Como digo, el día de la inauguración accedimos por primera vez al flamante Hogar y recorrimos las cuatro salas. La primera la ocupaba una mesa de pin pong verde rodeada de bancos; arriba sobre la puerta de la sala principal, un letrero que decía.: “a tus jefes y camaradas el saludo brazo en alto”.
La segunda sala, la principal, estaba amueblada con varias mesas con sus correspondientes sillas donde practicábamos juegos como las damas, el ajedrez o el dómino, o simplemente nos sentábamos a leer la prensa de entonces. El Hogar estaba suscrito al Campo Soriano así como a otros diarios a nivel nacional como eran el Arriba y el Siete fechas, además del Marca. También recibíamos semanalmente el TBO, el Jaimito y el Nicolás. A la izquierda de la sala, una puerta conducía al almacén donde se guardaba el serrín y los periódicos viejos. En el centro, una gran estufa entorno a la cual nos sentábamos en corro los días de frío, para charlar o contar chistes; el tubo de la estufa terminaba en una especie de hogar francés. En las paredes, un retrato de Franco, otro de José Antonio, así como el escudo de la organización que consistía en un cisne bicéfalo que lo abrazaba, y carteles con consignas del régimen. Los conserjes, primero Venancio y después Emiliano cuidaban del orden muchas veces alterado por pequeñas trifulcas, pero que nunca llegaban a más.
En la sala tercera, también amueblada con mesas y sillas, estaba la biblioteca. Los libros permanecían en una librería cuya llave estaba en manos del conserje, siempre solícito a nuestras demandas. En aquella es donde yo pasaba más tiempo, leyendo toda la colección de Julio Verne o la de Emilio Salgari, además de otros muchos libros. Creo que terminé leyéndolos todos.
En la última estaba el despacho del secretario o del Jefe de Falange, donde preparaban las reuniones de los jueves a las que asistía mucha gente.
La segunda sala, la principal, estaba amueblada con varias mesas con sus correspondientes sillas donde practicábamos juegos como las damas, el ajedrez o el dómino, o simplemente nos sentábamos a leer la prensa de entonces. El Hogar estaba suscrito al Campo Soriano así como a otros diarios a nivel nacional como eran el Arriba y el Siete fechas, además del Marca. También recibíamos semanalmente el TBO, el Jaimito y el Nicolás. A la izquierda de la sala, una puerta conducía al almacén donde se guardaba el serrín y los periódicos viejos. En el centro, una gran estufa entorno a la cual nos sentábamos en corro los días de frío, para charlar o contar chistes; el tubo de la estufa terminaba en una especie de hogar francés. En las paredes, un retrato de Franco, otro de José Antonio, así como el escudo de la organización que consistía en un cisne bicéfalo que lo abrazaba, y carteles con consignas del régimen. Los conserjes, primero Venancio y después Emiliano cuidaban del orden muchas veces alterado por pequeñas trifulcas, pero que nunca llegaban a más.
En la sala tercera, también amueblada con mesas y sillas, estaba la biblioteca. Los libros permanecían en una librería cuya llave estaba en manos del conserje, siempre solícito a nuestras demandas. En aquella es donde yo pasaba más tiempo, leyendo toda la colección de Julio Verne o la de Emilio Salgari, además de otros muchos libros. Creo que terminé leyéndolos todos.
En la última estaba el despacho del secretario o del Jefe de Falange, donde preparaban las reuniones de los jueves a las que asistía mucha gente.