Tenía mi padre una vaca; una sóla vaca. Pero esa vaca era excepcional pues nos dió mucha leche y tres o cuatro ternerillas que también llegaron a ser muy lecheras aunque no tanto como su madre. Creo que ella nos sacó de muchos apuros económicos pues siempre había cuartillos en casa, de resultas de vender su leche a varios vecinos. Viene a cuento todo ello porque hacía muy buena nata y la extendíamos sobre el pan y nos servía de merienda muchas tardes. Otras veces era el pan remojado con vino tinto, espolvoreado con un poco de azucar al que llamábamos sopena de vino. Y sobre todo, aquellas rebanadas montadas con dos dedos de calostros, en los primeros días del parto. Calostros que se repartían gratis entre el vecindario pues no te podías comer todos. Los de pueblo aprovechábamos esta leche espesa cociéndola y espesándola con un poco de harina y algo de azucar. Estaban muy ricos...
Un abrazo
Un abrazo