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DEZA: Cualquier dezano que se precie conoce la historia que...

Cualquier dezano que se precie conoce la historia que copio literalmente de la página soria-goig. com de la que es coautora mi amiga Isabel Goig. Si me he tomado la licencia de hacerlo es por la amistad que nos une y por dedicársela -en caso de que le sea desconocida, algo que dudo- a María Eugenia Martínez Balut que nos visita desde el lejano Chile. Como este foro trasciende los límites de Deza, vaya también para cuantos visitan esta página. Sin duda, es una historia realmente preciosa la que nos narra Isabel.

Hilorios, trasnochos y otras conteras”

La Cruz del Estudiante

En una de mis visitas a Deza me contaron una historia, una de tantas como he escuchado en esta tierra de Soria. Me dijeron que en el camino que discurre entre Deza y Cihuela hay una cruz que llaman “Del Estudiante”, y que está allí en recuerdo del amor entre un muchacho que aprendía saberes universales y una gitanilla. Parece ser que ese idilio nunca pudo llegar a buen puerto por razones obvias, pues por aquellas calendas eran esos amores prohibidos por ambas familias. No me dijeron la fecha, pero podríamos establecerla hacia 1930.
El muchacho, desolado, cambió unos saberes por otros y vistió unos hábitos, marchó a Suramérica en misión de su orden y, finalmente y sin olvidar jamás a la gitanilla, los colgó y formó pareja con una muchacha morena con quien tuvo numerosa descendencia y que le recordaba a la otra.

Aquella historia se me olvidó por completo. Un día queríamos visitar lo que todavía quedara de la granja de Mazalacete y recorrimos caminando el trecho entre Deza y Cihuela, escuchando el agua abundante de las numerosas fuentes de ambas entornos. De pronto vimos la cruz y junto a ella a dos muchachos que se cogían las manos amorosamente. Tendrían apenas dieciséis años y ambos eran morenos de piel y exóticos de rasgos.
Mientras Concha y Luisa, mis hermanas que aquella tarde me acompañaban, seguían caminando, yo me detuve y me interesé por aquellos muchachos tan jóvenes y tan ilusionados.
Él se llamaba Manuel y ella Carmen. Y me contaron la historia, aquella que ya sabía, del estudiante enamorado de la gitanilla. Manuel era bisnieto del estudiante que se marchó a Bolivia y llevaba ese nombre en honor de su bisabuelo, quien había hecho prometer, generación tras generación, que si en algún momento la vida les llevaba a España, no dejaran de acercarse a Deza y preguntar por el lugar donde se reunía con la gitanilla, enterrando en él dos mechones de pelo que siempre le acompañaban dentro de una cajita. La vida trajo a Manuel a España, concretamente a Soria, donde necesitaban inmigrantes para la tala de pinos.
Carmen era la bisnieta de la gitanilla, y también llevaba en su honor ese nombre. A ella, su bisabuela, que todavía vivía en Alhama de Aragón, le había contado la historia y con ese poder de adivinación que tienen las mujeres gitanas, la instó a que fuera el mismo día y a la misma hora en que, estaba segura, iba a llegar alguien de muy lejos con un recado de su antiguo amor, un amor que ella llevaba escondido en su corazón y sólo lo había transmitido a esa chiquilla.
Los muchachos, sorprendidos por la presencia de la cruz e impresionados por que la bisabuela todavía vivía, decidieron no enterrar los mechones de cabello, y con la caja en la mano se disponían a llevarlos a la vieja gitanilla, cuando yo interrumpí ese momento que adivino era el comienzo de otro amor, este ya no imposible, pues Carmen, la bisabuela, haría lo posible para que llegara a buen puerto.
© Isabel Goig