Los intelectuales
González Herrero definió a Agapito como «intelectual de España» en más de una ocasión. Y no le faltaba razón. Intelectual fue la labor que hizo, y como un intelectual vivió en aquellos años veinte y treinta gloriosos para la cultura española. Marazuela formó parte de una generación de intelectuales irrepetible –Carral, Quintanilla, Otero, Grau, Barral, Cobos, Arranz–. Con ellos compartió amistad y talento. «Allá sobre el año 1925 –le contará años después a González Herrero– di un concierto a los amigos, a los intelectuales segovianos, entre ellos a don José Rodao, al que yo quise mucho, en un local que tenían en el café La Unión, en un reservado; allí se reunieron treinta o cuarenta, y don José publicó un artículo en "El Adelantado" proponiendo que se me debía regalar una guitarra mejor». La guitarra no tardó en llegar. Al año siguiente, la Diputación Provincial le concedió 600 pesetas por intercesión del propio Rodao. El resto lo puso el artista, pues el instrumento costó mil pesetas estuche incluido.
Con la herramienta recién estrenada, "el mago de la guitarra", como ya por entonces le llamaba la prensa, ofrece a sus amigos otro concierto privado, esta vez en el taller de los Zuloaga, en San Juan de los Caballeros. Entre la concurrencia estaba Ignacio Zuloaga, el pintor; el escultor Emiliano Barral; Ignacio Carral, Mariano Quintanilla y el mismísimo Antonio Machado, que residía en la ciudad: «Me le presentó Barral en la fonda de la estación y tuve la suerte de conocerle; tres o cuatro veces toqué para que me oyera (…) A mí me pareció un hombre muy sencillo, muy simpático; me impresionó más que nada por su sencillez», dijo de don Antonio.
González Herrero definió a Agapito como «intelectual de España» en más de una ocasión. Y no le faltaba razón. Intelectual fue la labor que hizo, y como un intelectual vivió en aquellos años veinte y treinta gloriosos para la cultura española. Marazuela formó parte de una generación de intelectuales irrepetible –Carral, Quintanilla, Otero, Grau, Barral, Cobos, Arranz–. Con ellos compartió amistad y talento. «Allá sobre el año 1925 –le contará años después a González Herrero– di un concierto a los amigos, a los intelectuales segovianos, entre ellos a don José Rodao, al que yo quise mucho, en un local que tenían en el café La Unión, en un reservado; allí se reunieron treinta o cuarenta, y don José publicó un artículo en "El Adelantado" proponiendo que se me debía regalar una guitarra mejor». La guitarra no tardó en llegar. Al año siguiente, la Diputación Provincial le concedió 600 pesetas por intercesión del propio Rodao. El resto lo puso el artista, pues el instrumento costó mil pesetas estuche incluido.
Con la herramienta recién estrenada, "el mago de la guitarra", como ya por entonces le llamaba la prensa, ofrece a sus amigos otro concierto privado, esta vez en el taller de los Zuloaga, en San Juan de los Caballeros. Entre la concurrencia estaba Ignacio Zuloaga, el pintor; el escultor Emiliano Barral; Ignacio Carral, Mariano Quintanilla y el mismísimo Antonio Machado, que residía en la ciudad: «Me le presentó Barral en la fonda de la estación y tuve la suerte de conocerle; tres o cuatro veces toqué para que me oyera (…) A mí me pareció un hombre muy sencillo, muy simpático; me impresionó más que nada por su sencillez», dijo de don Antonio.