Al igual que en la gastronomía, en el variopinto mosaico que forma la península, cada región y, en muchas ocasiones, cada provincia tienen un fama, merecida o no, debido a determinados aspectos y costumbres que las caracteriza. Así a los andaluces se les considera alegres y jaraneros, a los catalanes interesados- la pela es la pela-, a los gallegos indecisos, a los aragoneses nobles y desprendidos, etc. Dentro de ese muchas veces falso baremo, a los sorianos se nos ha tachado inmerecidamente de rácanos y se nos han atribuido muchos chistes al respecto. Yo, que he residido en varios lugares de nuestra geografía los he tenido que soportar, pero considero que en cada lugar, como decía El Gallo: hay gente pa to.
A este respecto, voy a contar una anécdota que me ocurrió precisamente un tres de Agosto, el día de mi boda:
Por entonces yo residía en Madrid y hube de venir a casarme al pueblo de mi mujer; un bonito lugar a las faldas del Moncayo. Finalizada la boda, una vez despedidos de los invitados, montamos en el coche y nos dirigimos a Madrid, haciendo escala en Soria para pasar la noche y, al día siguiente, volar desde Barajas a Palma de Mallorca. Comoquiera que no habíamos reservado hotel, aparqué en el centro y me dispuse a buscar alojamiento de uno a otro, con tan mala suerte que estaban todos completos y no nos podían admitir. Sopesé la posibilidad de continuar viaje, pero considerando que me encontraba cansado del ajetreo de la boda, que no me gusta viajar de noche y, como es lógico, con los nervios y quizás con restos del etílico, descarté el viaje. Me lamentaba de mi falta de previsión, por no haber solicitado reserva en la puerta del hotel Las Heras (¿), cuando pregunté a un taxista si conocía algún lugar donde pudiéramos quedarnos a dormir. El taxista, amablemente, me dijo que conocía una pensión donde quizás encontraríamos alojamiento y se prestó a ayudarnos; me dijo que le siguiera con el coche y así lo hice hasta que, en una bifurcación cambió un semáforo y lo perdí.
Y allí me quedé, en una ciudad desconocida la noche de mi himeneo y, como la Sagrada Familia, sin alojamiento y buscando un tálamo. La verdad es que no sabía que hacer hasta que a mi mujer se le ocurrió preguntar a unas vecinas, que tomaban el fresco, si sabían de alguna pensión. Quizás la indiscreción al decirles que éramos recién casados motivó a una de ellas que se compadeciera de nuestra situación; el caso es que nos ofreció su casa y allí nos quedamos a dormir. La buena señora nos dijo que era la esposa de un Guardia Civil y que la habitación que íbamos a ocupar era la de su hija que se encontraba de vacaciones. Así lo hicimos y allí pasamos nuestra primera noche de casados. Por la mañana, fue gratificante abrir la ventana: teníamos enfrente La Dehesa, ese precioso lugar que mencionábamos ayer.
Una vez nos sirvió el desayuno, nos dispusimos a marcharnos. Cuando le pregunté por el dinero que debía pagar por la estancia, aquella señora me dijo que ¡de ningún modo!, que no me cobraría nada y que había sido un placer alojarnos.
Siempre que me mencionan la “tacañería” de los sorianos, cuento este episodio de mi vida y les pregunto si saben de alguien tan amable y desprendido como aquella generosa y amable señora Soriana.
Un saludo
A este respecto, voy a contar una anécdota que me ocurrió precisamente un tres de Agosto, el día de mi boda:
Por entonces yo residía en Madrid y hube de venir a casarme al pueblo de mi mujer; un bonito lugar a las faldas del Moncayo. Finalizada la boda, una vez despedidos de los invitados, montamos en el coche y nos dirigimos a Madrid, haciendo escala en Soria para pasar la noche y, al día siguiente, volar desde Barajas a Palma de Mallorca. Comoquiera que no habíamos reservado hotel, aparqué en el centro y me dispuse a buscar alojamiento de uno a otro, con tan mala suerte que estaban todos completos y no nos podían admitir. Sopesé la posibilidad de continuar viaje, pero considerando que me encontraba cansado del ajetreo de la boda, que no me gusta viajar de noche y, como es lógico, con los nervios y quizás con restos del etílico, descarté el viaje. Me lamentaba de mi falta de previsión, por no haber solicitado reserva en la puerta del hotel Las Heras (¿), cuando pregunté a un taxista si conocía algún lugar donde pudiéramos quedarnos a dormir. El taxista, amablemente, me dijo que conocía una pensión donde quizás encontraríamos alojamiento y se prestó a ayudarnos; me dijo que le siguiera con el coche y así lo hice hasta que, en una bifurcación cambió un semáforo y lo perdí.
Y allí me quedé, en una ciudad desconocida la noche de mi himeneo y, como la Sagrada Familia, sin alojamiento y buscando un tálamo. La verdad es que no sabía que hacer hasta que a mi mujer se le ocurrió preguntar a unas vecinas, que tomaban el fresco, si sabían de alguna pensión. Quizás la indiscreción al decirles que éramos recién casados motivó a una de ellas que se compadeciera de nuestra situación; el caso es que nos ofreció su casa y allí nos quedamos a dormir. La buena señora nos dijo que era la esposa de un Guardia Civil y que la habitación que íbamos a ocupar era la de su hija que se encontraba de vacaciones. Así lo hicimos y allí pasamos nuestra primera noche de casados. Por la mañana, fue gratificante abrir la ventana: teníamos enfrente La Dehesa, ese precioso lugar que mencionábamos ayer.
Una vez nos sirvió el desayuno, nos dispusimos a marcharnos. Cuando le pregunté por el dinero que debía pagar por la estancia, aquella señora me dijo que ¡de ningún modo!, que no me cobraría nada y que había sido un placer alojarnos.
Siempre que me mencionan la “tacañería” de los sorianos, cuento este episodio de mi vida y les pregunto si saben de alguien tan amable y desprendido como aquella generosa y amable señora Soriana.
Un saludo