabra moquero, en castellano puro y aunque no se utilice, nos trae el recuerdo de nuestros abuelos.
Un saludo
Ahora sería casi ridículo enarbolar un kleenex en una corrida de toros para pedir la oreja a la autoridad después de una buena faena, o protestar la actuación del árbitro en un partido de futbol; claro que también el moquero, dependiendo del estado en que se encuentre, puede ser un objeto poco higiénico. Otra de las aplicaciones del moquero que hemos llegado a ver en muchas ocasiones, ha sido el utilizarlo para protegernos de los rayos del sol atando un nudo en cada una de sus puntas y colocárnoslo en la cabeza.
Desde que se pusieron de moda los kleenex casi han desaparecido los moqueros. A los hombres no nos importaba llevar moqueros porque nosotros no los teníamos que lavar; para eso estaban las mujeres, que los dejaban muy limpios, los tendían al sol y, por último, los planchaban muy apretaditos y en muchos cuadraditos.
Además eran unos objetos muy socorridos a la hora de hacer un regalo el dia del padre.
Sin duda fueron las mujeres las primeras que se dieron cuenta de que el kleenex les evitaba el lavarlos, al igual que las servilletas de papel donde nos limpiamos los morros de tomate, de la salsa o del café con leche. Fuimos renuentes a la hora de adaptarnos a la nueva costumbre, pero hemos de reconocer que es más práctico utilizar el papel para luego tirarlo a la basura.
¿Cuántos pañuelos de esos se utilizan diariamente? Ahora nos los venden hasta en los semáforos.
Sin embargo la palabra moquero, en castellano puro y aunque no se utilice, nos trae el recuerdo de nuestros abuelos.
Un saludo
Es sorprendente, pefeval, la facilidad con que conviertes en un artículo de etnología cualquier tema, como éste de pañuelo o moquero. No hace falta prodigarse mucho, cuando hay calidad como la que aportas. ya sabes que es reconocimiento.
Amí, volviendo al llamado moquero, me sorprendía siendo crío observar la facilidad con que algunos hombres se hacían un gorro protector con ellos, como bien dices, haciendo cuatro nudos en las puntas; y no se les caía. Recuerdo verlos sobre todo el Viernes de Toros en los tendidos de la plaza "La Chata", cuando el sol de los sanjuanes pegaba fuerte. Otros, con parecida habilidad, de una hoja de periódico, "el papel" como se le conocía en nuestros pueblos, se hacían un sombrero de pico con el mismo fin de protegerse del Lorenzo. Tiempos y costumbres ya idas.
Un cordial saludo.
Amí, volviendo al llamado moquero, me sorprendía siendo crío observar la facilidad con que algunos hombres se hacían un gorro protector con ellos, como bien dices, haciendo cuatro nudos en las puntas; y no se les caía. Recuerdo verlos sobre todo el Viernes de Toros en los tendidos de la plaza "La Chata", cuando el sol de los sanjuanes pegaba fuerte. Otros, con parecida habilidad, de una hoja de periódico, "el papel" como se le conocía en nuestros pueblos, se hacían un sombrero de pico con el mismo fin de protegerse del Lorenzo. Tiempos y costumbres ya idas.
Un cordial saludo.
Es que, para eso de la etnología, Manuel, siempre das pie- como le dijo Quevedo a Felipe IV-, y siempre sales con alguna coletilla que haga alusión a Soria, como es el caso de la mención que haces, por asociación, al recordar los gorros improvisados en la plaza de toros- “La Chata”- para protegerse del Lorenzo. Se nota que añoras tu tierra.
En cuanto a lo de llamar al periódico “papel”, sí que se le daba esa acepción. Yo recuerdo cuando al cartero del pueblo le preguntaba algún suscriptor - ¿me traes el papel?-, refiriéndose al “Campo Soriano” que no sé si se publica todavía o pasó a mejor vida a finales de los ochenta.
En algunos países de Sudamérica, también le llaman papel: newspaper.
No sé si recordarás la poesía que circuló acerca del crimen de Rivarroya, en la que se narra el suceso ocurrido en esta localidad Soriana allá por los años cincuenta. Creo recordar que al asesino lo detuvieron en Navaleno al sospechar de él cuando preguntó a una persona que leía el “papel de la ciudad” si habían detenido al asesino.
Un saludo
En cuanto a lo de llamar al periódico “papel”, sí que se le daba esa acepción. Yo recuerdo cuando al cartero del pueblo le preguntaba algún suscriptor - ¿me traes el papel?-, refiriéndose al “Campo Soriano” que no sé si se publica todavía o pasó a mejor vida a finales de los ochenta.
En algunos países de Sudamérica, también le llaman papel: newspaper.
No sé si recordarás la poesía que circuló acerca del crimen de Rivarroya, en la que se narra el suceso ocurrido en esta localidad Soriana allá por los años cincuenta. Creo recordar que al asesino lo detuvieron en Navaleno al sospechar de él cuando preguntó a una persona que leía el “papel de la ciudad” si habían detenido al asesino.
Un saludo
Más acerca de la acepción de la palabra papel.
Preguntaba hace unos días Manuel si el periódico era llamado “el papel” en nuestro pueblo; yo le respondí que, efectivamente, era un modo de nombrarlo y recordé una vieja poesía de esas que se publicaban hace tiempo en lo que llamaban “literatura de cordel”. En este tipo de literatura, como dice Julio Caro Baroja, se inspiraron muchos autores para escribir sus libros: Valle Inclán para su obra “Los cuernos de don Friolera” o Antonio Machado, cuando oyó contar la historia de los Alvargonzález a un pastor y sabía que andaba escrita en papeles que los ciegos copleros cantaban por las comarca de Berlanga, aunque no la escribió hasta que, en una excursión de Soria a Cidones para visitar las fuentes del Duero en 1.910, al escuchar la leyenda a un campesino, se decidió a hacerlo.
Y mira por donde, en este medio de internet, en uno de sus buscadores, encuentro quizás el último romance que circuló de pueblo en pueblo allá a mediados de los cincuenta: se refiere al Crimen de Rivarroya, pueblecito soriano cercano a Almarail. El romance está escrito de forma sencilla, y muchos niños lo aprendimos de memoria. En una de sus estrofas, en la que yo recordaba lo del “papel”, dice:
Navaleno está a la vista/y siente curiosidad/ de saber lo que se dice/ y se acerca a preguntar/a un vecino que leía/ el papel de la ciudad:/-muy buenas tardes, vecino/ ¿no han cogido al criminal? (…)
Lo cierto es que fue un crimen horrible que dejó conmocionada a toda la provincia. Al asesino le dieron “Garrote Vil” que era el sistema de ejecución entonces vigente; fue en el patio de cárcel de Soria y lo ejecutó el verdugo de Burgos. Afortunadamente la pena de muerte fue suprimida en España en 1.983.
Preguntaba hace unos días Manuel si el periódico era llamado “el papel” en nuestro pueblo; yo le respondí que, efectivamente, era un modo de nombrarlo y recordé una vieja poesía de esas que se publicaban hace tiempo en lo que llamaban “literatura de cordel”. En este tipo de literatura, como dice Julio Caro Baroja, se inspiraron muchos autores para escribir sus libros: Valle Inclán para su obra “Los cuernos de don Friolera” o Antonio Machado, cuando oyó contar la historia de los Alvargonzález a un pastor y sabía que andaba escrita en papeles que los ciegos copleros cantaban por las comarca de Berlanga, aunque no la escribió hasta que, en una excursión de Soria a Cidones para visitar las fuentes del Duero en 1.910, al escuchar la leyenda a un campesino, se decidió a hacerlo.
Y mira por donde, en este medio de internet, en uno de sus buscadores, encuentro quizás el último romance que circuló de pueblo en pueblo allá a mediados de los cincuenta: se refiere al Crimen de Rivarroya, pueblecito soriano cercano a Almarail. El romance está escrito de forma sencilla, y muchos niños lo aprendimos de memoria. En una de sus estrofas, en la que yo recordaba lo del “papel”, dice:
Navaleno está a la vista/y siente curiosidad/ de saber lo que se dice/ y se acerca a preguntar/a un vecino que leía/ el papel de la ciudad:/-muy buenas tardes, vecino/ ¿no han cogido al criminal? (…)
Lo cierto es que fue un crimen horrible que dejó conmocionada a toda la provincia. Al asesino le dieron “Garrote Vil” que era el sistema de ejecución entonces vigente; fue en el patio de cárcel de Soria y lo ejecutó el verdugo de Burgos. Afortunadamente la pena de muerte fue suprimida en España en 1.983.
Pero antes que los ciegos y los rapsodas de mediados del siglo pasado, fueron los juglares y los trovadores quienes llevaban noticias y recitaban los dramas que llegaban fácilmente al pueblo. Así, ya en “La promesa” de G. A. Becquer, en una de sus escenas:
“Muerta la llevan al soto;
la han enterrado en la umbría;
por más tierra que le echaban,
la mano no le cubría:
la mano donde un anillo
que le dio el conde tenía.
De noche, sobre la tumba,
diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre fía!
Apenas el cantor había terminado la última estrofa, cuando rompiendo el muro de curiosos, que se apartaban con respeto al reconocerle, el conde llegó a donde se encontraba el romero y, cogiéndole con fuerza del brazo, le preguntó en voz baja y convulsa:
- ¿De qué tierra eres?
-De tierra de Soria, señor, -le respondió éste sin alterarse.”
Cuando yo llegué a Madrid, a mitad de los sesenta, al igual que para otras personas de mi generación, constituye una anécdota inolvidable el haber presenciado todavía las actuaciones callejeras de los vendedores de “literatura de cordel” y de los ciegos que recitaban en el “Rastro” los crímenes del Jarabo o el de Cuenca, y que excitaban a cualquiera la imaginación con la narración de aquellos espeluznantes sucesos.
La figura del ciego la recuerdo con nitidez: a la entrada de la calle, en un gran cartelón se reflejaban en burdas viñetas unos ingenuos dibujos, y en el que él iba recorriendo con extraña precisión, para ser ciego, señalando con un puntero de madera cada cuadro mientras que, rodeado de gente, recitaba la historia.
Un saludo
“Muerta la llevan al soto;
la han enterrado en la umbría;
por más tierra que le echaban,
la mano no le cubría:
la mano donde un anillo
que le dio el conde tenía.
De noche, sobre la tumba,
diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre fía!
Apenas el cantor había terminado la última estrofa, cuando rompiendo el muro de curiosos, que se apartaban con respeto al reconocerle, el conde llegó a donde se encontraba el romero y, cogiéndole con fuerza del brazo, le preguntó en voz baja y convulsa:
- ¿De qué tierra eres?
-De tierra de Soria, señor, -le respondió éste sin alterarse.”
Cuando yo llegué a Madrid, a mitad de los sesenta, al igual que para otras personas de mi generación, constituye una anécdota inolvidable el haber presenciado todavía las actuaciones callejeras de los vendedores de “literatura de cordel” y de los ciegos que recitaban en el “Rastro” los crímenes del Jarabo o el de Cuenca, y que excitaban a cualquiera la imaginación con la narración de aquellos espeluznantes sucesos.
La figura del ciego la recuerdo con nitidez: a la entrada de la calle, en un gran cartelón se reflejaban en burdas viñetas unos ingenuos dibujos, y en el que él iba recorriendo con extraña precisión, para ser ciego, señalando con un puntero de madera cada cuadro mientras que, rodeado de gente, recitaba la historia.
Un saludo