En muchas ocasiones, como se puede verificar en el apartado que corresponde a mi cuenta como colaborador de este foro, he participado con historias, personajes y costumbres de Deza.
Hoy viene a mi memoria un luctuoso suceso ocurrido hace muchos años- quizás cuarenta y cinco-, que demuestra la solidaridad de las gentes de nuestro pueblo; un triste episodio en el que el pueblo estuvo más unido que nunca. Al narrar este suceso, no pretendo sacar a colación viejos y tristes recuerdos, sino demostrar la grandeza de un pueblo que se enfrentó a la justicia por una causa emotiva: como Fuenteovejuna. Aquel episodio sigue vivo en mi recuerdo por tratarse de un joven alegre y extraordinario, una vida truncada en lo mejor de su edad, cuya familia era y es muy querida en el pueblo.
Se llamaba Antonio González Aguado y rondaba-más o menos- los dieciocho años. Era muy trabajador, alegre y extrovertido y cantaba muy bien. Se le daban las jotas y hace poco tiempo me encontré con un antiguo compañero suyo de campamento de otro pueblo soriano, me preguntó por él y recordó una de aquellas jotas que cantaba en el fuego de campamento entre los pinos de Covaleda:
De los pueblos que he corrido
de la provincia de Soria,
el de Deza es el mejor
que es un cachico de gloria.
Se encontraba vareando una noguera junto al barranco de Peribáñez y tuvo la desgraciada fortuna de caerse de aquel árbol produciéndose una lesión fatal; desconozco si el motivo de su fallecimiento fue consecuencia de un traumatismo cráneo-encefálico o quizás por una tremenda lesión en las cervicales.
Fue un dos de Octubre, día en que se celebra en Soria la fiesta de San Saturio, patrón de la ciudad, cuando yo, que asistía por primera vez a aquellas fiestas, escuché la sirena de una ambulancia que se dirigía al hospital provincial. Pronto me enteré de que trasladaba el cuerpo de Antonio, quien había sufrido el accidente.
Impresionado por el suceso, al día siguiente marché al pueblo para asistir a su inhumación. En la puerta del cementerio se encontraba el pueblo entero esperando a los forenses que debían practicarle la autopsia, acto que todos considerábamos innecesario puesto que era evidente el motivo de su muerte. Para nosotros aquello constituía una especie de sacrilegio. Conforme esperábamos a los facultativos, fruto de la emoción del momento, los nervios fueron aflorando y las palabras de indignación circulaban en todos los corrillos situados en torno al edificio aledaño al cementerio, donde debía realizarse dicho acto medico- jurídico, la realización del examen forense.
Una vez aparcó el coche de los facultativos y conforme se acercaban al edificio, se levantó un murmullo de desaprobación y las primeras voces que fueron creciendo con las palabras " ¡Que se vayan, Que se vayan!". En vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos, el equipo médico hubo de marcharse para, más tarde, venir acompañados por la Guardia Civil y así cumplir con su cometido. Poco tiempo después, algunos paisanos fueron convocados a Soria para dar explicaciones en el juzgado, aunque creo que lo sobreseyeron y no hubo represalias.
A pesar de los años transcurridos y aunque soy algo más joven que él, dejó una huella imborrable en mi recuerdo, tanto por su persona como por la tremenda confraternización de todo un pueblo.
Un saludo
Hoy viene a mi memoria un luctuoso suceso ocurrido hace muchos años- quizás cuarenta y cinco-, que demuestra la solidaridad de las gentes de nuestro pueblo; un triste episodio en el que el pueblo estuvo más unido que nunca. Al narrar este suceso, no pretendo sacar a colación viejos y tristes recuerdos, sino demostrar la grandeza de un pueblo que se enfrentó a la justicia por una causa emotiva: como Fuenteovejuna. Aquel episodio sigue vivo en mi recuerdo por tratarse de un joven alegre y extraordinario, una vida truncada en lo mejor de su edad, cuya familia era y es muy querida en el pueblo.
Se llamaba Antonio González Aguado y rondaba-más o menos- los dieciocho años. Era muy trabajador, alegre y extrovertido y cantaba muy bien. Se le daban las jotas y hace poco tiempo me encontré con un antiguo compañero suyo de campamento de otro pueblo soriano, me preguntó por él y recordó una de aquellas jotas que cantaba en el fuego de campamento entre los pinos de Covaleda:
De los pueblos que he corrido
de la provincia de Soria,
el de Deza es el mejor
que es un cachico de gloria.
Se encontraba vareando una noguera junto al barranco de Peribáñez y tuvo la desgraciada fortuna de caerse de aquel árbol produciéndose una lesión fatal; desconozco si el motivo de su fallecimiento fue consecuencia de un traumatismo cráneo-encefálico o quizás por una tremenda lesión en las cervicales.
Fue un dos de Octubre, día en que se celebra en Soria la fiesta de San Saturio, patrón de la ciudad, cuando yo, que asistía por primera vez a aquellas fiestas, escuché la sirena de una ambulancia que se dirigía al hospital provincial. Pronto me enteré de que trasladaba el cuerpo de Antonio, quien había sufrido el accidente.
Impresionado por el suceso, al día siguiente marché al pueblo para asistir a su inhumación. En la puerta del cementerio se encontraba el pueblo entero esperando a los forenses que debían practicarle la autopsia, acto que todos considerábamos innecesario puesto que era evidente el motivo de su muerte. Para nosotros aquello constituía una especie de sacrilegio. Conforme esperábamos a los facultativos, fruto de la emoción del momento, los nervios fueron aflorando y las palabras de indignación circulaban en todos los corrillos situados en torno al edificio aledaño al cementerio, donde debía realizarse dicho acto medico- jurídico, la realización del examen forense.
Una vez aparcó el coche de los facultativos y conforme se acercaban al edificio, se levantó un murmullo de desaprobación y las primeras voces que fueron creciendo con las palabras " ¡Que se vayan, Que se vayan!". En vista del cariz que estaban tomando los acontecimientos, el equipo médico hubo de marcharse para, más tarde, venir acompañados por la Guardia Civil y así cumplir con su cometido. Poco tiempo después, algunos paisanos fueron convocados a Soria para dar explicaciones en el juzgado, aunque creo que lo sobreseyeron y no hubo represalias.
A pesar de los años transcurridos y aunque soy algo más joven que él, dejó una huella imborrable en mi recuerdo, tanto por su persona como por la tremenda confraternización de todo un pueblo.
Un saludo