¿PADRES CONTRA PROFESORES?
Ayer hacíamos algunos comentarios sobre las escuelas y colegios de antes y cómo hoy día ningún alumno sufre el más mínimo maltrato. Antes, y sobre todo en sociedades más rígidas y autoritarias, el respaldo de los padres hacia la escuela era absoluto y cualquier decisión de los maestros, hasta las más arbitrarias, era apoyada sin fisuras, generalmente. Y el menor percibía esta complicidad entre sus progenitores y sus profesores, hasta el punto de que sabía que poco tenía que hacer para indisponer a unos contra otros.
Hoy esta tendencia se ha invertido hasta límites insospechados hace sólo unos años. Basta con que cualquier chaval se queje en casa, con razón o sin ella, contra su maestro o maestra para que su familia se ponga de su parte -"los niños suelen decir la verdad; mi niño no miente, afirman- y resulta del todo impensable, salvo honrosas excepciones, que le respondan como antaño: "Halgo habrás hecho, para que te castiguen"; "que no me tengan que llamar la atención por haber hecho algo malo"; "estudia más y no te suspenderán" (Mi padre q. e. p. d. me solía decir una frase que hoy considero muy hermosa: "que nunca me tengan que afrentar por tu comportamiento".) Lo normal es que, en estas ocasiones, aparezca por el colegio uno o los dos padres de la criatura a pedir explicaciones, en más de un caso con el ceño fruncido, como poco, (ya se sabe que los niños siempre dicen la verdad, como los borrachos) o excepcionalmente, mostrando agresividad verbal, cuando no física, pero esto sólo en casos más excepcionales y aíslados. Y los maestros dan las explicaciones oportunas porque, entre otras consideraciones, es un derecho que asiste a los padres el de estar informados. Ya dije que nunca como ahora se han tratado mejor a los alumnos; sin embargo, nunca como ahora se ha tratado peor a los profesores. Y no hablo de los muy raros casos de agresión física, ni los menos raros de agresividad verbal de las familias y, sobre todo, de los alumnos de secundaria, sino de la paulatina pérdida de autoridad, la presión social, la falta de cariño y reconocimiento, la indiferencia...
Manuel, el de Soria (desde la diáspora).
(Seguiremos)
Ayer hacíamos algunos comentarios sobre las escuelas y colegios de antes y cómo hoy día ningún alumno sufre el más mínimo maltrato. Antes, y sobre todo en sociedades más rígidas y autoritarias, el respaldo de los padres hacia la escuela era absoluto y cualquier decisión de los maestros, hasta las más arbitrarias, era apoyada sin fisuras, generalmente. Y el menor percibía esta complicidad entre sus progenitores y sus profesores, hasta el punto de que sabía que poco tenía que hacer para indisponer a unos contra otros.
Hoy esta tendencia se ha invertido hasta límites insospechados hace sólo unos años. Basta con que cualquier chaval se queje en casa, con razón o sin ella, contra su maestro o maestra para que su familia se ponga de su parte -"los niños suelen decir la verdad; mi niño no miente, afirman- y resulta del todo impensable, salvo honrosas excepciones, que le respondan como antaño: "Halgo habrás hecho, para que te castiguen"; "que no me tengan que llamar la atención por haber hecho algo malo"; "estudia más y no te suspenderán" (Mi padre q. e. p. d. me solía decir una frase que hoy considero muy hermosa: "que nunca me tengan que afrentar por tu comportamiento".) Lo normal es que, en estas ocasiones, aparezca por el colegio uno o los dos padres de la criatura a pedir explicaciones, en más de un caso con el ceño fruncido, como poco, (ya se sabe que los niños siempre dicen la verdad, como los borrachos) o excepcionalmente, mostrando agresividad verbal, cuando no física, pero esto sólo en casos más excepcionales y aíslados. Y los maestros dan las explicaciones oportunas porque, entre otras consideraciones, es un derecho que asiste a los padres el de estar informados. Ya dije que nunca como ahora se han tratado mejor a los alumnos; sin embargo, nunca como ahora se ha tratado peor a los profesores. Y no hablo de los muy raros casos de agresión física, ni los menos raros de agresividad verbal de las familias y, sobre todo, de los alumnos de secundaria, sino de la paulatina pérdida de autoridad, la presión social, la falta de cariño y reconocimiento, la indiferencia...
Manuel, el de Soria (desde la diáspora).
(Seguiremos)
Según el Informe Estatal del Defensor del Profesor 2008, durante elcurso 2006-2007 las amenazas recibidas de padres y madres se incrementaron en un 24 por ciento respecto del año anterior. Aunque siguen siendo casos aislados, la gravedad del asunto no es para tomársela a la ligera. Sin caer en alarmismos innecesarios o catastrofismo diversos, es incuestionable que estas actitudes de algunos progenitores contribuyen a complicar y hacer más difícil la labor de los docentes. Algo que parecía impensable hace sólo unos años, comienza a instalarse peligrosamente en nuestra sociedad. Si teníamos poco con los malos resultados académicos -el llamado fracaso escolar- la mala educación de muchos alumnos, incluso violencia verbal, en secundaria, sobre todo, ahora añadimos las reacciones de algunos padres y madres, más propias de energúmenos.
Sin prisa, pero sin pausa, se ha producido una paulatina pérdida de autoridad de maestros y profesores, sometidos al constante cambio de leyes educativas y a los caprichos de las administraciones, los propios alumnos y los políticos, más preocupados de tener contentas a las familias que, al fin y al cabo, siempre sumarán más votos que los profesionales de la enseñanza (la proporción de 50 a 1, más o menos). (Como pequeño botón de muestra, la Junta de Andalucía, por ejemplo, ha lanzado la propuesta de modificar el calendario escolar, sin consultar previamente a los profesores, poniéndolos en una situación poco airosa ante la opinión pública, por no decir cuando anuncia a bombo y platillo cualquier mejora salarial de éstos).
Manuel, el de Soria (desde la diáspora)
(Seguiremos)
Sin prisa, pero sin pausa, se ha producido una paulatina pérdida de autoridad de maestros y profesores, sometidos al constante cambio de leyes educativas y a los caprichos de las administraciones, los propios alumnos y los políticos, más preocupados de tener contentas a las familias que, al fin y al cabo, siempre sumarán más votos que los profesionales de la enseñanza (la proporción de 50 a 1, más o menos). (Como pequeño botón de muestra, la Junta de Andalucía, por ejemplo, ha lanzado la propuesta de modificar el calendario escolar, sin consultar previamente a los profesores, poniéndolos en una situación poco airosa ante la opinión pública, por no decir cuando anuncia a bombo y platillo cualquier mejora salarial de éstos).
Manuel, el de Soria (desde la diáspora)
(Seguiremos)
Por muchas medidas correctoras que se tomen contra los agresores a los que nos referíamos antes, incluso con ser tipificadas estas agresiones como atentados con sus correspondientes penas, el problema educativo no se solucionará si no cambia antes el modelo cultural en el que estamos instalados. La sociedad, por desgracia, ha descuidado el papel de la educación. Hemos pasado, como en otros órdenes de la vida, de un extremo a otro, característica de un país ciclotímico como el nuestro. De la vara de mando -incluso en sentido literal- a la pérdida de autoridad y consideración; del autoritarismo, al todo vale; de los dogmas, al todo es relativo... Una sociedad poco dada a implicarse en fomentar los valores del esfuerzo, de la disciplina y del trabajo en las aulas, que deshace fuera lo que se construye en ellas, en una reedición actualizada de la Penélope homérica, no va a cambiar la grieta, abismo incluso, que a menudo se abre entre las familias y la escuela. Y ésta que no tiene la solución a todos los problemas, menos aún sin la estrecha colaboración de aquéllas. No debería caer en olvido que los primeros responsables de la educación de los hijos son sus propios padres y que la escuela contribuye por delegación paterna. No al revés. Mal ejemplo va a tener el niño si no coinciden sus dos referencias de autoridad: sus padres y sus profesores. Lo que hace unos lustros era cooperación hoy es recelo, desconfianza y discordia.
Y nunca como ahora los padres han tenido más facilidades y oportunidad para ejercer su labor crítica para mejorar la calidad de la educación. Su tarea, en vez de inquisitorial o incluso opositora, debería ser colaboradora. Su presencia en los colegios e institutos está garantizada a través de las Asociaciones de Padres, los Consejos Escolares y las visitas periódicas a los tutores, para las que hay una hora reservada. Sin embargo la realidad es otra. Suelen participar muy poco con el consiguiente perjuicio para sus propios hijos.
Manuel, el de Soria (desde la diáspora)
Y nunca como ahora los padres han tenido más facilidades y oportunidad para ejercer su labor crítica para mejorar la calidad de la educación. Su tarea, en vez de inquisitorial o incluso opositora, debería ser colaboradora. Su presencia en los colegios e institutos está garantizada a través de las Asociaciones de Padres, los Consejos Escolares y las visitas periódicas a los tutores, para las que hay una hora reservada. Sin embargo la realidad es otra. Suelen participar muy poco con el consiguiente perjuicio para sus propios hijos.
Manuel, el de Soria (desde la diáspora)