La mayoría de la gente de Deza ya no recuerda la ermita de San Blas cuando estaba todavía en pié. Era quizá la estampa más bonita que tenía Deza en sus contornos. De planta cuadrada y porticada en su parte oeste, era una ermita muy bella. En su interior, partían cuatro nervios, uno de cada esquina e iban a parar a una estrella que había en el centro, tal como si fuese un sol resplandeciente. Toda ella, por dentro estaba encalada. El altar estaba en la parte este y una hornacina en donde estaba San Blas, ocupaba la parte central de la pared. A la derecha, según se entraba, estaba San Miguel Arcángel. Supongo que lo traerían de otro sitio en donde estorbara puesto que en esta ermita no pegaba la presencia de esta imagen, de un estilo, de una talla y de un color muy diferente.
Un abrazo.
Un abrazo.
Por las rejas de las ventanillas de las puertas podías mirar al interior y dirigir tus plegarias al Señor pidiendo la intercesión de ambos santos y escoger al que más te gustara o ambos a la vez, como intercesores tuyos delante de Altísimo.
Un abrazo.
Un abrazo.
Otra ermita desaparecida fue la de Santa Ana. Ya vamos quedando pocos de aquellos que la conocimos en pié. A pesar de que el edificio, lo que se llama fábrica, parecía de fuerte construcción, no era así ya que las paredes eran de tapial, lo mismo que la de San Blas. Este tipo de construcciones necesitan estar protegidas tanto por el exterior como por el interior por el motivo de que los elementos atmosféricos las perjudican mucho, sobre todo las lluvias y los vientos y el mantenimiento de los edificios debe ser permanente pues por poco que se descuiden, los daños cuando se producen, llegan a ser irreversibles e irreparables. Dice el refrán que el que no arregla la gotera tiene que arreglar la casa entera y eso es lo que pasó en nuestras ermitas.
Un abrazo.
Un abrazo.